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Gene Hackman, que estás en los cielos Gene Hackman, que estás en los cielos

Gene Hackman, que estás en los cielos

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José Baldó
Además de una excelente directora, Pilar Miró fue una mitómana que, desde niña, quedó fascinada por el cine clásico. En Gary Cooper, que estás en los cielos, su película más personal, la actriz Mercedes Sampietro se ponía en la piel de una realizadora de televisión que debía ser operada de urgencia. En ese trance, hacía balance de su vida y se sinceraba sobre cuestiones como el amor, la soledad o la proximidad de la muerte. Buscaba consuelo entre sus recuerdos y se encomendaba a Gary Cooper, el actor que durante décadas representó al americano ideal, el único héroe capaz de fundir con la mirada el miedo de la protagonista.

No hace falta ser Pilar Miró para reconocer la grandeza de la estrella de Solo ante el peligro. De igual modo, tampoco es necesario esperar a que el tiempo dicte sentencia sobre una verdad que admite pocas dudas: si Cooper es Dios, Gene Hackman podría ser su profeta ante las cámaras. 

El pasado 26 de febrero fallecía el reconocido actor a la edad de 95 años. El protagonista de films como La conversación o Arde Mississippi llevaba más de 20 años apartado del mundo del cine, pero su recuerdo seguía estando presente en la memoria del público. 
A lo largo de su carrera, Hackman huyó de los focos y de la fama de Hollywood, buscó la excelencia en su trabajo y se especializó en encarnar personajes duros y atormentados. Alejado del prototipo de galán, su físico se correspondía con el del hombre corriente, el mismo que acudía a las salas y podía verse reflejado en la pantalla. Tuvo una infancia y adolescencia difíciles. El abandono de su padre cuando contaba con 13 años marcó la primera etapa de su vida. El cine se convirtió en un refugio y el pequeño Hackman forjó su personalidad admirando el trabajo de iconos como James Cagney o Errol Flynn. Sin embargo, no sería hasta alcanzar la treintena cuando decidió probar suerte en el mundo de la interpretación. Estudió en el Pasadena Playhouse de Los Ángeles y allí coincidió con un joven aspirante a actor llamado Dustin Hoffman; ambos fueron etiquetados por sus profesores como “los dos tipos con menos probabilidades de triunfar”.   

Hackman se estrenaba en el cine con Lilith (1964) junto a Warren Beatty, pero su gran oportunidad llegaría tres años más tarde con Bonnie and Clyde. Aquí coincide de nuevo con Beatty e interpreta al hermano del famoso forajido Clyde Barrow; la película es un éxito y Hackman recibe su primera nominación al Óscar. A partir de ese instante, la carrera del actor se dispara y comienza a encadenar papeles cada vez más relevantes. El punto de inflexión lo marca The French Connection (1971) y su interpretación de Jimmy Popeye Doyle, un rudo detective de la policía de Nueva York que sigue la pista de una red de traficantes de droga. El film recibió cinco premios de la Academia, incluida la estatuilla como mejor actor para Hackman. 

Su talento y versatilidad fueron reclamados por directores como Coppola, Woody Allen, Sydney Pollack o Clint Eastwood. Precisamente, con este último ganaría su segundo Óscar -esta vez como secundario- por su despiadado y feroz Sheriff en Sin perdón
Hackman tuvo muchas vidas en la pantalla. Fue un investigador privado melancólico y desencantado (La noche se mueve), un entrenador de baloncesto en horas bajas (Hoosiers), el mayor villano de los cómics (Superman) e, incluso, un presidente de EE.UU. tan temible como el que en estos momentos ocupa la Casa Blanca (Poder absoluto). 

Ahora que su luz se ha apagado, nos queda el brillo de su legado. En cuestión de fe, sólo creo en Buñuel, pero me rindo ante el oficio de un actor que siempre supo abrazar la excelencia. Gene Hackman, que estás en los cielos, gracias por un trabajo bien hecho.