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Gimnasios Gimnasios
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Víctor Guiu
No tengo nada en contra de los gimnasios, aunque se podrían escribir muchos libros de las motivaciones físicas y socioeconómicas que llevan a estos establecimientos a convertirse en verdaderos templos de la sociedad líquida del momento. Costumbres que nos ha tocado vivir, modas que se imponen sin saberlo, la nueva ilusión de las clases obreras que aspiran a ser clase media. Digo esto porque, charrando el otro día con mi sobrino, me comentaba cómo en muchas grandes empresas, de esas que transforman al obrero para que les acabe pareciendo que son los herederos, ya se ha extendido eso de tener un gimnasio propio. Fidelizar almas. Sentirse un gentleman mientras estrenas tu ropa de colores fosforitos, no vayan a pensar que eres un cualquiera del decatlón.

Quizás sería un buen momento para hablar de nuevo de la verdad atroz: el modelo neoliberal ha conseguido que la mayor parte de los que trabajan por un sueldo piensen que no son obreros. Que somos libres, que somos fuertes, que somos espíritus, seres de luz que pertenecen a una clase media en la cual nunca aspirábamos a estar.  Tener un gimnasio en el curro te puede facilitar hacer deporte, pero ni se les pase por la cabeza que ese es el objetivo de la  empresa. Las empresas existen porque hay trabajadores, nunca al revés. Pero con tanto gimnasio, con tanto heredero de chichinabo, han conseguido que la clase obrera piense lo contrario. Y el calcetín se dobla las veces que haga falta mientras aspiramos a ser más pensando que aquellos que no trabajan en la empresa del gym son menos. Pensamos demasiado en nosotros y dejamos de pensar en lo importante. Y cuando llega fin de mes y nos viene justo hablamos de lo bien que estamos y los kilos que hemos adelgazado. De lo bien que lo pasamos el finde en Bruselas mientras nos robaban la cartera por tres cervezas, o de lo tontos que somos para fuera y lo imbéciles que resultamos cara adentro. 

Mientras, el heredero de la empresa sonríe en su yate y espera que votes al mismo partido que él, horas antes de sudar un poco en la cinta o preparar nuestra nueva incompetencia intelectual en las infernales pesas de nuestra clase de crossfit