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Víctor Guiu
La tendencia islamista en la vieja Europa es preocupante. Partamos de esta premisa al menos. A esto se le añade que va a ser imposible discutirlo razonadamente. Unos lo aprovecharán para invocar al fascismo y la xenofobia. Otros lo elevarán a grado de maligno máximo, justificante de todo lo que tapa, mientras preparan banderas y razias. Un disparate tras otro. Un sainete retrógrado o un vodevil de teletubbies. O también para tachar de facha retrógrado a aquel que se atreva a manifestarse o a constatar algún hecho claro como el agua.

Es complicado hablar en según qué ambientes, manifestarse en un medio o en una conversación y decir, con argumentos, que estás preocupado por abrir ciertas puertas al retroceso en derechos que conlleva permitir campar a sus anchas a una ideología que no distingue, ni ganas que tiene, entre la religión y el Estado. No hay que ser un estadista para comprobarlo. Podemos negar lo evidente, pero es peor negar el debate o no prestar atención al mensaje, mejor dicho, a los mensajes. 

Es difícil hacer una previsión futura pero los números no mienten. No solo opinamos, referimos. Si vemos lo que sucede en gran parte de Europa, podemos imaginar que a España llegará pocas décadas después. Los pasos que se den hoy nos facilitarán la vida mañana y al revés. Aun a riesgo de meterme en estos jardines no hay una integración real, ni la habrá si nadie coge el toro por los cuernos. La inclusión es un eufemismo. La multiculturalidad un chiste malo. Deben primar los derechos que, mejor o peor, nos hemos dado, independientemente de razas y religiones. Deben primar las ideas ilustradas, la ciencia, la educación como ciudadanos libres. No puede ser que existamos como compartimentos estancos donde giremos la cara donde nuestros valores, tan criticados y tan en riesgo, corran un peligro mayor del esperado. La presión demográfica hará el resto. Espero que me toque ya criando malvas. La Historia nos dice que ante un totalitarismo futuro nos vendrá un totalitarismo presente. Es la clave. Poco a poco nos entra sin querer por el fútbol y los millones. Porque la gente, más que racista, es clasista. Y poca broma habrá con el que aparca el Ferrari en la puerta. La derecha se aprovecha y la izquierda piensa en unicornios.

Sin odio, pero deberíamos de hablar más de esto. Por lo que pueda pasar.