Llega la noche más mágica del año para pequeños y grandes. Si el espíritu navideño tiene algún sentido es justo cuando vienen los Reyes Magos, porque no nos engañemos, la ilusión es cosa de todos. Si los adultos no pusiéramos toda la carne en el asador en esta jornada, los niños no podrían disfrutar como lo hacen. Por eso, aunque no pidamos juguetes, sería muy bonito que todos escribiéramos nuestra carta de deseos, no sea que un día la magia se haga realidad.
La mía tendría siempre como primera petición que seamos capaces de tender puentes en cualquier situación; ser amables, ponernos en el lugar del otro y dialogar debería ser el único camino para que la humanidad dejara atrás la violencia y el odio. Lo siguiente que les pediría a los Reyes sería salud para todo el mundo y, en su defecto, servicios sanitarios de calidad y acceso ilimitado a los tratamientos necesarios para evitar el sufrimiento de las personas. Mi siguiente deseo sería que los que manejan los hilos, lo hicieran con el único objetivo de mejorar nuestra calidad de vida, y que su única motivación fuera el altruismo en lugar del interés personal. También les pediría que desaparecieran las fronteras y que los recursos humanos y naturales estuvieran al alcance de todos para conseguir un mundo más igualitario. Y, por supuesto, les pediría soluciones efectivas para evitar el cambio climático y la destrucción de los ecosistemas, y que dejaran de implementarse acciones con intereses económicos ocultos que no están sirviendo para nada. Por último, pediría a Melchor, Gaspar y Baltasar que nos trajeran amor para todos porque es el verdadero motor que nos mueve.
Hace muchos años que conozco la verdadera naturaleza de esta tradición y sé que no me van a traer nada de lo que les he pedido. Sin embargo, soñar es gratis y el espíritu navideño no debería guardarse en un cajón hasta el día 7 de enero. Así que, por una noche, dejen a un lado la amargura y el pesimismo y escriban esa carta. Vuelvan a ser niños de nuevo.