He mirado el artículo que escribí hace un año, se refería al spot de televisión del Jamón Denominación de Origen en el que nos retrata a los turolenses como sosos. Justo ayer volví a ver el anuncio y pensé si realmente esta campaña habrá tenido resultados positivos, si habrá aumentado las ventas, si habrá servido de algo dar esta imagen tan triste sobre la sociedad turolense.
Al ver que hoy me tocaba hablar de este asunto me he alegrado pero justo en el momento de empezar a escribir me ha dado una pereza inmensa porque me parece una nadería comparado con lo que está pasando a poco más de 100 km de mi casa.
No les cuento nada nuevo si describo mi desazón porque me consta que todas las turolenses estamos igual. Nos sentimos muy cerca de nuestras vecinas, nos estamos volcando en ayudar, todas conocemos a alguien que está sufriendo en primera persona el desastre así que no quiero invertir tiempo en describir lo que sentimos.
Y entonces ¿qué tiene sentido que escriba yo hoy aquí?
Silencio.
Me gustaría crear un espacio para que podamos respirar y dejarnos sentir todo lo que está pasando por nuestro cuerpo. No para que volvamos a las imágenes desoladoras o a los miles de relatos que leemos en redes o escuchamos a nuestras amigas.
Me gustaría que hoy, mientras usted está leyendo estas lineas, se dé un espacio para sentir en profundidad.
Que respire profundamente y, sin poner etiquetas, se deje llevar por la emoción del momento.
Yo voy a hacer lo mismo. Respiro y me doy tiempo para sentir. Dejo que entre el aire por todo el cuerpo y me doy cuenta de que lo tengo tensionado, apretado. La mandíbula, las piernas y sobre todo los hombros.
Al poner la intención en respirar y soltar la cabeza se mueve en círculos, como si se estuviese desenroncando del cuerpo. Me crujen las cervicales y empiezo a soltar los hombros. Sigo. Se afloja la cadera.
Me entra el aire más profundamente y siento ganas de gritar fuerte.
Noto una rabia infinita, violenta, poderosa casi asusta pero me quedo a mi lado y me doy permiso para seguir sintiéndola, haciendola más y más grande. Se me abre la nariz. Aprieto con fuerza todos los músculos de mi cuerpo, cierro los puños, agito los brazos. Quiero gritar.
AAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!!!!!!!!!!
¡Qué rabia, joder!!!
Qué rabia estar en manos de gente a la que no les importamos nada.
Qué rabia poner toda la confianza en un sistema que no piensa en los seres humanos.
Qué rabia no poner la VIDA en el centro.
Qué rabia no escuchar a la naturaleza y sus mensajes cada vez más violentos.
¡¡Qué $%&/€!!!
Ojalá todo este cabreo no caiga en el olvido cuando desaparezca el barro. Que podamos politizar nuestros sentimientos, no hacia un partido u otro si no en la dirección que nosotras queremos: una vida digna donde las personas, la tierra, los paisajes, los cuidados estén en el centro y el mercado no imponga sus tiempos.
Al ver que hoy me tocaba hablar de este asunto me he alegrado pero justo en el momento de empezar a escribir me ha dado una pereza inmensa porque me parece una nadería comparado con lo que está pasando a poco más de 100 km de mi casa.
No les cuento nada nuevo si describo mi desazón porque me consta que todas las turolenses estamos igual. Nos sentimos muy cerca de nuestras vecinas, nos estamos volcando en ayudar, todas conocemos a alguien que está sufriendo en primera persona el desastre así que no quiero invertir tiempo en describir lo que sentimos.
Y entonces ¿qué tiene sentido que escriba yo hoy aquí?
Silencio.
Me gustaría crear un espacio para que podamos respirar y dejarnos sentir todo lo que está pasando por nuestro cuerpo. No para que volvamos a las imágenes desoladoras o a los miles de relatos que leemos en redes o escuchamos a nuestras amigas.
Me gustaría que hoy, mientras usted está leyendo estas lineas, se dé un espacio para sentir en profundidad.
Que respire profundamente y, sin poner etiquetas, se deje llevar por la emoción del momento.
Yo voy a hacer lo mismo. Respiro y me doy tiempo para sentir. Dejo que entre el aire por todo el cuerpo y me doy cuenta de que lo tengo tensionado, apretado. La mandíbula, las piernas y sobre todo los hombros.
Al poner la intención en respirar y soltar la cabeza se mueve en círculos, como si se estuviese desenroncando del cuerpo. Me crujen las cervicales y empiezo a soltar los hombros. Sigo. Se afloja la cadera.
Me entra el aire más profundamente y siento ganas de gritar fuerte.
Noto una rabia infinita, violenta, poderosa casi asusta pero me quedo a mi lado y me doy permiso para seguir sintiéndola, haciendola más y más grande. Se me abre la nariz. Aprieto con fuerza todos los músculos de mi cuerpo, cierro los puños, agito los brazos. Quiero gritar.
AAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!!!!!!!!!!
¡Qué rabia, joder!!!
Qué rabia estar en manos de gente a la que no les importamos nada.
Qué rabia poner toda la confianza en un sistema que no piensa en los seres humanos.
Qué rabia no poner la VIDA en el centro.
Qué rabia no escuchar a la naturaleza y sus mensajes cada vez más violentos.
¡¡Qué $%&/€!!!
Ojalá todo este cabreo no caiga en el olvido cuando desaparezca el barro. Que podamos politizar nuestros sentimientos, no hacia un partido u otro si no en la dirección que nosotras queremos: una vida digna donde las personas, la tierra, los paisajes, los cuidados estén en el centro y el mercado no imponga sus tiempos.