Cuando yo era pequeño todavía éramos pocos los pueblos que tocábamos el tambor en Semana Santa, y te reconocías en esos detalles, además de que conocían tu pueblo por ello. En las ordenanzas municipales de 1895, de la cual guardo un original, aparece la famosa cita que nos dice que en Híjar se toca el tambor “desde tiempo inmemorial”. Tengo entendido que, según Allanegui, Calanda copió a finales del siglo XIX la costumbre de Alcañiz e Híjar. Poco a poco la cosa se extendió. Mi tío abuelo, Mosén Vicente Aguilar, llevó los tambores a Andorra desde Híjar. Algo similar hicieron otros hijaranos en Zaragoza o Caspe, entre otros lugares. Andorra fue socio fundador de la Ruta por razones políticas y no por razones objetivas, según nos contaba Mariano Laborda.
Ahora hay muchas rutas y mucha afición. Mucha cofradía de origen franquista y poca pasión. En su origen, el tambor fue un motivo de socialización de primer orden. Lejos de lo que se puede pensar, tenía un punto ácrata y unificador cuando se salía de las procesiones. Tres días donde ser uno y todos, donde sentirse iguales en una sociedad desigual.
La cosa se torció con el interés turístico. Empezó entonces la vorágine de hacer la gilipollez más grande para salir en la tele. Ya daba igual la antigüedad, la costumbre o la pureza. Todo se inventa para aparentar. Se copia. Se recopia. Se profesionaliza. Se institucionaliza. Todo para dejar de ser popular. El pueblo que copió la tradición de los calandinos odia la S.Santa de Calanda de la cual es hija menor. Cualquier pueblo que lleva 50 años escasos tocando presume de autenticidad o se monta una película de las malas.
Yo, que también he escrito muchas tonterías al respecto, abogo ahora por una S.Santa des-turística donde prime lo propio. Pero en un modo globalimbecilizado todo vale, incluso inventarse quintos centenarios sin tener confirmación documental. Que algunos pueblos sean Patrimonio de la Humanidad o tengan según qué interés dice mucho de cómo se tramitan los informes en las altas esferas.
Por mí, ojalá no viniese nadie a verlo, ni a grabarlo. No se puede caer más bajo que poner el aparentar por encima del ser, del vivir y del sentir.