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Hanami Hanami
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Camino Ibarz

En casa, cada 23 de abril, mi madre nos regalaba a cada uno de sus hijos un libro. Con el paso de los años salimos fuera y muchos días de San Jorge no estábamos en casa, por eso a nuestro regreso, fuera la fecha que fuera, ahí estaba, teníamos nuestro libro esperándonos. Una costumbre que ayudó a que la lectura fuera una de mis principales aficiones.

El libro de este año lo recibiré quizás dentro de un mes o más y me consolé pensando en este detalle porque en ese regalo mi madre sé que pone muchas más cosas. Ese libro es un te quiero inmenso. Es un aprende siempre, sueña, disfruta, atrévete, construye, avanza, vive con intensidad, aprecia la belleza de lo simple.

Ayer lo eché de menos, aunque incorporé la que quizás sea a partir de este año una nueva costumbre para mí en San Jorge, la noble y simple tarea de plantar patatas, porque según la sabiduría popular, en la sierra se plantan para San Jorge.

Y mientras plantaba patatas, cebollas, zanahorias y rabanetas pensaba en la belleza de lo simple que me rodeaba en ese momento, la belleza del sonido del canto de los pájaros, de la luz del atardecer, del brote verde y pensé en la fortuna que tenemos los seres humanos si somos capaces de admirar y dejarnos enamorar por tanta belleza de lo simple y humilde que nos rodea.

Deberíamos entrenarnos en esta habilidad. Los japoneses lo hacen muy bien con su costumbre milenaria del Hanami, la apreciación de la belleza de los cerezos en flor, que significa además el sentimiento de transitoriedad de la vida y es el símbolo de los guerreros samurái, quienes, siguiendo su código ético, debían vivir con sinceridad y belleza interior, aunque su vida fuera corta, como la flor del cerezo.

Qué bueno sería que todos fuéramos samuráis, especialmente los políticos, más aún en esta época a la que nos enfrentamos y que tiene un simbólico pistoletazo de salida con la publicación de las primeras encuestas electorales en el día de Aragón. Pero sé que igual es pedir demasiado.

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