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No me interesa, gracias

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Isabel Marco
Vivimos rodeados de estímulos y nuestro cerebro tiene que trabajar duro para discernir a qué estímulos prestar atención y reaccionar y a cuáles no. 

Nos llegan miles de bites de información que engullimos como podemos, y así nos va. Nuestro cerebro está repleto de información y eso repercute en nuestra manera de enfrentarnos a la vida. Estamos informados por encima de nuestras posibilidades y creemos que todo nos puede ocurrir y, en realidad, el noventa por ciento de las cosas que nos preocupan no nos ocurrirán jamás. Pero, en el momento en el que empiezan a ocupar un espacio en nuestra mente ya están teniendo un impacto en nuestra salud. 

Cuando sentimos miedo, ansiedad o amenaza por distintas situaciones nos estresamos. Debemos conocer bien los factores que pueden afectarnos y reaccionar en base a ello, centrarnos en lo real; demasiado tenemos como para preocuparnos por cosas lejanas, ¿no es así?

Hace un tiempo, una trabajadora de una conocida ONG estuvo persiguiéndome para que participase en una de sus campañas. Vio en mí una presa fácil porque le dije que me preocupaban el hambre infantil en el mundo, ¡cómo me va a parecer bien que los niños pasen hambre! A nadie le parece bien eso, creo. 

El caso es que, a pesar de que le dije que ya colaboraba con proyectos de este tipo (colaboro con tres ONG’s) y que ya no podía invertir más de mi dinero en donaciones, insistía e insistía porque sabía que mi preocupación podría ser para ella un cliente más. Sé que yo no puedo acabar con el hambre en el mundo, pero me puso entre la espada y la pared y tuve que responder con tono serio para que no insistiese más. Tras esto, estuve varios días sintiéndome fatal; pero yo no puedo cargar sobre mis espaldas esa gran responsabilidad, no tengo tanto poder para cambiar el mundo con un gesto de monedero; a pesar de que era precisamente eso lo que me estaba intentando hacer creer esta mujer. Mis niveles de estrés aumentaron por algo que yo no puedo controlar.

Alejamos temas importantes por creer que son ajenos a nuestras vidas, por creer que no pueden afectarnos o por pensar que no podemos controlarlos. Nos mantenemos al margen y, a pesar de que el noventa por ciento de las cosas que nos preocupan no nos van a afectar, dejamos en ese diez por ciento algunas que sí nos afectan o nos afectarán. Suele ocurrir con temas comprometidos o que pueden crear polémica y, a veces, es un error. 

Como dice Rodrigo Cuevas: “Tan político es posicionarse como no hacerlo”. Si dejamos que la gente que quiere volver atrás en los derechos que tanto ha costado conseguir y no abrimos la boca porque pensamos que no nos va a afectar, estamos dejando que acaben con identidades y cultura, dejamos que las mujeres no podamos desarrollar todo nuestro potencial, que nos traten como objetos nada más; que las zonas rurales tengan menos recursos, que desaparezcan paisajes naturales, que se malgasten recursos, que se generen más residuos… Si nos callamos, nos comportaremos para cumplir con lo establecido, con lo que establezcan; total, ni soy gay, ni trans, ni me maltratan, ni hay machismo en mi casa, ni vivo en un pueblo, ni me gusta el campo, ni hay problemas con los residuos en mi calle…

No quiero callarme lo que no me gusta, no quiero caminar hacia una sociedad donde no se pueda hablar, pero se castiga más a la persona que habla que a la que está callada. No creo que a mí me pase como a las mujeres afganas, quiero creer que eso está en ese noventa por ciento de las cosas que nunca me pasarán pero, por si acaso, haré como ellas: hablaré, recitaré, cantaré; no vaya a ser que aquí lleguen a prohibir también que se oiga nuestra voz.