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Ramón Ramón
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Víctor Guiu
Mi amigo Ramón es un tipo genial. Viste calcetines de colores como buscándose desde los pies y tiene un semblante alegre y jovial. Es un hombre de su tiempo y se peina poco. Trabaja, comparte lo suyo con sus amigos de siempre y tiene una mujer sin la que jamás se hubiese sacado una plaza de funcionario. Ramón, como todos, se despista de vez en cuando y piensa en fútbol, chicas y R&R.

Ramón ha sido mi compañero durante dos años pero este año abandona el barco por lo mismo de siempre: acercarse a Zaragoza. Con Ramón hemos compartido muchos ratos pero lo mejor era, precisamente, los ratos que no compartíamos, esos en los que resolvíamos nuestras dudas o acabábamos mandándonos algún mensaje o noticia que nos parecía curiosa para tratarla con los zagales o, sencillamente, reírnos un rato. Los profesores de Historia solemos (creo) estar al tanto de la política. Añoramos, si es que los hubo, aquellos tiempos en los que en las salas de profesores las discusiones eran más cultas y no tan prosaicas como en una peluquería. Nos echábamos las manos a la cabeza cuando alguno de nuestros compañeros desconocía sin rubor la realidad social o política del país. O cuando observábamos que el enemigo casi ha ganado y que aquí no hay clase obrera ni reclamación lógica que la siga. Pero la vida son los momentos sumados y la suma siempre nos ha resultado positiva.

Ramón es de Teruel y ha comido muchos pasteles del Muñoz por razones que no vienen al caso. Ha trabajado y se ha currado lo que tiene como obrero que ha sido y es. Ramón es buena gente y le partiré la cara a quien diga lo contrario porque yo, seguramente, no lo soy tanto. Pese a todo Ramón sigue el canino de tantos. Se fue nos dejó huérfanos a mí, a sus compañeros y a sus alumnos. Seguirá viajando en otras ruedas, riendo en otros grupos de wattsapp. Y por estos lares llegarán otros ramones. Cada uno se acuerda de su Ramón como le sale. Y yo quiero acordarme de él escribiéndole estas letras con mucha admiración y algo más de cabreo. ¡Slava Ramón!