Hace un par de semanas recibí un mensaje de whatsapp por un grupo en el que estamos varios colegas -chicos y chicas- de la universidad: “Chavalillos, una compañera necesita testimonios de hombres que NO piensen que las políticas del Ministerio de Igualdad discriminan a los hombres. Sería enviar un audio con vuestra opinión para incluirlo en una pieza más grande”.
De primeras, pensé que mi perfil coincidía con lo demandado y consideré buena opción echarle una mano a una compañera de profesión que, por desconocida que fuese, era amiga de mi amigo. Ya saben lo que dice el refrán: “Los amigos de mis amigos son mis amigos”.
Antes de precipitarme, me puse a darle vueltas al contenido de mi futuro mensaje. Yo estaba convencido de cuál era mi opinión e incluso por mi cabeza pasaban ejemplos concretos de lo que quería transmitir en ese audio que después iba a pasar al papel en forma de testimonio.
Incluso tuve abierto el chat de mi amigo para decirle que yo podía ser uno de esos hombres dispuestos a poner voz. Pero, no lo hice. “¿Quién soy yo para opinar?”, me dije.
Tras mi ataque de cobardía pasaron un par de días y el asunto seguía merodeando por mi cabeza, incluso haciéndome sentir culpable por no haberme atrevido a exponer públicamente una opinión que es incluso más valida que la del 44,1% de los hombres que creen que la promoción de la igualdad nos discrimina. A nosotros. Te tienes que reír, o echarte a llorar.
Sin embargo, llegó el domingo y Antón Álvarez -más conocido como C.Tangana-, al ser preguntado por Jordi Évole sobre la forma que tenía de entender la masculinidad, lanzó una reflexión que me sirvió de consuelo.
El artista fue tajante al hablar sobre los cambios que hemos tenido que ir asumiendo las generaciones de hombres jóvenes respecto a la revolución feminista de hoy en día: “Creo que es lo que toca. No es el momento de que diga yo cómo me siento o si me siento mal acerca de eso. Si no, no me habría enterado de nada de la revolución”. Gracias, Antón.