

Soy un olmo, soy un olmo, soy un olmo. No me pidas peras,que por mucha fuerza con que me las pidas, peras no te voy a dar. Esta canción de Lorena Álvarez me está acompañando toda la semana. Ya sé que es un refrán de toda la vida y que debería saberlo desde hace tiempo, pero me ha calado en estos últimos días. Como si toda la información que contiene la frase se hubiera instalado en mi cuerpo y, de pronto, cobrara sentido.
No le pidas peras al olmo. Punto. A veces, como buenas aragonesas, nos empeñamos en que suceda lo imposible. Nos aferramos a eslóganes de marca que nos aseguran que “nada es imposible”, pero mira: NO. El olmo nunca te va a dar peras.
Así que, una vez más, tenemos que tirar de claridad. Hacernos una pregunta, escuchar la respuesta y actuar en consecuencia. ¿Quieres peras? Pues ve al peral. PUNTO.
Claro que para eso, primero tienes que saber qué frutal estás buscando, y parece que hoy en día no todo el mundo lo tiene claro. El otro día vi un reel en Instagram de una treintañera estadounidense que acababa de descubrir que podía comerse los limones del árbol de su jardín.
Sí, has leído bien. La joven contaba que tenía una bolsa de limones comprados en el súper guardada en la nevera, cuando una amiga los vio y le preguntó por qué los compraba si tenía el árbol lleno de frutas. Y ella casi se desmaya del impacto.“¡Yo no sabía que se podían comer los limones del árbol!”
Criatura... ¿de dónde pensabas que venían? ¿De la General Motors?
Lo que parece una anécdota graciosa retrata, en realidad, la desconexión salvaje que están cultivando. Una ignorancia sembrada a propósito, que desprecia la naturaleza, lo rural, la vida en los pueblos... Nos están robando la soberanía alimentaria. La capacidad de decidir qué comemos, dónde lo compramos, cómo se cultiva, qué lleva dentro.
Nuestro amigo el señor Roig, por ejemplo, se permite soñar en voz alta y afirma que, en unos años, no habrá cocinas en las casas. Comeremos su comida empaquetada, con productos cultivados a miles de kilómetros, llenos de conservantes, pesticidas y plásticos invisibles.
El negocio perfecto: desconectadas de la tierra, comiendo porquería, enfermando.Y él, forrándose. €€€€€
Hace apenas diez días, en las Cortes de Aragón, los partidos que más tienen que ganar con este plan rechazaron la creación de bancos de tierras abandonadas, que habrían facilitado que nuevas agricultoras cultiven esos terrenos vacíos. Pero claro, ese no es el plan que tienen para nuestra provincia.
El sueño húmedo de algunos señoros: llenarse los bolsillos convirtiendo nuestros bosques y tierras de cultivo en suelo industrial, venderlo a empresas fantasma que lo revenderán a otras empresas fantasma y acabar llenándolo todo de chatarra blanca. En veinte años, tendremos un desierto distópico y estaremos comiendo sopa de sobre.Adiós al aceite.Adiós a la trufa. Adiós a los melocotones de Calanda.Adiós a un buen plato de jamón.
¿O es que crees que estas delicias seguirán dando frutos si están rodeadas de placas solares, aerogeneradores y plantas de gas?
Aquí, en estas tierras, todavía sabemos de dónde vienen los alimentos que ponemos en la mesa. Sabemos con qué agua se riegan, qué manos los han sembrado, los cuidados que requieren.
Aquí no queremos comer de lata, apreciamos una buena mesa, bien surtida.Y eso no va a ser posible si no empezamos a rebelarnos y a tomar decisiones.
Está claro que estamos frente a un olmo, y no podemos pedirle peras.Nos toca coger las riendas: Comprar productos de aquí. Mirar las etiquetas. Decidir a quién apoyamos con cada compra. Y no tragarnos cuentos daneses que prometen que los “clústeres envenenados” nos van a salvar.
No le pidas peras al olmo. Punto. A veces, como buenas aragonesas, nos empeñamos en que suceda lo imposible. Nos aferramos a eslóganes de marca que nos aseguran que “nada es imposible”, pero mira: NO. El olmo nunca te va a dar peras.
Así que, una vez más, tenemos que tirar de claridad. Hacernos una pregunta, escuchar la respuesta y actuar en consecuencia. ¿Quieres peras? Pues ve al peral. PUNTO.
Claro que para eso, primero tienes que saber qué frutal estás buscando, y parece que hoy en día no todo el mundo lo tiene claro. El otro día vi un reel en Instagram de una treintañera estadounidense que acababa de descubrir que podía comerse los limones del árbol de su jardín.
Sí, has leído bien. La joven contaba que tenía una bolsa de limones comprados en el súper guardada en la nevera, cuando una amiga los vio y le preguntó por qué los compraba si tenía el árbol lleno de frutas. Y ella casi se desmaya del impacto.“¡Yo no sabía que se podían comer los limones del árbol!”
Criatura... ¿de dónde pensabas que venían? ¿De la General Motors?
Lo que parece una anécdota graciosa retrata, en realidad, la desconexión salvaje que están cultivando. Una ignorancia sembrada a propósito, que desprecia la naturaleza, lo rural, la vida en los pueblos... Nos están robando la soberanía alimentaria. La capacidad de decidir qué comemos, dónde lo compramos, cómo se cultiva, qué lleva dentro.
Nuestro amigo el señor Roig, por ejemplo, se permite soñar en voz alta y afirma que, en unos años, no habrá cocinas en las casas. Comeremos su comida empaquetada, con productos cultivados a miles de kilómetros, llenos de conservantes, pesticidas y plásticos invisibles.
El negocio perfecto: desconectadas de la tierra, comiendo porquería, enfermando.Y él, forrándose. €€€€€
Hace apenas diez días, en las Cortes de Aragón, los partidos que más tienen que ganar con este plan rechazaron la creación de bancos de tierras abandonadas, que habrían facilitado que nuevas agricultoras cultiven esos terrenos vacíos. Pero claro, ese no es el plan que tienen para nuestra provincia.
El sueño húmedo de algunos señoros: llenarse los bolsillos convirtiendo nuestros bosques y tierras de cultivo en suelo industrial, venderlo a empresas fantasma que lo revenderán a otras empresas fantasma y acabar llenándolo todo de chatarra blanca. En veinte años, tendremos un desierto distópico y estaremos comiendo sopa de sobre.Adiós al aceite.Adiós a la trufa. Adiós a los melocotones de Calanda.Adiós a un buen plato de jamón.
¿O es que crees que estas delicias seguirán dando frutos si están rodeadas de placas solares, aerogeneradores y plantas de gas?
Aquí, en estas tierras, todavía sabemos de dónde vienen los alimentos que ponemos en la mesa. Sabemos con qué agua se riegan, qué manos los han sembrado, los cuidados que requieren.
Aquí no queremos comer de lata, apreciamos una buena mesa, bien surtida.Y eso no va a ser posible si no empezamos a rebelarnos y a tomar decisiones.
Está claro que estamos frente a un olmo, y no podemos pedirle peras.Nos toca coger las riendas: Comprar productos de aquí. Mirar las etiquetas. Decidir a quién apoyamos con cada compra. Y no tragarnos cuentos daneses que prometen que los “clústeres envenenados” nos van a salvar.