Eran más de las tres de la mañana, íbamos borrachos y me estaba dando una brasa brutal sobre decapantes, disolventes y pinturas. Aún se acuerda el Gori de aquella anécdota. Qué chapa me estás dando, Angelito. Cuánto daría porque me volvieses a dar la chapa, porque me cogieses del cuello y me contases cualquier cosa del Zaragoza, que me preguntases algo porque eras el último siempre en enterarte, por discutir elevando los juramentos hasta el infinito... Me acordaba de aquel momento mientras veía a Ana y a Marina. Me he pasado varias semanas sin despegarme de los miles de recuerdos que me inundaban, de las trastadas, de las noches, de los días, de los almuerzos en el Ribero, de la peña de Los Maquis…
El Angelito hizo lo imposible. Nos cascó una puñetera misa en su funeral y nos hizo entrar a toda la peña (creo que se le oía reír). Se dio por despedido porque cada uno, qué cojones, se muere como le sale del haba. Seguro que pensaría en aquello que decía siempre: “si no fuera por estos raticos”. Pues eso, que nos acordáramos de los buenos ratos y que nos dejásemos de hostias y de dramas. O eso me imagino, vamos.
En la canción de Rosendo llegan unos versos que dicen: “Te han cazao/ es tu historia cómo vas a dimitir”. Pues eso, que genio y figura. Que era tu historia y la quisiste acabar con la Anilla y la chica, que es más viva que una culebra y más lista que el hambre.
Y nos has dejado a todos con esa historia compartida. Y que sepas que hemos quedao a liarla en tu recuerdo. Y que la liaremos, claro que sí. Que aunque tenías la boca como una dalla y no sabías aguantarte nada que nos tuvieses que decir, eras nuestro amigo, un cabezón de mil pares de narices. Uno más. Y te queríamos. Y cuando se nos acerquen las fiestas, la Semana Santa, o cualquier imagen de nuestra juventud, allí canturrearemos las canciones comunes y contaremos todas esas cosas que aquí, ni caben, ni sería muy prudente recordar.
Y lo escribo aquí porque quiero que te llegue, quiero compartirlo y que quede para siempre. Porque seguro que los que ahora nos leen se identificarán con nosotros porque, como también dice aquella canción solo somos… “un pringao/ que ya sabe que también se va a morir”.
El Angelito hizo lo imposible. Nos cascó una puñetera misa en su funeral y nos hizo entrar a toda la peña (creo que se le oía reír). Se dio por despedido porque cada uno, qué cojones, se muere como le sale del haba. Seguro que pensaría en aquello que decía siempre: “si no fuera por estos raticos”. Pues eso, que nos acordáramos de los buenos ratos y que nos dejásemos de hostias y de dramas. O eso me imagino, vamos.
En la canción de Rosendo llegan unos versos que dicen: “Te han cazao/ es tu historia cómo vas a dimitir”. Pues eso, que genio y figura. Que era tu historia y la quisiste acabar con la Anilla y la chica, que es más viva que una culebra y más lista que el hambre.
Y nos has dejado a todos con esa historia compartida. Y que sepas que hemos quedao a liarla en tu recuerdo. Y que la liaremos, claro que sí. Que aunque tenías la boca como una dalla y no sabías aguantarte nada que nos tuvieses que decir, eras nuestro amigo, un cabezón de mil pares de narices. Uno más. Y te queríamos. Y cuando se nos acerquen las fiestas, la Semana Santa, o cualquier imagen de nuestra juventud, allí canturrearemos las canciones comunes y contaremos todas esas cosas que aquí, ni caben, ni sería muy prudente recordar.
Y lo escribo aquí porque quiero que te llegue, quiero compartirlo y que quede para siempre. Porque seguro que los que ahora nos leen se identificarán con nosotros porque, como también dice aquella canción solo somos… “un pringao/ que ya sabe que también se va a morir”.