Me encantan las “casualidades” de la vida. He mirado el artículo que escribí el año pasado con este título y contaba que habían venido a verme unas amigas de Bilbao el fin de semana y, justo cuando se cumple un año ,yo he pasado el fin de semana en Bilbao.
Hacia tiempo que no iba y me moría de ganas y, porqué negarlo, también sentía un pelín de miedo.
Hace ya dos años que me mudé a Teruel y en alguna parte de mi cuerpo tenía la duda de qué pasaría al volver.¿Cómo me sentiría? ¿Cómo me recibiria Bilbao? Igual sentía que me había equivocado, o que lo echaba tanto de menos que me entrarían unas ganas locas de volver, temía sentir un Stendhalazo al cruzar la muga y adentrarme entre los montes verdes.
Sentía un nervio ligero al visualizarme paseando por la ria frente al Guggenheim y. suponía que la nostalgia se convirtiera en arrepentimiento.
Pensaba que al abrazar a mis amigas no podría despegarme.
Me lo he pasado muy bien y me he reencontrado con un montón de amigas en lugares importantes para mí: el Casco Viejo, Karmela, Astondo, el Puerto Viejo...
He comido un rape riquísimo, rabas, pollo de cervecera remojado con cañones (las cañas de Bilbao son de otro planeta).
He ido a una Jam, he nadado en el mar, he dado una charla, me he tumbado en el cesped, he conocido al peque de una amiga, he recibido montones de abrazos y de “te echamos de menos”. No me ha dado tiempo de ver a todo el mundo. Ha salido el sol y ha llovido a cántaros.
He saboreado cada minuto.
Me he sentido en casa, cómoda, querida, arropada, como si nunca me hubiera ido.
¡Ya ven que ha sido un viaje muy completito! Y ¿saben qué es lo que no ha pasado? Pues que no me arrepiento ni un poquico de haber vuelto.
He sido muy feliz en Bilbao y estoy muy agradecida por todo lo que he recibido (y sigo recibiendo) y, al mismo tiempo, estoy muy contenta de vivir en Teruel de nuevo.
Durante mi escapada he podido presumir con mis amigas de todo lo que tenemos las turolenses.
Me he chuleado mucho de la tranquilidad, del silencio, de ir andando a todos los sitios. He presumido del sol de invierno, del jamón y de nuestros paisajes.
He hablado del mudejar, de cómo se multiplica tu tiempo, de los rincones secretos lejos de los agobios que produce el turisteo.
He contado con la boca bien llena que Teruel es un lugar donde se puede VIVIR. Lo pongo con mayúsculas porque no estoy hablando de sobrevivir, de ir tirando, de ir con la lengua fuera, de no tener tiempo ni para respirar.
Aquí, en esta inmensidad despoblada sucede la vida, la del tiempo infinito, la del silencio, la calma y esto que algunas denominan NADA resulta que es TODO.
Tenemos en nuestros paisajes, en nuestro territorio, algo que pocos tienen: espacio suficiente para vivir en paz.
Hacia tiempo que no iba y me moría de ganas y, porqué negarlo, también sentía un pelín de miedo.
Hace ya dos años que me mudé a Teruel y en alguna parte de mi cuerpo tenía la duda de qué pasaría al volver.¿Cómo me sentiría? ¿Cómo me recibiria Bilbao? Igual sentía que me había equivocado, o que lo echaba tanto de menos que me entrarían unas ganas locas de volver, temía sentir un Stendhalazo al cruzar la muga y adentrarme entre los montes verdes.
Sentía un nervio ligero al visualizarme paseando por la ria frente al Guggenheim y. suponía que la nostalgia se convirtiera en arrepentimiento.
Pensaba que al abrazar a mis amigas no podría despegarme.
Me lo he pasado muy bien y me he reencontrado con un montón de amigas en lugares importantes para mí: el Casco Viejo, Karmela, Astondo, el Puerto Viejo...
He comido un rape riquísimo, rabas, pollo de cervecera remojado con cañones (las cañas de Bilbao son de otro planeta).
He ido a una Jam, he nadado en el mar, he dado una charla, me he tumbado en el cesped, he conocido al peque de una amiga, he recibido montones de abrazos y de “te echamos de menos”. No me ha dado tiempo de ver a todo el mundo. Ha salido el sol y ha llovido a cántaros.
He saboreado cada minuto.
Me he sentido en casa, cómoda, querida, arropada, como si nunca me hubiera ido.
¡Ya ven que ha sido un viaje muy completito! Y ¿saben qué es lo que no ha pasado? Pues que no me arrepiento ni un poquico de haber vuelto.
He sido muy feliz en Bilbao y estoy muy agradecida por todo lo que he recibido (y sigo recibiendo) y, al mismo tiempo, estoy muy contenta de vivir en Teruel de nuevo.
Durante mi escapada he podido presumir con mis amigas de todo lo que tenemos las turolenses.
Me he chuleado mucho de la tranquilidad, del silencio, de ir andando a todos los sitios. He presumido del sol de invierno, del jamón y de nuestros paisajes.
He hablado del mudejar, de cómo se multiplica tu tiempo, de los rincones secretos lejos de los agobios que produce el turisteo.
He contado con la boca bien llena que Teruel es un lugar donde se puede VIVIR. Lo pongo con mayúsculas porque no estoy hablando de sobrevivir, de ir tirando, de ir con la lengua fuera, de no tener tiempo ni para respirar.
Aquí, en esta inmensidad despoblada sucede la vida, la del tiempo infinito, la del silencio, la calma y esto que algunas denominan NADA resulta que es TODO.
Tenemos en nuestros paisajes, en nuestro territorio, algo que pocos tienen: espacio suficiente para vivir en paz.