Miren que dan juego los pijos. Tamara Falcó es marquesa de Griñón, hija de Isabel Preysler y Carlos Falcó. Aristócrata, socialité, diseñadora de moda… lo tenía todo desde el día que nació, pero falló en el amor, se enamoró del hombre que no debía. Tamara eligió equivocarse y aprendió de ello.
Tamara quiso jugar al cuento de los príncipes y de las princesas y se encaprichó con un zagal mucho más joven que ella, con carrera y máster, con mucha labia, con mucha chulería, con buena percha. Un buen partido, así lo creía ella, solo ella, alguien con quien tener pronto bellas criaturas a los que poder traspasar el título cuando correspondiese.
A la familia de Tamara no le hacía ninguna gracia aquel chaval, que parece que se hinchó el currículum más de la cuenta por aquello del aparenteo. Pero tragaron, vaya que si tragaron, ¿qué debe hacer una cuando ve a su hija, a su hermana, tan encaprichada?
Tamara aceptó un anillo de 14.000 euros con el que quería aplicar aquello de en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida, Dios mediante. Pero tan pronto enseñó el pedrusco en público, su teléfono se inundó de vídeos donde aparecía su maromo dándose unos besillos... con otra.
Tamara, de apariencia frágil y alegre, esa Tamara a la que parecía que la vida nunca le daba la espalda, a esa, la vida le ha dado una hostia con la mano abierta cuando creía que ahora, justo ahora, la vida le sonreía más que nunca.
A Tamara el mundo entero se le abrió bajo sus pies y se la tragó. Pero como lo que no mata a una le hace más fuerte, mandó a pastar al susodicho tan pronto como comprobó que el traspié, que la fiestecilla, que el magreo con la otra era reciente, no de unos años atrás, como él intentó colarle.
Tamara e Íñigo eran el agua y el aceite, el gordo y el flaco, la sal en el café, pero ¿quién no ha soñado con casarse para toda la vida con alguien completamente opuesto a ti? La vida, a veces, es dura, y a Tamara le han durado los planes de boda menos de 48 horas, el tiempo que transcurrió entre que dio a conocer su compromiso hasta que el todavía novio le confesó que lo de los besillos podría ser verdad.
Tamara entiende la fidelidad de una manera muy distinta a su ya ex prometido. Ella quería un sí para toda la vida. Pero parece que él se dejó arrastrar por la corriente, por lo que toca -casarse- en vez de continuar con la vida que le llena, la que desea: el tonteo, el picotear un día aquí y otro allí, el sentirse deseado por otra que no va a ser tu mujer. Ni una cosa ni la otra son malas elecciones, pero sí son incompatibles cuando no se ejerce de mutuo acuerdo.
Yo no sé si Tamara es madura o no a sus 40 años ya cumplidos, pero Tamara ha demostrado tenerlos bien puestos. Ella no perdona unos cuernos en la vida y podría, claro que podría perdonar al que era su prometido. Pero no quiere hacerlo porque ella respeta y pide que la respeten y quiere a alguien que comparta sus valores, no se los pase por el forro.
Y la mentira, unida a la infidelidad, es una mezcla explosiva para cualquiera, así que es mucho mejor alejarse a tiempo antes de cargar con esa losa de por vida.
A veces las apariencias engañan, ¡vaya que si engañan! Tamara ha demostrado tener un gran amor, sí, pero por ella misma, y creer ciegamente en la fe. Pero los caminos que elige Dios son inescrutables, pero eso ella misma dice que si el Santo Padre le ha mandado esto… por algo será. Podría haber sido peor, reconoció, y enterarse de la cornamenta una vez ya casada y/o con hijos… pues va a ser mejor quitarse al muerto de encima ahora.
La duda que todavía sobrevuela en el ambiente es quién filtró el vídeo de marras que ha provocado el terremoto. En la única comparecencia pública que ha tenido desde el desenlace fatal, Tamara dejó claro que el muchacho en cuestión nunca fue del agrado de la Preysler. “El vídeo lo filtró mi madre”, soltó, entre risas. ¿Será mentira o dijo la verdad?