

He alcanzado la peligrosa edad de los infartos y los divorcios. Para lo primero, intento cuidarme, hago algo de ejercicio (poco, para qué engañarnos) e intento comer sano; en cuanto a lo segundo, supongo que soy un tipo con suerte. Siempre habrá alguna mente lúcida que te recuerde aquello de que el amor hay que mimarlo y regarlo cada día, pero nadie te advierte de que, si lo mojas demasiado, el jardín se encharca y se convierte en un barrizal. Los problemas económicos, de entendimiento o de conciliación laboral pueden ser las chispas que detonen el fin de una relación. Algo así les ocurre a los protagonistas de Custodia repartida, el último estreno de Disney+, una joven pareja que deberá enfrentarse al doloroso trance del divorcio con una hija de por medio.
Drama + humor, una combinación ganadora
Cris (Lorena López) y Diego (Ricard Farré) deciden separarse de mutuo acuerdo. Ambos se creen capaces de llevar la ruptura de una manera adulta y responsable por el bien de su hija Cloe (Lucía de Gracia), de 5 años. Sin embargo, pronto se dan cuenta de que no pueden hacerse cargo de la niña sin ayuda. Ella es una ingeniera adicta al trabajo y él, un community manager sin salario fijo, de modo que se ven obligados a mudarse a las casas de sus respectivos padres. Poco a poco, las tensiones entre los dos se disparan y lo que empezó como una separación amistosa acaba convirtiéndose en un auténtico infierno.
El director Javier Fesser afronta su primera serie de televisión y lo hace a partir de un guion escrito por Juanjo Moscardó y María Mínguez. Custodia repartida explora la realidad del divorcio huyendo del sensacionalismo y el discurso lacrimógeno, y adoptando una actitud empática hacia el dolor de sus protagonistas. Hay momentos de la serie en los que el espectador siente cómo el nudo se cierra sobre su garganta y el malestar le obliga a apartar la mirada de la pantalla: la discusión del séptimo capítulo, en plena negociación con los abogados, desnuda a la pareja y la enfrenta al abismo de sus reproches. No obstante, Fesser es un magnífico director de comedia y no puede evitar que el humor se filtre hasta en los momentos más insospechados. Entre tanta crudeza cabe la esperanza, y aunque no está presente la locura cartoon de El milagro de P. Tinto o sus adaptaciones de Mortadelo, sí hay lugar para la ternura y el (buen) corazón de Campeones.
La serie se ocupa de mostrar los daños colaterales del divorcio, el deseo de la pequeña Cleo por recuperar a su familia y el papel auxiliar de los abuelos, enfrentados a una segunda paternidad con su nieta. Están presentes los esfuerzos de Cris y Diego por mantener las formas frente a los amigos comunes, sus accidentadas salidas nocturnas e, incluso, las primeras citas tras la separación. Son personas reales que intentan sobrevivir tras el naufragio, que guardan los recuerdos de una vida en común en cajas de cartón y lloran desconsolados porque el viejo kebab donde se conocieron tiene colgado un cartel de traspaso.
En medio del desastre, los sufridos abuelos acuden al rescate y acaban convertidos en canguros a tiempo completo. Son Francesc Orella, Aten Soria, Fernando Sansegundo y, por encima de todos, una Adriana Ozores que borda su papel como madre controladora e insufrible.
Con Custodia repartida, Fesser nos devuelve el placer por las historias sencillas, pequeñas en ambición pero enormes en resultados. La serie se despide con el rostro de Cloe mirando a cámara, buscando la complicidad del espectador. No sabemos si Cris y Diego volverán a estar juntos, tampoco si ese inesperado giro final se materializará en una segunda temporada, pero lo que nadie podrá negar es que el viaje —la vida misma en ocho capítulos— ha sido apasionante.