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Dos horas Dos horas
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Víctor Guiu

Decía un poeta bajoaragonés que “en veinte minutos pasa todo un rato”. Nunca me he visto en una situación tan dramática como para que se me pase por mi cabeza una vida entera en un instante. Pero puedo imaginar situaciones donde dos horas puedan ser un mundo; o que un mundo pueda ser tan distinto, en dos horas, según quién transite por un tiempo que no es el mismo para todos.

Este verano falleció mi tío José Antonio en su huerta. Fue una muerte rápida, inesperada. Se encontró mal y se sentó en un banco para no levantarse jamás. Había comprado el pan en lo del Prisco por la mañana y se había ido a la huerta, como tantas mañanas. Era un día como cualquier otro. Allí se lo encontró su cuñado, como quien reposa un rato después del trabajo. Pronto fue corriendo la noticia y apareció mi padre, su hermano, por la huerta. Durante el resto del día no dejaba de recordar que estuvo allí, con su hermano, durante dos horas hasta que apareció la funeraria. Dos horas allí, pensando y jurando, con tu hermano de cuerpo presente.

Puedo imaginar que por su cabeza pasarían muchas imágenes, muchos encuentros, muchos desencuentros. Décadas enteras en la plaza de la Parroquia. El olor a cacao y a sardinas de cubo de la tienda de su padre. Las sopas y las mañanas de invierno. Los ruidos de la postguerra y la lambreta del abuelo. Las literas en la calle San Juan de la Cruz en Zaragoza y alguna trastada de verano. Un vermú en las Palmeras o en el Equus, días o noches de una primavera donde todavía deambulaban los sueños.

Si esas dos horas las hubiésemos vivido sus sobrinos hubiésemos pensado en bodas, bautizos y comuniones. En coches y talleres, en los primeros vídeos familiares, en alguna cena de Noche Buena. En mis primos y en los karts. En las trastadas en la tienda de la Severina. En el último saludo que le di, cuando volvía en su moto, o se paraba con alguna idea para hacer en la Vegatilla.

Los recuerdos son tan personales que necesitamos toda una vida para construirlos y solo un momento para que queden perdidos en unos ojos lejanos, sentados en un banco, mientras esperamos el último viaje.

En dos horas se juega un partido de fútbol, se ve una película, dos capítulos de una serie, o la sucesión de espacios compartidos con un ser querido. Un día entero que sigue al anterior. Una vida entera que muestra lo mucho que quisimos hacer y cómo duele que, de un día para otro, la vida arranque de nuevo porque esa es la ley. Descansa en paz, tío. f