Texto de Julián Paralluelo / Fotografía de Nines Herrero
Tuve una vida agitada, siempre de aquí para ya.
-No tienes paciencia, gritaba mi mujer, lo quieres todo antes de mañana.
Pensaba que exageraba, que la vida que nos ha tocado vivir es la que era.
Mi trabajo me exigía mucho, darlo todo, buscar la perfección en la elaboración de mis platos. Tenían que salir antes de cada estación del año. No disfrutaba de ellos, empezaba la primavera y ya estaba trabajando en las elaboraciones de verano.
El algodón de azúcar, eso es lo que yo buscaba, esos recuerdos de juventud quería plasmarlos en mi nuevo plato. Me obsesioné con ello, todo por culpa de una fotografía.
-Veo que lleva mucho tiempo con la mirada fija en esos árboles. Le pregunté a una buena clienta que estaba en la terraza de nuestro restaurante.
-Ves ese árbol de ahí en frente, tan desnudo, sin hojas, me gustaría vestirlo, quizá lo vista cuando pasen esas nubes y haga un vestido de algodón.
-Lleva mucho tiempo esperando, yo no podría estar tanto tiempo parado sin hacer nada.
-Con paciencia siempre llega el momento oportuno, aunque pase muy rápido.
En ese momento lanzó una serie de disparos.
–Ya la tengo, mira ha valido la pena.
Me sorprenden las personas que son pacientes, que saben que con paciencia y trabajo llega la recompensa, yo no he sido nunca de esa clase de personas.
Pasó un tiempo y seguía esperando, dándole vueltas a ese algodón, no dormía, no me lo podía quitar de la cabeza. Mi mujer me decía que ese algodón de azúcar me estaba volviendo avinagrado, que ya no atendía mi restaurante, que estaba perdiendo clientes, que todo lo que había luchado por mi negocio lo estaba tirando al retrete por una fotografía.
Había probado todo, o eso creía, mi carta estacional había caído en la monotonía, los clientes echaban en falta esa originalidad que en tiempos me dio una personalidad que estuvo muy cerca de esa estrella Michelin tan deseada.
-Tienes que ir al psicólogo, esa obsesión acabará con tu trabajo y con tu familia– Me decía mi mujer.
No sabía que hacer, quizá tuvieran razón y tenía que pedir ayuda. Teníamos una niña pequeña, cuatro añitos como las cuatro estaciones del año, eso tenía que ser una señal, ese número cuatro fue mi número de la suerte.
Hice caso a mi mujer y pedí ayuda psicológica. Puse en venta el restaurante, y nos fuimos a vivir lejos de aquel lugar, de aquellas exigencias que me imponía. Valoré la importancia de mi familia sobre mis agonías.
Ya hace cuatro años desde que vendí el restaurante, mi vida había cambiado, estaba trabajando en la enseñanza, dando clases a las futuras promesas de la cocina, quien me lo iba a decir, pidiendo paciencia a mis alumnos, frenando sus prisas por ser los nuevos Ferra Adrià.
Antes de correr hay que aprender a caminar. Curioso lo que cambian las personas, yo era como ellos y ahora les inculcaba la paciencia en sus aspiraciones, que con trabajo siempre llega nuestra oportunidad.
Hoy es el cumpleaños de mi hija Isabel, ocho añitos, tengo que recogerla de su fiesta con las amigas, han ido a la feria que se celebra cada año acompañadas de mi mujer.
-Mira papi lo que me ha comprado mamá.
Estaba comiéndose un algodón de azúcar. Me vinieron recuerdos amargos.
-Que te pasa papi, porque pones esa cara tan triste.
-Pensé que lo tenías superado, me dijo mi mujer.
-No os preocupéis, estoy bien, solo fue una ráfaga de una vida pasada, vamos a dejar a tus amigas y vámonos a comernos la pizza más grande que encontremos.
Dejamos a las amigas de Isabel en sus casas y fuimos a la pizzería de los padres de un alumno mío que tenía fama de hacer las mejores pizzas del lugar.
Llegamos ya pasadas las diez de la noche y estaba el local lleno. Pedimos una mesa pero tendríamos que esperar a que dejaran alguna. Era tarde y no pedí reserva así que nos toco esperar. Mientras esperamos vi a una mujer sentada en la terraza con una cámara fotográfica entre las manos y mirando al cielo, me acerque a ella.
-¿Nos conocemos? Le pregunté
- Sí, me respondió– Fui clienta de tu restaurante hasta que te fuiste, ya no cocinan como antes, una lástima que te fueras
-Ahora recuerdo, estabas esperando fotografiar una nube pasando por aquel árbol, algodón de azúcar creo que la llamaste. ¿Sabes que esa fue una causa de que vendiera el restaurante?. Me obsesioné tanto con crear un plato a partir de esa fotografía que dejé abandonada a mi familia.
-Cuánto lo siento que fuera culpa mía.
-No fue culpa tuya. ¿Que estas fotografiando?
-Estoy intentando fotografiar a la luna, pero me voy a marchar porque no logro captar lo que yo quiero.
-Pero volverás a intentarlo.
-No, ya lo dejo, mañana saldrá otra cosa, no suelo obsesionarme. Fue una lástima que te fueras del restaurante, eres un gran cocinero.
Enseguida nos dieron mesa y cenamos una de las mejores pizzas que había probado nunca.
Aquella conversación que tuve con la fotógrafa estuvo en mi cabeza durante toda la noche. Tenía que volver otra vez al restaurante, la enseñanza me gustaba pero no me llenaba, mi vida fueron siempre los fogones, crear platos, buscar retos, ahora estaba preparado, había aprendido la lección. Solo me faltaba el apoyo de mi mujer, volver a dejar el trabajo y empezar de cero en otro lugar.
Han pasado otros cuatro años, he vuelto a mis orígenes, los fogones. Conseguí convencer a mi mujer, si no hubiera sido por ella no sería lo que soy, solamente me puso una condición: que buscara un local en la misma localidad donde nos habíamos asentado y donde Isabel hizo muy buenas amigas.
Durante estos cuatro últimos años he trabajado duro, pero siempre encontrando tiempo para mis seres queridos, ellos fueron mi apoyo y no podía darles la espalda.
El local de mi nuevo restaurante estaba decorado en las paredes por las fotografías de la fotógrafa que en parte había marcado mi vida. Me costó bastante encontrarla, pero valió la pena, sus fotografías me inspiraron y dieron tranquilidad en los momentos difíciles.
Con paciencia y trabajo conseguí lo que siempre había anhelado, el reconocimiento por mi trabajo que hoy se veía reflejado en la entrega de las estrellas Michelin.
Por cierto el restaurante se llama ALGODÓN DE AZÚCAR.
* JULIÁN PARALLUELO. (Barcelona, 1961) Obtuvo el segundo premio de la Mancomunidad Tierras de Belchite y ha colaborado en el Libro de los Quinientos y Quinientos enamorados.
*NINES HERRERO. Zaragozana aficionada a la fotografía que siempre lleva la cámara colgada del hombro. Con el confinamiento descubrió la Sociedad fotográfica turolense y empezó a colaborar con ellos en los retos que proponían cada día.