Soy un adicto a las novelas policíacas. Devoro cantidades ingentes de literatura negrocriminal, tanto clásicos incontestables como thrillers cargados de clichés, tópicos y lugares comunes. Una pasión enfermiza que se extiende, de igual modo, a cualquier serie televisiva protagonizada por un detective o policía. Esto me lleva a probar suerte con cada estreno que se adhiera mínimamente al género negro —lo cual es casi la totalidad de la oferta actual de las plataformas— y a renegar de muchas de ellas tras ver sólo un par de capítulos. Precisamente, en la última semana he recibido una de cal y otra de arena.
El 1 de enero Netflix incorporaba a su catálogo la serie inglesa Te echo de menos, una nueva adaptación del autor superventas Harlan Coben, tras las exitosas El inocente y Engaños. Coben es un experto a la hora de escribir thrillers adictivos cuyas páginas vuelan entre las manos del lector; he sido un fiel seguidor de este autor a lo largo de los años y les confesaré que, aunque jamás me aburrí con sus libros, los argumentos se olvidan con mucha facilidad. Algo parecido ocurre con Te echo de menos, una miniserie que vendría a ser el equivalente a un Big Mac televisivo: sabroso y saciante, pero en las antípodas de la buena cocina. Kat Donovan es una policía que descubre en una aplicación de citas a su exnovio, el mismo que la abandonó once años atrás sin dar explicaciones. Por si fuera poco, debe investigar una serie de misteriosas desapariciones al tiempo que surgen nuevas pistas en relación al asesinato de su padre, también agente de la ley. En resumen, cinco capítulos llenos de suspense y giros de guion impredecibles que harán las delicias de los fans (menos exigentes) del género.
En el otro extremo de la balanza se encuentra Sherwood, una de las grandes series producidas por la BBC en los últimos tiempos. Aprovechando que Filmin estrenaba la segunda temporada, decidí comprobar por mí mismo si los elogios de crítica y público estaban justificados. Y déjenme que sea franco: si Te echo de menos es puro McDonald’s, Sherwood sería el equivalente culinario de un menú degustación en cualquier restaurante con estrella Michelin.
A mediados de la década de los 80, cientos de mineros ingleses fueron a la huelga para luchar contra el cierre de las minas de carbón. La decisión de Margaret Thatcher de privatizar el sector acabó con el sustento de muchas comunidades obreras y dejó huellas indelebles entre sus miembros. Casi cuatro décadas después, un asesinato en un pequeño pueblo de Nottinghamshire reabre las viejas heridas del pasado entre los mineros que participaron en la huelga en 1984 y los que optaron por seguir trabajando. Un asesino, armado con arco y flechas, se esconde como un moderno —y oscuro— Robin Hood en el bosque de Sherwood y siembra el terror entre los vecinos del pueblo.
El policía Ian St. Clair (David Morrissey) deberá ocuparse de la investigación y encontrar las respuestas de un crimen que hunde sus raíces en un período trágico de la comunidad. Demasiadas cuentas pendientes y conflictos por resolver son el reflejo de un trauma generacional que amenaza con destruir el presente.
Como siempre ocurre con las buenas historias, al dar carpetazo a las dos temporadas de Sherwood, sientes el doloroso vacío que deja la ausencia de sus personajes. Te gustaría sentarte frente a James Graham, creador de la serie, mirarlo a los ojos y ofrecerle tu alma a cambio de más capítulos de tu nueva ficción favorita.
Lo siento, Harlan Coben, pero prefiero el chuletón. Te echo de menos, Sherwood.
El 1 de enero Netflix incorporaba a su catálogo la serie inglesa Te echo de menos, una nueva adaptación del autor superventas Harlan Coben, tras las exitosas El inocente y Engaños. Coben es un experto a la hora de escribir thrillers adictivos cuyas páginas vuelan entre las manos del lector; he sido un fiel seguidor de este autor a lo largo de los años y les confesaré que, aunque jamás me aburrí con sus libros, los argumentos se olvidan con mucha facilidad. Algo parecido ocurre con Te echo de menos, una miniserie que vendría a ser el equivalente a un Big Mac televisivo: sabroso y saciante, pero en las antípodas de la buena cocina. Kat Donovan es una policía que descubre en una aplicación de citas a su exnovio, el mismo que la abandonó once años atrás sin dar explicaciones. Por si fuera poco, debe investigar una serie de misteriosas desapariciones al tiempo que surgen nuevas pistas en relación al asesinato de su padre, también agente de la ley. En resumen, cinco capítulos llenos de suspense y giros de guion impredecibles que harán las delicias de los fans (menos exigentes) del género.
En el otro extremo de la balanza se encuentra Sherwood, una de las grandes series producidas por la BBC en los últimos tiempos. Aprovechando que Filmin estrenaba la segunda temporada, decidí comprobar por mí mismo si los elogios de crítica y público estaban justificados. Y déjenme que sea franco: si Te echo de menos es puro McDonald’s, Sherwood sería el equivalente culinario de un menú degustación en cualquier restaurante con estrella Michelin.
Los ecos de un trauma generacional
A mediados de la década de los 80, cientos de mineros ingleses fueron a la huelga para luchar contra el cierre de las minas de carbón. La decisión de Margaret Thatcher de privatizar el sector acabó con el sustento de muchas comunidades obreras y dejó huellas indelebles entre sus miembros. Casi cuatro décadas después, un asesinato en un pequeño pueblo de Nottinghamshire reabre las viejas heridas del pasado entre los mineros que participaron en la huelga en 1984 y los que optaron por seguir trabajando. Un asesino, armado con arco y flechas, se esconde como un moderno —y oscuro— Robin Hood en el bosque de Sherwood y siembra el terror entre los vecinos del pueblo.
El policía Ian St. Clair (David Morrissey) deberá ocuparse de la investigación y encontrar las respuestas de un crimen que hunde sus raíces en un período trágico de la comunidad. Demasiadas cuentas pendientes y conflictos por resolver son el reflejo de un trauma generacional que amenaza con destruir el presente.
Como siempre ocurre con las buenas historias, al dar carpetazo a las dos temporadas de Sherwood, sientes el doloroso vacío que deja la ausencia de sus personajes. Te gustaría sentarte frente a James Graham, creador de la serie, mirarlo a los ojos y ofrecerle tu alma a cambio de más capítulos de tu nueva ficción favorita.
Lo siento, Harlan Coben, pero prefiero el chuletón. Te echo de menos, Sherwood.