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Intimidad

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Ana I. Gracia

Estaba viendo Intimidad en Netflix cuando, entre capítulo y capítulo, entro un momento en Twitter y me encuentro lo de Santi Millán, que han filtrado un vídeo sexual grabado por él mismo sin su consentimiento. Le recomiendo la serie si aún no la ha visto. Va sobre la carrera de una política que ve truncada sus aspiraciones cuando se viraliza una grabación de ella manteniendo relaciones consentidas con un hombre que no es su marido.

Todo el mundo debe saber, usted también, que compartir vídeos íntimos de una persona es delito y difundir imágenes privadas sin la autorización de la persona afectada cuando viole gravemente su intimidad se castiga con cárcel. Aunque esa persona lo haya grabado voluntariamente. Aunque esa persona le esté poniendo los cuernos a su mujer. Aunque esa persona esté poniendo los cuernos a su marido.

La serie muestra con toda su crudeza las consecuencias devastadoras que sufre la persona que es sometida a una violencia de género digital, una forma de machacar a alguien intolerable en pleno siglo XXI. ¿Qué se supone que debe hacer la persona que es sometida a este escarnio público? ¿Suicidarse? ¿Hacer como que no pasa nada y rezar para que todo pase lo antes posible? ¿O debe plantar cara y denunciar para hacer justicia?

El vídeo de Santi Millán trae al recuerdo aquella concejala de Los Yébenes, en Toledo. La carrera política de Olvido Hormigos se fue al carajo cuando toda España la vio acostándose con otro hombre que no era con el que se había casado, pero su caso provocó un cambio significativo en el Código Penal para que este tipo de delitos se castigue.

Olvido tuvo tan anchas las espaldas que fue capaz de soportar todo tipo de vejaciones. Lo más bonito que escuchó de toda España es que era una puta y una zorra. No corrió la misma suerte aquella carretillera de la fábrica de camiones Iveco que se suicidó en 2019 porque hasta los móviles de muchos de sus 2500 compañeros llegó un vídeo suyo similar. No aguantó la presión  y prefirió marcharse para siempre.

La serie de la que les hablaba antes incluye el caso de otra joven que tampoco pudo soportar que su expareja difundiera imágenes íntimas de ella en su trabajo. Su hermana no soportó semejante injusticia y denunció, junto con la política vejada, el ataque tan vil que llevó a su familiar hasta la tumba.

Este documental me ha enseñado que es infame difundir imágenes o vídeos personales de alguien sin su consentimiento, pero también el daño irreparable que podemos provocar sobre ese alguien si a nosotros mismos también nos puede el morbo y vemos ese vídeo robado.

Me pongo en el pellejo de cualquiera de estas víctimas y me entran escalofríos. ¿Cómo reaccionaría yo si unas instantáneas mías desnuda llegan hasta el teléfono de alguien que yo no he decidido que me vea? ¿Sería capaz de soportar las miradas en el trabajo? ¿Podría andar por la calle con la cabeza alta, sabiendo que cualquiera que se cruce conmigo ha podido ver mis pechos sin mi consentimiento?

El vídeo de Santi Millán corrió como la pólvora el fin de semana pasado por las redes sociales y en casi todos los comentarios había un quejido unánime: qué pobre su mujer. La cornuda. Ella misma habló para defender la libertad de su pareja y dejó claro, que, a pesar de los baches, el matrimonio sabe muy bien cómo llevar su relación para que funcione. “Para los que no lo sepan (y ya lo siento), existen muchos tipos de familia. En la nuestra, la libertad, el respeto y la tolerancia son los pilares sobre los que hemos construido este proyecto". Amén.

“Me da mucha pereza ver que a estas alturas, el sexo consentido y privado siga causando escándalos. Sí, señores, ¡la gente folla! Dentro y fuera de la pareja. Y me da casi más pereza que cuando se hace público, la mayoría se apiada de las mujeres con el clásico pobrecita que no se enteraba o qué imbécil que se lo permitía”. Tomemos nota. Mi vida sexual es mía y sólo yo decido cómo y con quién follo.

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