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Una joya inesperada Una joya inesperada

Una joya inesperada

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José Baldó

Que nadie se deje engañar por su título, Mi reno de peluche no es una serie destinada al público infantil. Ni siquiera estoy seguro de que sea una recomendación que vaya a complacer a todo tipo de espectadores. Es dura e incómoda en muchos momentos, pero también necesaria, honesta y adictiva. El último éxito de Netflix no está protagonizado por grandes estrellas de Hollywood, tampoco cuenta con lujosos efectos visuales ni un presupuesto exagerado. Estrenada sin apenas promoción, el constante boca a boca de la audiencia y su impacto en las redes sociales han sido los responsables de convertirla en uno de los fenómenos de la temporada.

Mi reno de peluche está basada en la experiencia real de su creador y estrella, Richard Gadd, un cómico escocés que sufrió en sus propias carnes los episodios traumáticos que vive el protagonista. Donny Dunn es un aspirante a humorista que trabaja como camarero en un pub; allí conoce a Martha (Jessica Gunning), una mujer desequilibrada y vulnerable a la que intenta consolar. Sin darse cuenta, ese buen gesto libera la obsesión enfermiza de ella hacia el joven. A partir de ese instante, la escalada de acoso y persecución que sufre Donny hace que su vida se convierta en una auténtica pesadilla.

Una historia verdadera

Durante cuatro años, Gadd tuvo que convivir con la amenaza diaria de una mujer que llegó a enviarle más de 40.000 correos electrónicos -muchos de ellos reproducidos literalmente en la serie-, cientos de mensajes de voz y comentarios de Facebook. La acosadora invadía su vida personal, le increpaba en mitad de sus actuaciones y le perseguía hasta su casa. Esa vivencia sirve a su creador para desarrollar una ficción dolorosamente real en torno a los traumas, la salud mental y el sentimiento de culpa. Disfrazada de falsa comedia negra, Mi reno de peluche avanza sin frenos a lo largo de siete capítulos, de apenas media hora de duración cada uno, que pondrán a prueba la entereza del público. Yo mismo estuve a punto de abandonarla tras los dos primeros episodios. La oscuridad del relato se clava en el estómago como un puñal y te obliga a tomar un respiro. Iluso de mí, no era consciente de que aquello tan solo era un aperitivo. Nadie podrá adelantarse al giro de guion que supone el cuarto capítulo; un prodigio narrativo que añade una nueva incógnita a la ecuación y justifica algunos de los comportamientos del personaje protagonista.

A partir de aquí guardaré silencio para preservar el misterio. El viaje que propone la serie merece la pena y, créanme, agradecerán disfrutarla sin que un juntaletras con afán de protagonismo se vaya de la lengua.

Mi reno de peluche supone, para muchos, el descubrimiento de Richard Gadd. Un actor y guionista que no duda en hurgar en su desgarradora experiencia para exorcizar sus propios demonios. Sin paños calientes, Gadd se desnuda ante nosotros huyendo del victimismo y nos convierte en cómplices de su destino. Una serie que arranca como una versión British de la popular Misery de Stephen King, estalla ante nosotros como una autobiografía descarnada y desemboca en un retrato visceral del acoso, el abuso de poder y la complejidad de las relaciones humanas.

En definitiva, el espectador presencia el relato como si fuera un voyeur ante un accidente de tráfico. Experimenta el terror, es consciente de la tragedia, comparte el dolor de las víctimas, pero su morbosa curiosidad le impide apartar los ojos de la pantalla.