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Netflix alcanza la madurez Netflix alcanza la madurez

Netflix alcanza la madurez

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José Baldó
He tardado más de lo habitual en ver Adolescencia. Esto no habla mal de la serie, sino de mi poco aguante frente a ciertos temas delicados. Soy capaz de soportar el cine de terror más sangriento y viscoso, las historias más espeluznantes, pero me desarmo viendo en pantalla a unos padres desorientados frente al supuesto crimen cometido por su hijo de 13 años. Hasta tres veces vi los 10 minutos iniciales del primer capítulo. Un nudo en la garganta me impedía continuar; mi propia realidad como padre de un niño de la misma edad que el protagonista me convertía, a priori, en el peor espectador posible para la serie. No obstante, a rebufo del éxito y las buenas críticas cosechadas, decidí armarme de valor para lo que se preveía una sesión de masoquismo televisivo. Nada más lejos de la realidad. Con solo cuatro capítulos, Adolescencia es la producción más destacada de Netflix en mucho tiempo y una de las firmes candidatas a convertirse en serie del año.

Ahora mismo los imagino mandándome al cuerno, corriendo a sus televisores para evitar los innecesarios destripes de la trama. Harán bien. Adolescencia es una miniserie que se devora en un suspiro y a la que es mejor enfrentarse sin saber nada de antemano.
    

Adiós a la inocencia


Son las 6 de la mañana de un día cualquiera. La puerta de los Miller, una familia inglesa de clase trabajadora, se viene abajo y un grupo de policías armados irrumpen en la casa. El objetivo es Jamie Miller, un joven de 13 años al que las autoridades acusan del asesinato de una compañera de clase. Los padres observan con incredulidad y desesperación cómo su hijo es detenido y custodiado hasta la comisaría.

A partir de ese instante, el espectador se convierte en testigo de cada detalle del proceso legal: la toma de huellas dactilares, el examen médico, la visita del abogado, el interrogatorio. Todo ello rodado en un riguroso plano secuencia, sin interrupciones, con la cámara abriéndose paso a través de los escenarios y acompañando a los personajes a lo largo de los cuatro capítulos. Hay momentos impresionantes como la huida del amigo de Jamie al ver entrar a la policía en el aula; la persecución comienza en los pasillos del instituto, sale a las calles y finaliza con una toma aérea que se desplaza hasta el lugar del crimen. Un solo plano, sin trampa ni cartón.

Una compleja puesta en escena que sus responsables, el director Philip Barantini y el actor Stephen Graham, ya habían puesto en práctica en el film Hierve (2021), una inmersión en la trastienda de un restaurante londinense rodada en tiempo real y con ritmo de thriller.

Adolescencia no sermonea, pero sí reflexiona sobre un drama silencioso que afecta a buena parte de la sociedad. El acoso escolar, el odio a través de aplicaciones como Instagram o los peligros de la manosfera —la comunidad online que defiende la masculinidad tóxica y se enfrenta al feminismo a través de un discurso victimista y misógino— son algunas de las realidades que presenta la serie. Los guionistas, Stephen Graham (que también da vida al padre de Jamie) y Jack Thorne, optan por narrar la tragedia desde el punto de vista del verdugo, no en aras de provocar, sino con la voluntad de mostrar las terribles consecuencias que el crimen tiene en el entorno del niño. Sin embargo, en el segundo capítulo se adivina una ligera disculpa del tándem Graham-Thorne encubierta en el discurso de una de las policías encargadas del caso. La agente se lamenta de que el protagonismo siempre sea para el autor, aunque sea de un crimen: “todos van a recordar a Jamie, a ella la olvidarán”.  

Sin duda, Adolescencia es la serie del momento, un entretenimiento de calidad que remueve conciencias y genera debate. Visto lo visto, parece que Netflix por fin abandona la edad del pavo y entra de lleno en la madurez.