Últimamente me ha dado por recoger algunos textos en servilletas. Pequeños poemas sin gran pretensión que hablan de ese momento pausado y amargo junto a la taza de café. Medido por el reloj y el móvil.
No sé hablar mucho de versos, de sus significados. Esa extravagante motivación por explicarlo todo me atrae, sin duda, pero no la acabo de entender. Tengo especial interés y admiración por la gente que sabe sacar el número indeciso y alucinante de pies al gato a través de un texto. Desentrañar algunas letras, visualizar un espacio y un tiempo que quizás no fue mas que una visión sin pretensiones. Dice el propio Buñuel que era algo así como un burgués algo burro, que en el estreno de una de sus obras en París se cargó los bolsillos con piedras por si la cosa se ponía fea. Labordeta citaba ese momento en muchas de sus entrevistas, aunque dándole otro significado, otra mitología propia que se sigue recitando.
Leo textos de otros tiempos y, en ocasiones, me cuesta verme reflejado en ellos. Sería imposible recrear el significado primigenio y absoluto de aquellas letras. Así construimos nuestra memoria, con retazos olvidados y recreaciones oníricas de lo que pudo pasar. Repasen ustedes su pasado. Siéntense en aquel café, túmbense en aquella cama, retomen aquella conversación que acabó en discusión, en amor o en odio. Dense un tiempo y reposen el sentido o el sentimiento de aquel instante que nunca volverá a pasar y que, lo más probable, no pasara ni como están ustedes pensando. En mi juventud, cuando íbamos con mi amigo Elvis al cine y a tomar unas cervezas, la mente se me abría como nunca he vuelto a sentir. En aquellos momentos escribía versos sobre voces, sobre ruido y sobre amores cuasi primitivos. Me ocurre lo mismo con los conciertos. ¿Qué sería mi vida sin La vida por delante de Loquillo y Sopeña? De vez en cuando redescubro aquellos espacios, aquellas imágenes y aquellos tiempos y siento la necesidad de llorar como una Magdalena, por el tiempo pasado, por los amigos y familiares que no están, por la inmensidad de un beso o de una caricia, por lo que pudo ser y nunca será. Esa sensación de… por encima del ruido… donde nadie se oye.
No sé hablar mucho de versos, de sus significados. Esa extravagante motivación por explicarlo todo me atrae, sin duda, pero no la acabo de entender. Tengo especial interés y admiración por la gente que sabe sacar el número indeciso y alucinante de pies al gato a través de un texto. Desentrañar algunas letras, visualizar un espacio y un tiempo que quizás no fue mas que una visión sin pretensiones. Dice el propio Buñuel que era algo así como un burgués algo burro, que en el estreno de una de sus obras en París se cargó los bolsillos con piedras por si la cosa se ponía fea. Labordeta citaba ese momento en muchas de sus entrevistas, aunque dándole otro significado, otra mitología propia que se sigue recitando.
Leo textos de otros tiempos y, en ocasiones, me cuesta verme reflejado en ellos. Sería imposible recrear el significado primigenio y absoluto de aquellas letras. Así construimos nuestra memoria, con retazos olvidados y recreaciones oníricas de lo que pudo pasar. Repasen ustedes su pasado. Siéntense en aquel café, túmbense en aquella cama, retomen aquella conversación que acabó en discusión, en amor o en odio. Dense un tiempo y reposen el sentido o el sentimiento de aquel instante que nunca volverá a pasar y que, lo más probable, no pasara ni como están ustedes pensando. En mi juventud, cuando íbamos con mi amigo Elvis al cine y a tomar unas cervezas, la mente se me abría como nunca he vuelto a sentir. En aquellos momentos escribía versos sobre voces, sobre ruido y sobre amores cuasi primitivos. Me ocurre lo mismo con los conciertos. ¿Qué sería mi vida sin La vida por delante de Loquillo y Sopeña? De vez en cuando redescubro aquellos espacios, aquellas imágenes y aquellos tiempos y siento la necesidad de llorar como una Magdalena, por el tiempo pasado, por los amigos y familiares que no están, por la inmensidad de un beso o de una caricia, por lo que pudo ser y nunca será. Esa sensación de… por encima del ruido… donde nadie se oye.