He perdido casi toda mi fe en la política, pero hace unos días descubrí una historia que me hizo creer de nuevo en ella. ¿Se imaginan un lugar donde no hay campañas electorales ni eslóganes ni mítines, donde nadie despelleja a nadie? ¿Un municipio en el que PP y PSOE renuncian a presentarse?
¿Se imaginan que, en ese mismo pueblo, los mayores de 18 años son votantes y también candidatos a conformar una lista electoral común? ¿Se imaginan que, los más aclamados, aceptan el encargo y trabajan por el pueblo de manera voluntaria y gratis?
Este pueblo existe y también esta peculiar forma de elegir a sus representantes públicos. En Valdepiélagos, un municipio de la Comunidad de Madrid de 621 habitantes y 550 censados, ya se ha elegido a quien saldrá elegido alcalde el 28 de mayo: seguirá Pedro José Cabrera, que manda desde 2019.
Siguiendo la costumbre de los últimos cuarenta años, todos los mayores de edad se reunieron en la Casa Cultural del pueblo el 11 de marzo, dos meses y medio antes de la fecha oficial, para elegir a las siete personas que conformarán la única lista electoral que se presentará a las elecciones. Aquí da igual que seas de izquierdas o de derechas, rico o pobre, maestro o jubilado: todos caben en una única lista cuyo única razón de ser es velar y servir a los intereses del pueblo.
Si no ocurre nada extraño, el hoy alcalde estirará cuatro años más su mandato porque su nombre fue el que escribieron en la papeleta más vecinos: recibió 163 votos. Él dice que es algo así como un voluntariado y se muestra muy orgulloso de que estas atípicas elecciones se las tome todo el mundo muy en serio. Tanto, que es un éxito de convocatoria: hasta el 95% de los censados depositaron su preferencia en la urna.
Este singular modo de organizarse surgió cuando la Democracia despertó, porque venía gente de otros pueblos a dirigir esta localidad y los vecinos decidieron que de eso nada, monada. Y se organizaron así, para hacer una votación entre los del pueblo y sacar a los forasteros de sus propios asuntos.
Desde entonces, esta votación va a misa y una vez que sale la lista con las siete personas más votadas, siete personas que no tienen por qué tener ninguna afinidad ideológica, se constituyen en una agrupación de electores y esta será la lista que formalmente oficializará la papeleta que se presentará en el pueblo el 28 de mayo. De ahí, a recoger el bastón de mando y a remangarse por el pueblo.
Tanto respeto le guardan a esta fórmula que ningún alcalde ha renunciado nunca al encargo, aunque alguna vez sí lo ha hecho algún concejal. Tanto respeto le tienen, que los grandes partidos no se han atrevido jamás a formalizar una candidatura. Una vez amagó Izquierda Unida con presentarse, pero tuvo que retirarse porque el pescado estaba ya vendido.
La unión y la ilusión por construir un futuro mejor facilitan mucho las cosas en este pueblo, quizá el único de España donde se va a votar con alegría y ganas. Qué envidia más sana.
Me parece un sueño más, pero es una historia real. En Valdepiélagos todos hablan bien de sus representantes, que consiguen dejar en casa su propia ideología y trabajan juntos porque, por encima de todo, prima el bienestar del pueblo.
Si tuviera una varita mágica, tocaría con ella a los grandes líderes de todo el panorama electoral nacional y los mandaba un día con las orejas bien abiertas hasta Valdepiélagos. Allí les plantaría, siguiendo en la sombra a su alcalde. Al marcharse, firmarían su baja voluntaria de este oficio y replicaría la fórmula de Valdepiélagos por toda España. Quizá así conseguimos que la sociedad se reconcilie con la política, una profesión muy denostada precisamente porque son muchos los que han manchado con sus sucias manos su razón de ser: servir a los vecinos sin enriquecerse personalmente y buscando siempre el bien común. Que cunda el ejemplo.