No quería precipitarme con la elección del tema, pues tengo demasiado presentes los pecados capitales al escribir según el afamado poeta británico-estadounidense T.S. Eliot: “empezar a escribir demasiado pronto, escribir demasiado rápido y escribir demasiado”. No obstante, quería reflexionar sobre algo profundo, sobre lo que sienten las personas cuando nadie les mira; temas del alma que subyacen en el interior de cada uno y que, sin pedir permiso al cuerpo contenedor –el cual ya no gozaba de poder de negociación desde la época platónica- desembocan en los lugares donde siempre hubo un cauce natural. Eliot eligió el papel para expresar ese vaivén de ideas empapadas en sentimientos, pero, en pleno siglo XXI, muchas personas –que se hacen saber como ‘usuarios’- eligen las redes sociales.
Aplicaciones y soportes, desprotección de datos encubiertos en fotos o un campo minado de riguroso cuidado donde políticos y oyentes se enzarzan en hilos poco educativos. Sería bastante naíf no ver la toxicidad del asunto, pero no estamos aquí reunidos para debatirnos sobre ‘El dilema de las redes sociales’, pues para eso ya tienen un documental de Netflix con dicho nombre que recomiendo encarecidamente analizar. Lo de que realmente quiero hablarles es de la florecita que se ha quedado pequeña al haber sido vencida por la contigua, ese resquicio de luz en un mundo virtual que puede complicársele hasta al más aguerrido: los sentimientos dejados en la huella digital.
Mi padre siempre me decía que explicara los términos por muy obvios que creyera que fueran, garantizando así la accesibilidad total a todos los lectores. Con la huella digital no será menos: todo aquel rastro que dejamos cada individuo en internet, ya sea una opinión que dimos de un futbolista con 13 años en Twitter o aquellos datos que rellenamos sobre el lugar donde vivíamos para que Facebook dejara de mostrarnos la dichosa ventana de ‘completa tu perfil’.
Una vez aclarado esto, quiero afrontar esa información que se publicó en su día por cualquiera que se hallara dubitativo, apesadumbrado o simplemente confuso por cómo devenía su vida, especialmente en Twitter, lugar que te permite expresar tus emociones en pocos caracteres. Siempre me ha gustado guardarme dichos mensajes o tweets que posteaban ciertos usuarios, pues, lejos de la creencia de que las redes sociales ofrecen una visión superficial de la vida propia del latinismo panem et circenses -tan pronunciado por aquellos que creen que sólo sus aficiones corresponden a las del superhombre nietzschiano tan buscado-, las plataformas saben dar cabida a comentarios de personas corrientes que albergan un valor de conocimiento impresionante.
¿De qué tipo de valor estamos hablando? Resaltaría la concepción de una ayuda empática y, por ende, humana. La palabra es realmente poderosa, por lo que leer comentarios positivos o que incitan a la introspección de cada uno pueden servir de gran ayuda en un momento complicado de nuestras vidas. Se halla comprensión desde diversos puntos del globo terráqueo, voces que llegan unas a otras gracias al poder de conexión que tienen las redes sociales.
No les descubro nada a ninguno de ustedes, jóvenes y adultos, pues esa capacidad de alcance que pueden tener los tweets en nuestra generación se ha visto patente desde siempre en otras áreas artísticas como la música. Y si no me creen, pregunten al gran Sandro Giacobbe, de 72 años, sobre sus canciones amorosas: “cantamos al desamor con las ganas de recuperar el sentimiento de amor”. Es un ciclo que se repite década tras década; nos expresamos por los medios que tenemos accesibles en nuestro tiempo, a modo de analgésico o, más correcto en su traducción anglosajona, a modo de ‘matador del dolor’ -painkiller-.
Como ya os he adelantado, siempre me ha gustado guardarme aquellos que parece que me atraviesan la epidermis. Algunos obtienen mis ‘me gusta’ y, por tanto, aparecerá al resto de usuarios que han obtenido el beneplácito de Rubén García Bielsa. Otros, sin embargo, sólo acceden al cajón de los recuerdos guardados, no porque sean peores que los de la clase anterior, sino porque posiblemente me dé más reparo que mis conocidos sepan que me siento identificado o simplemente estoy de acuerdo con que la gente pueda sentir determinado sentimiento, aunque no tenga nada de malo sentir.
Muchos mensajes aluden a cierto resabio sobre algo que sucedió como quizá no hubiera tenido que suceder. Recordemos, lo bonito de esto es que asistimos a pensamientos de gente corriente, como usted y como yo: “a veces pienso que hoy en día no tiene sentido salir con alguien porque todo el mundo sigue pillado por su ex o está roto por alguna mierda antigua que no ha superado”. Escrito hace ya tiempo por el usuario ‘søto’, realmente opino que no puede estar mejor expresado. Conozco a muchas personas que han sufrido o sufren algo similar con menor o mayor repercusión en su salud mental. Que sea un tema difícil de hablarlo hasta con tu círculo más cercano no significa que no exista y, curiosamente, es una red social la encargada de darle voz y cabida. Puede parecer que nadie dude de la importancia de no banalizar este tema ni tomarse el mensaje de ‘søto’ a broma, pero hace poco otro usuario posteó una foto criticando las razones de por qué la gente aglomera las salas de urgencias. Una de las razones era porque ‘la novia le ha dejado’. Ustedes deciden.
En meditación enseñan a dominar los sentimientos, pues afirman que son alimentados por nuestros propios pensamientos. Puede ser que tu mente te castigue más de lo realmente te mereces por un error que cometiste tiempo atrás o quizás has domado las cuerdas de tu destino y has sabido pasar página. Lo positivo de todo esto es que la segunda persona puede ayudar a la primera incluso sin conocerse por un mensaje de reflexión personal que publicó a los cuatro vientos en una red social.
Las circunstancias de cada persona son innumerables, de ahí que no todas ellas tienen que haberme sucedido para gustarme. Sin embargo, por si encuentran cuestionable mi ausencia de lagrimal, les dejo como despedida el tweet de la usuaria ‘Cosials’, el cual, dado mi carácter de trotamundos, sobrepasó abrumadoramente mi citada epidermis: “aquí en Polonia, tumbada en el hotel a las afueras de Cracovia esperando mi turno en la ducha. Escuchando canciones de lejos, tenemos la ventana abierta, hace mucho sol. Me acuerdo de ti y espero que estés bien”.