Hay imágenes que se adhieren a nuestra memoria y perduran durante años entre sus pliegues sin que conozcamos la razón de su eternidad. Toda mi vida he sido un fanático del cine fantástico y de terror; recordaba fragmentos aislados de una antigua película española que evocaba el espíritu de Frankenstein y los fotogramas de la versión dirigida por James Whale en 1931. Apenas tendría siete u ocho años, pero los engranajes de mi cabeza se empeñaban en resucitar, una y otra vez, la visión de una niña pequeña, de grandes ojos limpios y sinceros, absorta frente a una pantalla de cine. En su reflejo, sobre la sábana blanca, la popular imagen del monstruo interpretado por Boris Karloff y una niña, ambos jugando con unas flores a la orilla del río. Años más tarde, ya en plena adolescencia y en un pase televisivo, descubrí que los recuerdos me habían jugado una mala pasada; la película no era de terror y su participación del mito del moderno Prometeo creado por Mary Shelley no era más que una excusa para hablarnos de las primeras veces, de los ritos de iniciación y los descubrimientos de la infancia. Por supuesto, la película era El espíritu de la colmena y su director, el enigmático y escurridizo Víctor Erice. Hace un par de semanas saltó en prensa la noticia del regreso de Erice al cine comercial. Treinta años después de El sol del membrillo y tras una época dedicada al rodaje de cortometrajes, proyectos colectivos e incluso, video-exposiciones, el realizador vasco anunciaba que volvía a ponerse tras las cámaras con un film titulado Cerrar los ojos. No hay demasiados datos del proyecto; lo que ha trascendido a través de los medios es que la historia girará en torno a la relación entre un director retirado (un personaje con muchos puntos en común con el propio Erice y su biografía) y un actor de éxito desaparecido en extrañas circunstancias. El reparto lo encabezarán rostros conocidos por el gran público como José Coronado, Ginés García Millán y María León, y su estreno estaría previsto para el próximo 2023.
La noticia es una excusa tan buena como cualquier otra para recuperar la breve, aunque imprescindible, filmografía de un cineasta único en Europa. Tres títulos (El espíritu de la colmena, El sur y El sol del membrillo) que se encuentran entre los más importantes de la historia del cine español. Mi predilección por la primera película de Erice va más allá de la anécdota personal que he compartido con ustedes anteriormente; para un enamorado del cine y del acto, casi terapéutico, de ver películas, El espíritu de la colmena supone la puesta en escena del auténtico bautismo cinéfilo. En medio de esa España derrotada y hundida de los años 40, con las heridas de la guerra civil todavía sin cicatrizar, una tarde de invierno, una niña de seis años (Ana Torrent) descubre el cine y el poder de las imágenes en movimiento. Una revelación de ese calado nos hace preguntarnos cuál fue nuestra primera experiencia como espectadores en un cine. En mi caso, me encantaría poder sacar a la luz un título de tanto fuste como El doctor Frankenstein y culpar a esa maravilla de mis amores por el séptimo arte, pero estaría faltando a la verdad. Lo cierto es que tengo cada instante de “la primera vez” grabado a fuego en mi memoria: los nervios que sentía minutos antes de apagarse las luces, el olor del ambientador de la sala, el ruido de las bolsas de patatas fritas, las risas contagiosas de mi padre durante la proyección.
Puede que una comedia protagonizada por Bud Spencer y Terence Hill no se encuentre entre las grandes obras maestras del cine, pero conforme pasan los años, las películas se amontonan en la memoria y los seres queridos faltan, les aseguro que no cambiaría aquella tarde de verano por nada del mundo.