Con la muerte de David Lynch el pasado 15 de enero, decimos adiós al creador más iconoclasta del cine contemporáneo. Definido como el primer cineasta surrealista estadounidense, Lynch encontró en las películas el vehículo perfecto para explorar la oscuridad del mundo que nos rodea. Inquietante, enfermiza, bizarra o, directamente incomprensible, son algunos de los calificativos que su obra ha recibido a lo largo de los años.
Desde su primer film, el clásico de culto Cabeza borradora -un relato pesadillesco que, entre otras cosas, nos habla del miedo a la paternidad-, Lynch se sintió cómodo transitando por los márgenes del cine experimental. Conoció el éxito (El hombre elefante) y también el fracaso (Dune), pero supo recomponerse y plantar los cimientos de un estilo único e inconfundible con la magnífica Terciopelo azul. A medio camino entre el noir y el thriller erótico, con sutiles toques de humor negro, la cinta protagonizada por Kyle McLachlan, Isabella Rossellini y Dennis Hopper sigue vigente como una de las obras maestras de su director. Una película que habla sobre la pérdida de la inocencia, no sólo la del protagonista, sino también la de los propios espectadores que entramos -a través de esa oreja cortada en mitad del bosque- al reverso de la apacible American Way of Life. Una pasión enfermiza y un peligroso descenso a los infiernos. Una historia perturbadora contada a través de las imágenes más bellas posibles, con escenarios que parecen sacados de una pintura de Norman Rockwell; una combinación de vallas blancas de madera, cielos azules y labios rojos perfilados bajo el influjo de un Buñuel oriundo de Montana.
A partir de ese instante, cada proyecto que suma David Lynch supone un paso adelante en su consolidación como poeta de lo extraño. Con Corazón salvaje se adelanta a la violencia exagerada de los hermanos Coen y Tarantino, mientras homenajea al clásico El mago de Oz y al cine de pandilleros de los años 50. Una historia verdadera es, posiblemente, la obra menos lyncheana de su director. La aventura de Alvin Straight, el anciano que recorre cientos de kilómetros subido en un cortacésped para despedirse de su hermano enfermo, es un canto a la vida que atenta al lacrimal del espectador en cada escena. Por otro lado, Carretera perdida, Mulholland Drive e Inland Empire dan forma a una trilogía sobre la decadencia de la ciudad de Los Ángeles. Una inmersión en el Hollywood más oscuro, complemento al Sunset Boulevard de Billy Wilder que huye de la literalidad y entra de lleno en el mundo de los sueños.
Un pueblo llamado 'Twin Peaks'
En 1990, coincidiendo con la llegada de las televisiones privadas a España, Lynch y el guionista Mark Frost estrenaban Twin Peaks, y conseguían revolucionar el mundo de las series de ficción. Un pequeño pueblo amanece con el descubrimiento del cadáver de una joven en la orilla de un lago. La imagen de Laura Palmer, con el rostro azulado y envuelta en plástico, se convirtió en referente para toda una generación que crecimos pegados a la pequeña pantalla y aguardamos ansiosos la emisión de cada capítulo en Telecinco. Todo era nuevo y sorprendente. Sin darnos cuenta, convertimos al más marciano de los directores de Hollywood en una estrella para el gran público y el enigma de la serie, “¿quién mató a Laura Palmer?”, en uno de los primeros memes de la historia.
Un puñado de frases no puede hacer justicia al talento de un cineasta incomparable. Por fortuna, sus adeptos tenemos el regalo que le hizo Spielberg en Los Fabelman. En ella, Lynch tomó el parche y el puro de John Ford, maestro de maestros, y se encargó de mostrar a un bisoño Steven el horizonte de su futuro. Tras su despedida, está claro que el nuestro es un poco más triste.