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‘1992’, un ‘curro’ demasiado convencional ‘1992’, un ‘curro’ demasiado convencional

‘1992’, un ‘curro’ demasiado convencional

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José Baldó

1992 fue un gran año para España: Barcelona era la sede oficial de los Juegos Olímpicos y Sevilla se vestía con sus mejores galas para acoger la Exposición Universal. Apenas guardo recuerdo de las celebraciones, pero sí de sus mascotas —Cobi y Curro, respectivamente— y les puedo asegurar que su estética naif y preescolar alimentó buena parte de mis pesadillas preadolescentes. Treinta y dos años después, Netflix estrena una serie para aquellos que siempre supimos que el extraño pájaro andaluz, de pico alargado y cresta multicolor, no era de fiar.

El iconoclasta Álex de la Iglesia dirige y escribe —junto a su fiel colaborador Jorge Guerricaechevarría y los guionistas Pablo Tébar y Jorge Valdano— 1992, un thriller de suspense cargado de tópicos en el que un villano despiadado se oculta tras una máscara de Curro y abrasa a sus víctimas con un lanzallamas.

Sevilla tiene un color especial

El marido de Amparo (Marián Álvarez) fallece a causa de una misteriosa explosión. Ante los nulos avances de la policía, la reciente viuda unirá fuerzas con Richi (Fernando Valdivielso), un ex policía al que echaron del cuerpo por alcoholismo y que ahora trabaja como vigilante de seguridad. La sucesión de nuevas muertes con un modus operandi similar, alerta a la pareja sobre la existencia de una posible conexión entre las víctimas. Por si fuera poco, el asesino deja su firma en todos los cadáveres y los acompaña con un muñeco de Curro. Pronto, Amparo descubre que su marido es tan sólo el daño colateral de una compleja trama que amenaza la vida del grupo de prohombres que organizaron la Expo en el 92.

La serie entrelaza realidad y ficción para rendir cuentas con esa Nueva España que nacía a comienzos de la década de los 90. Todas las grandes potencias tenían los ojos puestos en nuestro país, el futuro pasaba por Sevilla y de su éxito dependía nuestra apertura al mundo. 1992 habla de una corrupción que ha sobrevivido hasta nuestros días tras más de treinta años de una gestión llena de (pocas) luces y (muchas) sombras.

El asesino desfigurado representa al ser marginal que habita en las ruinas del pasado. Al igual que el fantasma de la ópera, se esconde entre las sombras y acosa a aquellos que deben pagar por sus pecados. Una historia clásica de venganza que el director de El día de la bestia dinamita con su particular concepción pantagruélica del audiovisual: un festival de excesos que combina el relato canónico de misterio con la comedia negra, la acción salvaje e, incluso, pequeñas concesiones al género de terror que no son más que el arrebato de un genuino amante del cine fantástico.

De Los crímenes del museo de cera al slasher a lo Viernes 13, con un villano que viste como el protagonista de Kick-Ass y cuyo rostro recuerda al pesadillesco Freddy Krueger. El homenaje está servido y uno de los más simpáticos corre a cargo del personaje de Richi que, alcoholizado hasta las trancas, cree hablar con los muertos; un guiño al clásico Un hombre lobo americano en Londres que el realizador bilbaíno repite tras la magnífica Crimen ferpecto.

Buena parte de la audiencia se verá reconfortada con un entretenimiento sin pretensiones, ideal para acompañar la digestión tras las comilonas navideñas. El resto perderá la paciencia con una historia que tarda en despegar, que parece rodada con desgana y adolece de un guion excesivamente previsible.

Con 1992, De la Iglesia deja atrás las intrigas demoníacas de su anterior serie para HBO y se pasa al thriller más convencional. Tal vez haya vendido su alma a Netflix, pero seguro que el precio ha sido algo más de 30 monedas.