Me llamo Carolina, tengo 35 años y soy de un pueblo de Teruel. Ahora estoy trabajando como administrativa en Zaragoza. He sido una persona bastante normal, he estudiado lo que me ha gustado, tengo muchas amistades con las que me gusta salir y, como casi todo el mundo, he tenido algún sábado loco de beber demasiado.
Nunca me ha pasado nada grave, quiero decir, no me han violado, ni me han pegado una paliza ni tampoco me han tenido que hospitalizar por consumir demasiado alcohol. Sin embargo, sí que me han ocurrido varias cosas, ni más ni menos que a cualquier otra chica.
Estudié en Zaragoza y tenía que coger el autobús para volver a casa. Un día que el autobús no iba muy lleno, había solo una decena de personas de pie, saqué el libro de mi mochila y empecé a leer. De repente, un tío se colocó en el pasillo con las piernas abiertas junto a mí y, notaba cómo se apretaba. Yo pensé que el autobús se había llenado, levanté la vista y vi que no, pero el tipo seguía ahí. No sé cuánto tiempo estuvo refrotándose contra mí, no quiero ni pensarlo. Siempre he creído que tardé demasiado en darme cuenta de lo que ese hombre de unos treinta y pico estaba haciendo. Cuando me di cuenta, no sé cómo, le dije: ¿Puedes apartarte que el autobús va vacío? Justo en ese momento las puertas se abrieron y el tío, del que no recuerdo absolutamente nada, se bajó del autobús echando chispas.
Otro día también me ocurrió algo en el transporte urbano. El hombre que tenía sentado al lado se colocaba de tal manera que su pierna rozaba con la mía. Empezó a rascarse la pierna, pero al ver que no paraba, sospeché lo peor, así que me levanté y me fui sintiéndome terriblemente avergonzada. ¡Yo!
Otro día, siendo algo más joven, unos15 años o así, en las fiestas del pueblo, entre cervezas y bailes conecté con un chico dos años mayor que yo. Nos estuvimos riendo juntos durante toda la tarde y, por la noche apareció la magia. Me cogió de la mano, nos besamos y después fuimos a una peña. Allí nos apartamos un poco de la gente y mientas me besaba puso mi mano en su pene. Yo la aparté y él la volvió a poner y me indicaba qué tenía que hacer. Yo la volví a apartar y entonces él se fue diciéndome: eres una niñata. Nunca me había sentido tan rechazada. Me armé de valor e hice como si no hubiese pasado nada, pero en el fondo me dolió mucho que me rechazase, la verdad es que me marcó.
Un verano, en las fiestas del pueblo de una amiga, me fijé en un chico. Por aquel entonces tendría unos 17 años. Las amigas hicieron de celestinas y nos enrollamos, nos dimos unos cuantos besos y después nos alejamos un poco para tener más intimidad. Lo que yo menos imaginaba es que el quería que yo... que yo le hiciera una felación. No quería, pero él insistía empujando mi cabeza hacia abajo. No recuerdo qué pasó, tengo una laguna. Solo sé que él se levantó y me dejó allí sin decirme ni adiós.
Nunca pensé que tuviese que denunciar, siempre creí que yo había tenido la culpa. Ahora sé que no, ahora sé que los que actuaron mal fueron ellos. Sin embargo, si hubiera denunciado, habría tenido que soportar preguntas como: ¿Cuánto tiempo estuvo refrotándose ese señor del autobús?; ¿qué llevaba puesto?; ¿se le veían mucho las piernas cuando se sentó en el autobús junto a ese señor?; ¿por qué no se fue la primera vez que le puso la mano en la polla?; si no recuerda nada, ¿no sería que iba muy bebida?; ¿cómo puede ser que no recuerde nada?;âentonces ¿qué es lo que quiere denunciar, que le obligó a bajar la cabeza?
No les interesa que hablemos porque se salvarían sólo unos pocos ya que existe una ley no escrita en la que tenemos que satisfacer sus deseos sexuales sí o sí. Ellos lo negarán. Haced ejercicio de conciencia y empezad a pedir perdón, sin excusas.