Cada vez que se habla de algún tipo de catástrofe meteorológica en Madrid, escucho voces reclamando que cosas peores ocurren en el resto de España y no se cuenta. Sin embargo, siguiendo la norma de los círculos concéntricos, es más probable que se hable de lo cercano que de lo lejano, y la mayoría de los españoles y los periodistas viven allí. Eso no es óbice para que los demás reclamemos nuestro espacio informativo; las serias dificultades para resolver cualquier asunto solo por el hecho de ser menos, nos da derecho a reclamar que nuestras noticias se cubran con la frecuencia y la rigurosidad necesarias.
Pero los madrileños tampoco se conforman. Los que tenían que viajar en tren durante la dana del fin de semana pasado, están enfadados porque nadie les avisó de las condiciones meteorológicas. Los que tuvieron que quedarse en casa o cerrar su negocio, se mosquearon porque la alarma meteorológica no fue para tanto. El caso es que en Madrid han muerto personas por culpa de este temporal, pero claro, no fue en la capital. Por otro lado, el alcalde se queja de la inexactitud de las previsiones de la AEMET. Debió suspender las asignaturas de ciencias en su época de estudiante porque, que yo recuerde, la meteorología es una ciencia que se basa en estadísticas y previsiones, por lo que se puede errar en unos cuantos kilómetros o incluso en la intensidad del fenómeno en cuestión.
Vivimos en la época del inconformismo absoluto, quizá por el afán de satisfacer nuestros deseos de forma inmediata. A todos nos gustaría que lloviera solo en el campo para que no suban los precios, que cuando viajamos haga sol y temperaturas suaves, que nieve cuando vamos a esquiar pero no cuando vamos en carretera, y que nuestros móviles nos dijeran en todo momento qué va a ocurrir en el cielo. Somos así de caprichosos y poco realistas.
A mí me encanta mirar las nubes y aprendí de mis mayores algunos trucos para intuir el tiempo que va a hacer. Pero con bastantes horas de antelación, no creo que mis técnicas sirvan para los tiempos que corren…
