En el primer capítulo de Celeste, el último estreno de Movistar Plus+, la inspectora de Hacienda a la que da vida Carmen Machi se pregunta porqué existen tantos matrimonios entre los trabajadores de su gremio. Los años y la experiencia le han hecho llegar a una conclusión triste y demoledora: “porque no le gustamos a nadie”.
Llego a la serie a instancias de un buen amigo, también funcionario de la Agencia Tributaria, que establece un paralelismo entre la trama y los problemas que mantuvo la cantante colombiana Shakira con el fisco español. Aunque, en un primer momento, el personaje de Celeste puede remitir a la intérprete del Waka waka, les prometo que ahí termina cualquier conexión con el caso real. La serie huye del sensacionalismo para centrarse en el relato de una mujer que, a punto de jubilarse como inspectora de Hacienda, se embarca en una última investigación: debe demostrar que Celeste, la gran estrella de la música latina, permaneció 184 días en España durante el pasado año. De ser así, la artista constará como residente en nuestro país y deberá hacer frente a una suntuosa multa de veinte millones de euros.
Celeste escapa de las etiquetas. Es una comedia con un poso de amargura, y a la vez, tiene las hechuras de un thriller policíaco (sin policías). Están las paredes cubiertas con las pruebas del delito, las persecuciones e, incluso, un improvisado tándem de detectives que empareja a nuestra protagonista con una funcionaria inocentona (Clara Sans) que hace las veces de Watson. “Es como Zodiac pero con el IRPF”, así define su creador el concepto de la serie; una intriga de cocción lenta que sustituye el San Francisco de la obra maestra de David Fincher por un Madrid castizo, más propio del esperpento valleinclanesco.
Con este nuevo proyecto, San José vuelve a dinamitar los límites del género. Al igual que hizo con Vota Juan, el guionista huye del chiste fácil, de la excusa comercial y no tiene reparos a la hora de pervertir la comedia y acercarla al drama más puro. El propio creador reconoce su deuda con el universo de Luis García Berlanga o Manuel Summers —hay pocas comedias más agridulces que La niña de luto o Ángeles gordos—, directores “ligados al dolor, al hambre, a la censura y la muerte”.
Otro de los grandes aciertos de la serie es el de dar voz a un colectivo poco explotado en la pequeña y gran pantalla y, por lo general, tratado con bastante acritud. Hay que retroceder hasta principios de los 90 para ver al actor José Sazatornil “Saza” dando vida a un inspector de la Agencia Tributaria en la sitcom de TVE, Tercera planta, inspección fiscal.
Hace poco más de un mes, mi amigo —ya saben, el funcionario de Hacienda— incumplía la regla de oro que dicta Sara Santano y se casaba con un músico, saxofonista para más señas. Escapaba de la maldición endogámica entre funcionarios y demostraba que, casi siempre, la realidad es más dulce que la ficción. Griten conmigo, ¡viva el Amor! ¡Viva Celeste! y, por si las moscas, ¡viva Hacienda!
Llego a la serie a instancias de un buen amigo, también funcionario de la Agencia Tributaria, que establece un paralelismo entre la trama y los problemas que mantuvo la cantante colombiana Shakira con el fisco español. Aunque, en un primer momento, el personaje de Celeste puede remitir a la intérprete del Waka waka, les prometo que ahí termina cualquier conexión con el caso real. La serie huye del sensacionalismo para centrarse en el relato de una mujer que, a punto de jubilarse como inspectora de Hacienda, se embarca en una última investigación: debe demostrar que Celeste, la gran estrella de la música latina, permaneció 184 días en España durante el pasado año. De ser así, la artista constará como residente en nuestro país y deberá hacer frente a una suntuosa multa de veinte millones de euros.
Un thriller tributario
Diego San José, guionista de títulos como Ocho apellidos vascos, Fe de etarras y creador de la serie Vota Juan, se saca de la manga un personaje a la medida de la gran actriz Carmen Machi. Sara Santano es una funcionaria gris y aburrida que arrastra las secuelas de un sonado fracaso laboral en su carrera —no logró “cazar” a un famoso jugador de fútbol por evasión de impuestos— que llegó a poner patas arriba su vida familiar. Sara es la antítesis de la juventud y el éxito que representa Celeste (Andrea Bayardo); una viuda solitaria de 62 años que vislumbra su futuro vacío tras su jubilación y se agarra a esta misión como si fuera su última oportunidad para redimirse.Celeste escapa de las etiquetas. Es una comedia con un poso de amargura, y a la vez, tiene las hechuras de un thriller policíaco (sin policías). Están las paredes cubiertas con las pruebas del delito, las persecuciones e, incluso, un improvisado tándem de detectives que empareja a nuestra protagonista con una funcionaria inocentona (Clara Sans) que hace las veces de Watson. “Es como Zodiac pero con el IRPF”, así define su creador el concepto de la serie; una intriga de cocción lenta que sustituye el San Francisco de la obra maestra de David Fincher por un Madrid castizo, más propio del esperpento valleinclanesco.
Con este nuevo proyecto, San José vuelve a dinamitar los límites del género. Al igual que hizo con Vota Juan, el guionista huye del chiste fácil, de la excusa comercial y no tiene reparos a la hora de pervertir la comedia y acercarla al drama más puro. El propio creador reconoce su deuda con el universo de Luis García Berlanga o Manuel Summers —hay pocas comedias más agridulces que La niña de luto o Ángeles gordos—, directores “ligados al dolor, al hambre, a la censura y la muerte”.
Otro de los grandes aciertos de la serie es el de dar voz a un colectivo poco explotado en la pequeña y gran pantalla y, por lo general, tratado con bastante acritud. Hay que retroceder hasta principios de los 90 para ver al actor José Sazatornil “Saza” dando vida a un inspector de la Agencia Tributaria en la sitcom de TVE, Tercera planta, inspección fiscal.
Hace poco más de un mes, mi amigo —ya saben, el funcionario de Hacienda— incumplía la regla de oro que dicta Sara Santano y se casaba con un músico, saxofonista para más señas. Escapaba de la maldición endogámica entre funcionarios y demostraba que, casi siempre, la realidad es más dulce que la ficción. Griten conmigo, ¡viva el Amor! ¡Viva Celeste! y, por si las moscas, ¡viva Hacienda!