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Periferia Periferia
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Víctor Guiu
La periferia es ingrata. Mucho. Crear, escribir, amar… (además de muchas otras profesiones) en la periferia es complicado. Creíamos que las redes, que llegan a todos los lados (sic), solventarían la ingratitud, pero no es cierto. Al final acaban primando los códigos postales.

La periferia ofrece espacio y pasión, tanta o más que el centro. Los trabajos te pueden llover e incluso inundar. El estrés puede ser el mismo; la repercusión no.

Es una elección, lo sabemos. No por ello es duro que tu trabajo, que muchas veces vale como el da tantos, acabe por estancarse en el escalón de abajo por no poder dar los pasos necesarios hacia una visibilidad mayor.

Duele más la ingratitud cuando viene de lo cercano. Conozco a autores de cierta solvencia a los que jamás los han invitado las instituciones de su tierra a presentar sus obras. De divulgarlas o reconocerlas ni hablamos, anclados aún en cierto despropósito secular, amantes de ciertas cutreces que rozan el esperpento.

Al que abandona la periferia y le sonríe la suerte pueden llegar a colmarlo de honores. Profeta, embajador, “lleva el nombre de…”. Aunque poco o nada haya hecho por la periferia que, seguramente, con buen criterio abandonó. El que, por amor o por compromiso, quiso crear los infinitos desde aquí, aquellos que dan sentido y furza a la rueda que nos mueve, poco puede esperar más allá de la palmada del destino cuando y ano se puedo hacer lo que tenían pensado.

A pesar de todo nos movemos. Quizás, también es cierto, porque lo le debes nada a casi nadie y, por encima de la tristeza, está la rutina de no saber hacer otra cosa que tirar como se puede hacia delante.