

Ya son las dos y media. El tren sale a las tres y cuarto y todavía estamos en casa. Espero que no lleguemos tarde a la estación, pues después me pongo muy nerviosa buscando el andén, pensando que me voy a equivocar de tren y tome el de destino Cuenca.
Hoy me voy a Barcelona, es un viaje de ida y vuelta desde Zaragoza. Sacamos los billetes hace tiempo para que nos saliesen más baratos y, la verdad es que tengo ganas de poder pasar allí un día. Eso sí, habrá que tener cuidado con la hora no vayamos a perder el tren de vuelta; que además, siendo tan de pueblo y en una ciudad tan grande, ya podemos enterarnos bien de cómo volver a la estación.
Ya hemos avanzado un poco y estamos en el coche de camino a la estación. Revisamos que llevemos todo, los billetes, la cartera, el móvil... Parece ser que todo está en orden. Durante el viaje echo la mano al bolso un par de veces para tocar disimuladamente los billetes y cerciorarme de que están ahí. Pienso cuántas ganas tengo de ir al baño, para calcular si llego hasta Barcelona sin necesidad de pasarlo mal o si busco un baño en la estación. La verdad es que no me gustan demasiado los baños públicos, no sé si es consecuencia de los asquerosos baños de los bares nocturnos o de los baños de cabina de los festivales, pero la verdad es que no me gusta ir al baño fuera de casa, aunque en realidad eso ya me pasaba desde que era pequeña. Pensando estas memeces, hemos llegado a la estación.
Por suerte tenemos sitio para aparcar con facilidad, no hay mucha gente y no vamos a tener que caminar demasiado.
Ya dentro tenemos que buscar una pantalla donde ponga las salidas, para ver en qué andén nos toca. Son las tres, tenemos quince minutos. A ver: Salidas, desde Zaragoza a Barcelona. ¿A las cuatro? Algo no encaja aquí, ¿qué es lo que está pasando? Es justo lo que necesitaba para ponerme más nerviosa de lo que ya estaba, porque yo, hasta que no me suba al tren no voy a poder frenar esta electricidad interior que va de arriba a abajo y de abajo a arriba. Vamos a mirar la hora de nuevo en los billetes, a ver si es que hemos leído mal, en la pantalla lo que pone está claro, ha salido tres veces y en todas y cada una de ellas pone que el tren de Zaragoza a Barcelona sale a las cuatro de la tarde. Los billetes siguen en el mismo sitio que antes, en el bolso, no se han movido. La hora que pone en ellos también es la misma, tampoco se ha movido, sigue poniendo las tres y cuarto. ¡Ay madre! A que nos hemos equivocado de día al sacar los billetes… Pues no, el día es hoy. ¿Qué es lo que está pasando? Mi pareja coge los billetes, ahora en el mismo estado de nervios que yo, no hay nada como un contratiempo para igualar nervios. Sus ojos van de lado a lado de los billetes, parecen no encontrar nada. Mira la pantalla, mira de nuevo los billetes y murmura: No entiendo nada. De repente, un último vistazo a los billetes y su cara cambia de repente, mano a la cabeza y... ¡Vaya cagada! Empieza a dar vueltas sobre sí mismo y yo no entiendo nada. Le pregunto varias veces sin respirar: ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? ¡¿Qué pasa?! Lo que pasa es que como sigamos en la estación de Zaragoza vamos a perder el tren, porque a esta hora deberíamos estar Barcelona-Sants. ¡Hemos sacado los billetes al revés!
Buscamos rápidamente una ventanilla con una persona, no un robot, y por suerte la encontramos. La mujer mira los billetes, nos mira la cara de... gilipollas, se sonríe y dice: No os preocupéis, ahora mismo os cambio los billetes de ida y de vuelta, salida desde Zaragoza y vuelta desde Barcelona, ¿es así? El lado bueno es que no vamos a perder el tren y que nos sobra tiempo hasta para tomar un café.
Camarero, una tila, por favor.
Hoy me voy a Barcelona, es un viaje de ida y vuelta desde Zaragoza. Sacamos los billetes hace tiempo para que nos saliesen más baratos y, la verdad es que tengo ganas de poder pasar allí un día. Eso sí, habrá que tener cuidado con la hora no vayamos a perder el tren de vuelta; que además, siendo tan de pueblo y en una ciudad tan grande, ya podemos enterarnos bien de cómo volver a la estación.
Ya hemos avanzado un poco y estamos en el coche de camino a la estación. Revisamos que llevemos todo, los billetes, la cartera, el móvil... Parece ser que todo está en orden. Durante el viaje echo la mano al bolso un par de veces para tocar disimuladamente los billetes y cerciorarme de que están ahí. Pienso cuántas ganas tengo de ir al baño, para calcular si llego hasta Barcelona sin necesidad de pasarlo mal o si busco un baño en la estación. La verdad es que no me gustan demasiado los baños públicos, no sé si es consecuencia de los asquerosos baños de los bares nocturnos o de los baños de cabina de los festivales, pero la verdad es que no me gusta ir al baño fuera de casa, aunque en realidad eso ya me pasaba desde que era pequeña. Pensando estas memeces, hemos llegado a la estación.
Por suerte tenemos sitio para aparcar con facilidad, no hay mucha gente y no vamos a tener que caminar demasiado.
Ya dentro tenemos que buscar una pantalla donde ponga las salidas, para ver en qué andén nos toca. Son las tres, tenemos quince minutos. A ver: Salidas, desde Zaragoza a Barcelona. ¿A las cuatro? Algo no encaja aquí, ¿qué es lo que está pasando? Es justo lo que necesitaba para ponerme más nerviosa de lo que ya estaba, porque yo, hasta que no me suba al tren no voy a poder frenar esta electricidad interior que va de arriba a abajo y de abajo a arriba. Vamos a mirar la hora de nuevo en los billetes, a ver si es que hemos leído mal, en la pantalla lo que pone está claro, ha salido tres veces y en todas y cada una de ellas pone que el tren de Zaragoza a Barcelona sale a las cuatro de la tarde. Los billetes siguen en el mismo sitio que antes, en el bolso, no se han movido. La hora que pone en ellos también es la misma, tampoco se ha movido, sigue poniendo las tres y cuarto. ¡Ay madre! A que nos hemos equivocado de día al sacar los billetes… Pues no, el día es hoy. ¿Qué es lo que está pasando? Mi pareja coge los billetes, ahora en el mismo estado de nervios que yo, no hay nada como un contratiempo para igualar nervios. Sus ojos van de lado a lado de los billetes, parecen no encontrar nada. Mira la pantalla, mira de nuevo los billetes y murmura: No entiendo nada. De repente, un último vistazo a los billetes y su cara cambia de repente, mano a la cabeza y... ¡Vaya cagada! Empieza a dar vueltas sobre sí mismo y yo no entiendo nada. Le pregunto varias veces sin respirar: ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? ¡¿Qué pasa?! Lo que pasa es que como sigamos en la estación de Zaragoza vamos a perder el tren, porque a esta hora deberíamos estar Barcelona-Sants. ¡Hemos sacado los billetes al revés!
Buscamos rápidamente una ventanilla con una persona, no un robot, y por suerte la encontramos. La mujer mira los billetes, nos mira la cara de... gilipollas, se sonríe y dice: No os preocupéis, ahora mismo os cambio los billetes de ida y de vuelta, salida desde Zaragoza y vuelta desde Barcelona, ¿es así? El lado bueno es que no vamos a perder el tren y que nos sobra tiempo hasta para tomar un café.
Camarero, una tila, por favor.