

La Historia (XXI)
Después de mí no hay nadie, y después de naide, Fuentes, decía el genial Guerra, de quien, si me permiten, voy a rematar esta breve historia.
Y es que, como les decía, Guerrita era todo un personaje que dejó, aparte de una importante impronta en la tauromaquia, un puñado de sentencias de esas que el imaginario popular no olvida.
Sobrino político de Pepete, apenas compartió mes y medio con este, puesto que el uno nació el seis de marzo y el otro murió, a manos de Jocinero, de Miura, el veinte de abril. Comenzó, como tantos en su época, a desquitarse de su afición taurina en el matadero de Córdoba, donde su padre ejercía de portero, el segundo de los califas cordobeses del toreo llevó su práctica taurina en secreto ante una familia que vestía luto por Pepete. Esto le costó el destierro a Archidona, a un colegio donde lo preparaban para ingresar en la academia militar. Al poco, y tras escuchar su padre los consejos de Lagartijo (primer califa), tras verlo torear en el matadero, Rafael mata su primer novillo en Andújar, bajo el sobrenombre de Llaverito. Era el dieciocho de octubre de 1878, y el veintiséis de junio del año siguiente se presentaría en Madrid.
Alternaba por aquel entonces la lidia de novillos con la cuadrilla del cordobés Bocanegra (como era habitual en aquellos tiempos, fogueándose con matadores antes de tomar la alternativa), y en la temporada de 1882 entra en la cuadrilla de Fernando el Gallo (padre de los Gallos Rafael y José), con quien andaría tres años, antes de incorporarse a la cuadrilla de Lagartijo.
El 23 de octubre de ese año, Frascuelo le cedió el sexto toro de Veragua, por petición del público. En 1886, torea junto a quien sería su competencia, El Espartero, por primera vez en Málaga toros de Barrionuevo. También torea, junto Lagartijo, en Zaragoza toros del mítico hierro de Ripamilán. La preparación a fuego lento de la alternativa desembocó en esta, en Madrid, en una corrida homenaje a Lagartijo, y de la mano de este, ante toros de Vázquez.
Saltó el charco el Guerra, se fue alzando con el bastón de mando de la fiesta, arrasando con su principal contrincante, El Espartero, que no conseguía seguir la estela de sus triunfos bajo un pasional fanatismo de unos seguidores que, polarizados, llegaban a darse de palos en los tendidos. Heredó los quereres de los seguidores de Lagartijo hasta que un gesto empezó a torcer las cosas: banderilleó, en la corrida de despedida de Frascuelo, los toros de este, en un gesto que, malentendido, ofendió a los partidarios de Lagartijo. Desde entonces, el público, sobre todo el madrileño, reflejó hostilidad hacia el cordobés, generando, con los años y ante la falta de un rival que le arrebatase la hegemonía, el maniqueísmo taurino de guerristas o antiguerristas.
En 1895 hizo la gesta de matar tres corridas de toros, en otras tantas localidades, en un mismo día: a las siete de la mañana en San Fernando, a las once en Jerez, y a las cinco de la tarde en Sevilla.
En 1899, la situación con Madrid no tenía vuelta atrás. La afición madrileña, cada día más antiguerrista, tomó partido por Mazzantini. Daba igual como estuviese, siempre existía una excusa para exigirle cuentas. Tanto es así que, tras una injusta bronca el once de junio, dijo que no torearía más en Madrid «ni para beneficio de María Santísima».
Tras Zaragoza, esa misma temporada, y tras doce años sin que nadie le tosiera sobre un albero, El Guerra decide cortarse la coleta. «No me voy, me echan», fue la sentencia con la que se despidió el cordobés de los ruedos tras estoquear casi 2500 toros, imponer un concepto de tauromaquia que, hoy en día, es base, y proponer un tipo de toro (fue el primero que escogió el ganado más propio para la lidia)âÂÂinfluyendo, sin duda, en el devenir, también, de la cabaña brava.
El Guerra, muerto en su Córdoba natal en 1941, fue, sin duda, un personaje, pero, sobre todo, un torero vital en el camino que tomaría la fiesta a partir de él.