Andamos en tiempos demasiado revueltos. Amplificando en las redes realidades menos reales de lo que creemos. Legislando en una diversidad ignorante que aprende a base de retazos y olvida la base sobre la que construirnos.
Se nos habla y mucho de la autocensura y la cancelación, del leer diez veces lo que escribes o darle giros de 360 grados para convertirlo en una creación diferente y ambigua, que no sea demasiado certera o sincera. Salvando los detalles del cobarde anonimato de las redes, o del servilismo estúpido y cruel de determinados medios que viven de andar amorrados a la verga que les da el sustento; crear y opinar puede convertirse en oficio de alto riesgo. Tanto es así que se releen las interpretaciones y se sitúan los creativos ante la disyuntiva de tapar o esconder, continuamente, aquello que parece que pueda ser censurado o atacado.
Nadie se salva, aunque duele más que venga de ciertos movimientos que, por definición, deberían de ser respetuosos también con los que piensan distinto a ellos, pues son la distinción, la particularidad, la desmesurada importancia de lo identitario, los lugares donde pacen y articulan sus discursos.
Así pues, las múltiples identidades generan un dogma sobre el que vertebrar un discurso del cual es complicado salir. Como un talismán mágico que adorar, cualquier salida de tono puede convertirse en otra multidisciplinas sobre las que construir todavía más dogmas. Un dogma no se rebate, no atiende a razones. Los dogmas llegan a veces a las leyes, a los grupos de amigos y, dudar tan solo, hace que los vigilantes de la doctrina de la fé se lancen desaforados al victimismo. Un victimismo particular, pues descarga toneladas de odio. Nada sirve de excusa, ni el humor ni el arte. Pueden preguntar.
Callar por no cagarla. No vaya a ser que los guardianes de la nación rojigualda, los defensores del islam, los de los infinitos géneros, las que atesoran las esencias del feminismo, los peluchistas sin pajolera idea del medio natural, los hijoputistas y un ciento de corrientes e idioteces acabados en -ismo, llamen a capítulo para decir que el que esto suscribe es el origen de todos los males del apocalipsis.