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Regreso a ‘Salem’s Lot’ Regreso a ‘Salem’s Lot’

Regreso a ‘Salem’s Lot’

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José Baldó
A medida que uno va acumulando años y lecturas a sus espaldas, las sabias palabras de Pío Baroja cobran sentido, “cuando uno se hace viejo, gusta más releer que leer”. Todavía conservo la lozanía y el color en mis cabellos -no demasiado abundantes, todo hay que decirlo-, pero reconozco que encuentro un deleite especial recuperando aquellas novelas de las que guardo buen recuerdo. No es un simple ejercicio de nostalgia; volver a sumergirme en las páginas de un libro que leí en el pasado me permite evocar los lugares y pasajes de mi vida donde fui feliz, aunque en ellos ocurran sucesos tan terribles como los que narra Stephen King en Salem’s Lot. Desde que tengo uso de razón, he sido un lector constante del autor de Carrie o El resplandor, y siento un cariño especial por esta novela de vampiros escrita a mediados de los 70, que supuso una actualización del mito de Drácula para el lector moderno. 

Por ello, el estreno en Max de la nueva adaptación de Salem’s Lot -la tercera traslación del libro a la pantalla- parecía la excusa perfecta para reencontrarse con la energía diabólica y la atmósfera absorbente del rey del terror. 

Los más talluditos del lugar recordarán la magnífica miniserie dirigida por Tobe Hooper (La matanza de Texas, Poltergeist) y emitida por TVE en 1985, que alimentó las pesadillas de toda una generación. Lástima que no pueda decir lo mismo de la última versión de la novela que ahora llega a nuestras pantallas; una película funcional y correcta, que no hace justicia al texto original. Tras verla, queda la sensación de que la cinta ha sufrido innumerables recortes en la sala de montaje: simplifica las tramas, reduce el número de personajes y prefiere el susto fácil antes que el verdadero suspense. Con todo, el film esconde ideas interesantes, hallazgos a medio camino entre el genio -los maleteros de los automóviles convertidos en ataúdes para los vampiros- y la desvergüenza -la grotesca transición que pasa de una biblia abriéndose a un sándwich de mermelada-, y supone un tentempié ideal para abrir boca en la inminente noche de Halloween.

Pueblo pequeño, infierno grande

El escritor Ben Mears (Lewis Pullman) regresa al lugar donde pasó buena parte de su infancia, Jerusalem’s Lot, en busca de inspiración para su próxima novela. Al poco de llegar, comienzan a sucederse extrañas desapariciones y muertes sin explicación aparente; Mears, con ayuda de otros vecinos del pueblo, descubre que están siendo aterrorizados por un vampiro sediento de sangre. 

Su director, Gary Dauberman, responsable del guion de las dos partes de It y director de la (mucho más) divertida Annabelle vuelve a casa, se ha visto superado por un material de partida imposible de condensar en apenas dos horas de proyección. Los diálogos de los personajes intentan suplir la falta de desarrollo de algunas de las escenas y, en muchos casos, hay vacíos argumentales que sólo los seguidores de la obra de King podrán rellenar. No obstante, Dauberman es un gran conocedor del género y siembra la película con guiños sutiles que le reconcilian con clásicos del cine vampírico como Jóvenes ocultos, las distintas versiones de Drácula y, por supuesto, la miniserie de Hooper, de la que copia incluso la apariencia de Barlow como un Nosferatu redivivo.

En su conjunto, este regreso a El misterio de Salem’s Lot deja al espectador con sentimientos encontrados y la certeza de que el autor de Maine se merecía algo mejor que un puñado de crucifijos iluminados como si fueran gusiluces. Háganme acaso, apaguen el televisor, busquen acomodo en su sillón favorito y dejen que sea el maestro King quien les robe el sueño con su escalofriante novela de vampiros.