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De nada De nada
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Víctor Guiu

La pasada semana lo volví a hacer. Siempre caigo. Les mando a mis alumnos, cuando doy tercero, que me hagan un pequeño trabajo propio relacionado con la despoblación. Les pongo algún ejemplo y les indico alguna cosilla, pocas, para no influir demasiado. Les sitúo. Si tú fueses el alcalde, si a ti te dejaran, si participas o no en algo del pueblo… contando que la participación no es ir a la discomóvil de fiestas, que también. Su conclusión, mayoritaria (siempre hay críos impasibles al discurso, sic): no hay de nada.

En mi pueblo, como en cualquiera, se montan algunas gordas cuatro o cinco veces al año, de estas que no puedes moverte mucho por los cuatro bares que quedan y que, un martes de noviembre, subsiste como puede con alguna tertulia improvisada. Hasta el guiñote ha sucumbido. Literalmente no existe, se extinguió.

Para Ramos la juventud come después del concurso. Y se lía. Yo, borrascas impertérrito, observo con envidia sana. Da gusto, gente joven por las calles. Y casi todos del pueblo. La mayoría no vive aquí. Estudia cerca del pueblo. Trabaja cerca del pueblo. Su pueblo, como el de cada uno, es el mejor. Todos, o casi todos, se quejan amargamente que aquí no hay de nada. Y los que llevo yo en tercero, les copian la mayor. Todos, o casi todos, vienen tres o cuatro veces al año, cuando hay “algo”. Luego que no hay bares, que tardan en servir o que volveré el Jueves Santo y para fiestas.

Hoy toca juerga, pero podríamos estar hablando de cualquier otra cosa. Si todos, o algunos, volviesen todos los fines de semana, o algunos, igual el pueblo estaría más vivo, habría más bares abiertos, habría más marcha, habría más de todo, y menos alumnos míos que, a la hora de escribirme el trabajo no tendrían ese discurso fatalista.

Siempre estamos echándole la culpa a los que no la tienen del todo. Que nos viene siempre de cojón un alcalde, un concejal, un padre, un abuelo o qué se yo. Y la culpa la tenemos más cerca de lo que creemos. La culpa también está echándose un cubata cuatro veces al año mientras se lamenta el resto del tiempo y espera, sin comprometerse con nada, que le mantengamos las cuatro cosas que quedan los borrascas de mantenimiento.