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May Serrano
Me pillan ustedes escribiendo estas lineas en Bolonia, Cádiz. 

Estoy disfrutando unos días con una buena amiga y su bebé de tres meses, desde su casa, en lo alto de un monte, veo el mar y la famosa duna de Bolonia.

En el artículo del año pasado invitaba a hacernos dueñas de nuestro tiempo, a tomar decisiones de cómo lo empleamos y con quien. Me encanta poder revisar el concepto aquí, en la calma gaditana y la maestría de los bebés para vivir en el presente.

En este paréntesis que me estoy tomando fuera del ruido, de los relojes, de la calle, con el móvil apagado. Sin agenda.

¡Qué lista! Claro, cuando estás de vacaciones es más fácil estar presente y que no se te lleven las horas por delante.

Entiendo, entonces, que el reto es mantener esta presencia en el día a día.

En las tareas cotidianas, en el trabajo y dentro del encorsetamiento de los horarios marcados.

Estos días la única urgencia es que el bebé coma cuando tiene hambre todo lo demás puede esperar y el tiempo se alarga entre toma y toma.

Los minutos se llenan simplemente observando como mueve sus manitas. El algoritmo de la vida que me tiene enganchadisima. Su presencia total en el presente me ayuda a parar sin problemas. Me trae una paz infinita.

¿Donde encontrar este anclaje en la vida cotidiana? ¿Cómo agarrarnos al presente y no dejarnos arrastrar a lo que podía haber sido, a lo que pasará mañana, o el mes que viene?

Esta obsesión por la prisa, ¿de dónde viene? ¿para qué mantenerla en nuestras vidas?

Tenemos la suerte de vivir en una ciudad pequeña, en una provincia inmensa donde los atascos no existen más que en nuestras cabezas.

¿Por qué seguimos corriendo?

¿Para qué?

Todo tiene que ser YA, inmediato, rápido porque con nuestra mente estamos ya en mañana o pasado y queremos que el tiempo se detenga y que avance rápido al mismo tiempo.

¡Qué locura!¿no?

Que empiece y que termine en este mismo momento que yo ya estoy en otra. Y es aquí donde nos perdemos lo bueno: no podemos estar presentes en lo que está sucediendo.

Las redes no ayudan, la presión externa tampoco, solo podemos agarrarnos al cuerpo, a la respiración, para dominar esta urgencia.

Parar un momento para observar cómo respiro. Como entra el aire por las fosas nasales, observar el recorrido, dejar que poco a poco se vayan despertando los sentidos. Se agudiza la vista, el tacto, el oído...

El aire llena los pulmones que empujan las cotillas hacia los lados.

Los pulmones presionan el diafragma hacia abajo y masajea los intestinos que, a su vez, empujan hacia abajo el suelo pélvico.

El cuerpo se despierta, el sistema nervioso entiende que no estoy en peligro. La tensión desaparece. El suelo pélvico presiona hacia arriba y da comienzo la espiración haciendo todo el camino de vuelta hasta que el aire sale por las fosas nasales.
Esta parada técnica para observar y hacer una respiración completa puede marcar la diferencia que estamos buscando entre vivir con la lengua fuera, corriendo, sin tiempo a estar presentes en nuestra vida y alargar cada segundo de nuestro día.

El tiempo, de repente, aparece y se pone a nuestra entera disposición.