A mi director se le ocurrió que era una buena idea que una periodista como yo, acostumbrada a escribir sobre un papel, presentara la gala de los premios del periódico hace cinco años. Acepté, porque a estas cosas una no sabe si puede decir que no, sin saber lo que significaba debutar en el Teatro Real de Madrid y con el Real Madrid, Rafa Nadal e Ignacio Echeverría como premiados.
La confirmación oficial de que el mejor tenista del mundo acudiría a recoger su galardón bastó para que ni un solo invitado renunciara a ocupar su silla. Una hora antes del acto, los premiados se reunieron en la sala VIP del teatro para saludarse con los dirigentes del periódico y políticos de todo pelaje -ministros, líderes nacionales, presidentes autonómicos, alcaldes-.
Florentino Pérez y algunos jugadores del Real Madrid acapararon los primeros flashes. Ana, la madre del héroe del monopatín que fue asesinado en Londres, encontró algo de calma con las palabras de consuelo que le compartían todos esos hombres que ella acostumbra a ver en la pantalla de televisión.
Nadal llegó el último, casi a la hora que empezaba el acto. Sin buscarlo ni quererlo, entró en la sala como un silencioso huracán y arrasó con todo. Los invitados se arremolinaban cerca de él para cruzar una palabra, una mirada, una anécdota, una foto. Algo. Todos querían compartir algo con él para poder presumir toda la vida de aquel segundo. Que conste en acta: yo conseguí mi foto casi en el minuto de descuento.
La calidad de los deportistas extraordinarios se mide con logros extraordinarios, pero yo comprobé aquel día que Rafa Nadal es aún mejor persona que deportista por tres gestos que tuvo en apenas treinta minutos y que hoy vengo a compartir con ustedes.
Cuando recibió su premio, el mejor tenista de todos los tiempos empezó su discurso agradeciendo al periódico y a su director el reconocimiento para, a continuación, poner en valor al plumilla que escribe de tenis en el diario. Dio su nombre y su apellido y aplaudió públicamente, en un teatro lleno a rebosar, la profesionalidad que dedica a cada crónica que escribe sobre el deporte de su vida.
Una vez que puso en valor el trabajo cuidadoso silencioso de un periodista, habló de que los medios de comunicación acostumbran a escribir sobre las gestas heroicas que se vive en el mundo del deporte en general y quitó toda la importancia que pudo a su ejemplar palmarés. Para él, que ha demostrado ser invencible, un héroe no es Rafael Nadal. “Un comportamiento heroico es lo que hizo Ignacio Echeverría durante el atentado terrorista para salvar a personas”.
Cuando pronunciaba esas palabras, el tenista se giró y buscó con los ojos la mirada de Ana, la madre de la criatura asesinada. La elogiaba a ella, a esa mujer que yo acompañé cogida del brazo hasta sentarla en el escenario porque cómo iba a ponerse al lado de Nadal y Florentino, si ella no era nadie para ocupar semejante hueco. Ante ella se quitó el sombrero Rafa Nadal para ponérselo ante sus pies. “Enhorabuena por ese premio a la solidaridad. Lo que hizo su hijo sí que fue de verdad heroico y estoy seguro de que no quedará en el olvido de ningún español”. Son las palabras textuales que el mejor deportista de todos los tiempos le regaló a una madre muerta en vida que iba a reventar de orgullo en pleno directo.
Cuando parecía que no se podía ser más grande, demostró que sí. Al bajar del escenario, le pedí un segundo para que el sobrino de Ignacio, el nieto de Ana, se hiciera una foto con él. El zagal se moría por retratarse con el tenista, que dejó la mejor sonrisa de toda la tarde en el teléfono de aquel chaval que minutos antes escuchó decir a Rafa Nadal que un héroe nacional fue su tío Ignacio, no él. Parece imposible que la persona supere al tenista, pero existe una categoría humana superlativa y la ocupa Rafa Nadal.