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Me encontré Me encontré
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Víctor Guiu
Me encuentro siempre con mucha gente. He danzado mucho, demasiado. Me he llegado a encontrar con mi compañera de piso en Praga sin saber ni uno ni otro que estábamos en allí. Hay veces que me encuentro y pregunto. Preguntas retóricas, no directas. Me pregunto cosas pero no quiero preguntar directamente porque son preguntas que tienen contestación y que solo me llevarían a un mal trago. Hago mis encuestas virtuales en mi cabeza. Me pregunto cosas y me las contesto. Me fijo y analizo. Hay veces que me siento y espero ver todo pasar. Me imagino nombres, situaciones y diálogos. Escribo el libro en mi cabeza y lo olvido seguidamente, como un artista que solo disfruta entreteniendo a su cabeza.

 Me encontré a un conocido, agricultor, de los que me dejó en tierra unos cuantos días, comprando su ropa en una tienda de moda barata. Me lo encontré también recogiendo ropa del S… al repartidor de Amazón. Lo saludé. Me acordé también del día que lo encontré en el Mercadona comprando tomates baratos, pero ese día me escondí porque recordé lo que me dijo de comprar en según qué sitios. Uff. Me escapé por poco.

Me encontré a un prejubilado de la mina que se quejaba amargamente de lo mucho que pagó de luz aquel mes (el IVA), mientras hacía la maleta para su casa de la playa y veía pasar a una familia a la que, según decían, le pagaban por llevar a los hijos al colegio.
 
Me encontré a un alguien de izquierdas hablando del mercado, de lo que se podía o no hacer. De pragmatismo. Al tanto. Me acordé de Durruti, las pistolas y los bancos.
 
Me encontré a alguien de derechas (él no lo sabe) que decía que todos son iguales. Y a alguien que afirmaba que esto era Cuba, que no podía hablar de nada sin dejar de hablar al resto. 

Me encontré a los adolescentes hablando del mundo, solo de lo que a ellos les pasaba, mientras daban likes a un youtuber y a un influencer que se deshacía en elogios hacia la nada. 

Me encontré a un obrero que no entendía de clases. A un cura que no entendía de caridad y de derechos. A un fulano que mentía sin despecho. Y a otros tantos, tantos, tantos y tantos, que creían a pies juntillas lo que no leían mientras iban al gimnasio. 

Me encontré otro día a mí mismo. Quejándome sin descaro.