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Cosas extraordinarias

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Ana I. Gracia

Que el sol pique detrás del cristal. Los cartuchos de pipas. El agua en todas sus versiones: en sudor, en lágrimas, en el mar. El primer sueldo. Cultivar el huerto y las amistades. Tener algo grande delante y darte cuenta. Que no hablen por mí. Vestirse de domingo un lunes. Descubrir que en un pronombre personal, nosotros, caben muchas cosas.

Almorzar dos huevos fritos con chistorra. El rostro de la persona a la que quieres parecerte. Dar los buenos días y recibirlos. Ser de pueblo y a mucha honra. Ver tu nombre junto al mío. Recoger ropa limpia de encima de la cama. Poner la tilde a la palabra sólo. Que te digan que no hay cojones y demostrar que sí los tienes. Alguien que abre los brazos para meterte dentro.

Tener tiempo para vivir sin prisa. Las oportunidades que se esconden detrás de cada dificultad. Un año nuevo. Pronunciar con cuidado el acento del adverbio eternamente. No decepcionar a tus padres. Librar un viernes. Bañarte en una poza una tarde perezosa. El primer beso que recibes de una chica que no es tu hermana. Dejar de presentarnos ante la gente por nuestra profesión. Aprender la distancia exacta que hay entre el dicho y el hecho. España, líder mundial en trasplantes de órganos. Oler a alguien y que te recuerde a alguien. Echar una mano. Abrir la puerta de la nevera y que esté llena. No tener que elegir entre esto y aquello. Asar cualquier cosa sobre unas brasas. Darte la vuelta y volver a atrapar el sueño.

Que pasen mil horas y que nadie mire el móvil. Comprar una ganga. El médico que salvó la vida a un ser querido. Abrir el diccionario y aprender una palabra nueva. Acertar el resultado antes de que empiece el partido. Oler el café recién hecho. Ser uno mismo en cualquier parte. Un anciano sintiéndose acompañado. La solidaridad del hoy por mí, mañana por ti. Recibir una mirada zalamera por el rabillo del ojo.

El vicksvaporup expandido por el pecho. Un quinto de cerveza con unas olivas. Decir que no cuando toca. Los días de verano en invierno. El perro que obedece al silbido de su dueño. Saber que llegarás a alguna parte si caminas lo suficiente. Recibir una carta escrita a mano. Rosigar un ternasco junto a un amigo.

Tener una sola oportunidad y aprovecharla. Ponerte una rebeca cuando refresca. Besar la medalla que te cuelga del pescuezo. Perdonar.

Coger las agujas del punto y tejer un rato. La mano de un niño en la mano de un padre. La tortilla de patata con cebolla, caliente y también fría. Que te quieran y que te lo digan. Diferenciar el qué puedo decir del qué debo callar.

Una charanga. Ir a por caracoles cuando escampa. Cantar sin vergüenza aunque en el coro del colegio te pidieran que sólo movieras los labios. Sincerarse con alguien. Andar sin juzgar al hombre que camina a tu lado. Viajar solo y parar donde a uno le plazca. Dormir desnudo.

Perder algo y encontrarlo. Que te sirvan la penúltima. Caerte y descubrir que el suelo está duro, pero que tampoco es un drama. Saltar sin mirar si está la red puesta. Prestar el libro que tanto te ha gustado y que te lo devuelvan.

El primer miembro de una familia que llega a la universidad. Abrir un melón. Un pan colgado del pomo de la puerta de casa. La escuela rural que continúa abierta. Tu ‘tranquila, todo llega’.

Parir sin epidural y parir con epidural. Burlarse de uno mismo. Los pestiños que la tía Felisa fríe mejor que nadie. Sentirse a salvo. Aclararse las manos y encontrarlas limpias. Un niño en la cabalgata de Reyes. Ganar la paletilla del torneo de guiñote. Ver amanecer desde la cama. Reservar un rato al día para ti.

Las terrazas llenas. La última tarde de trabajo antes de las vacaciones. Peinarse con los dedos. Reírse de verdad, enseñando los dientes. La pared de espejo que te refleja hasta el infinito. Perder la facultad de medir el tiempo. Pertenecer a esa España vacía que está muy llena.

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