Dominique Pellicot publicó un foro online titulado “sin su consentimiento”; ahí ofrecía a su mujer a otros hombres para que la violasen. La drogaba, le metía somníferos en la comida y en la bebida hasta que se quedaba dormida, como en coma. Para que todo funcionase, les daba instrucciones de cómo debían comportarse, que no se pusiesen perfumes... una serie de normas para que la violación tuviese lugar sin riesgos. Ella no sabía nada, solo sentía que algo le estaba ocurriendo en su cabeza porque tenía lagunas, se le caía el pelo, perdía peso, tenía problemas ginecológicos... Y así durante una década mientras él le hacía luz de gas para poder seguir ofreciéndola para que la violasen.
Nos echamos las manos a la cabeza, pero pensemos en los números que se están barajando: más de noventa hombres, que haya identificado la policía, gracias a los vídeos que el propio marido grababa y documentaba detalladamente. Noventa hombres, noventa violadores de entre 26 y 74 años, buenos amigos, vecinos, padrazos, bomberos o informáticos, da igual. La conclusión que se saca de aquí es que podía ser cualquiera.
Esta atrocidad solo ha sido posible perpetrarse por la llamada cultura de la violación y una fuerte estructura patriarcal en la que se escudan los hombres, se protegen o ignoran conductas de este tipo en las que se veja a la mujer. Ninguno de estos hombres se preguntó si había algo extraño en todo esto, aunque en un principio pudiesen pensar que era un trato de la pareja, que era algo consentido y acordado entre ambos, no se preguntaban porqué ella no se movía o porqué el hombre daba tantas instrucciones para que todo fuese bien. Y, si alguno vio algo extraño, lo máximo que hizo fue no volver, pero no denunció, no ayudó a esa mujer que estaba siendo violada de manera sistemática durante diez años, ninguno hizo absolutamente nada por ella. Todos ellos eran hombres normales, hombres que de entrada no tratan mal a las mujeres, pero que en cuanto están en una situación más íntima, las mujeres para ellos dejan de ser personas con sus mismos derechos.
Después dirán que las mujeres exageramos y nos pondrán a caldo a las feministas por decir que, dentro de la cultura del patriarcado en la que estamos, se educa a los hombres para que sean potenciales violadores. Nos llaman exageradas cuando afirmamos que preferimos encontrarnos en un bosque a un oso que a un hombre. ¿Pero cómo no vamos a afirmar estas cosas si ocurren hasta con la persona con la que has hecho un juramento de amor y fidelidad? Señores, por favor, dejen de decir que somos unas exageradas y vayan asumiendo que vivimos en un sistema hetero-patriarcal que nos inculca, nos educa en una cultura de la violación. Dejen de ser cómplices.
Hace una semana que se hizo viral el vídeo de Antonio Martín, alcalde de Vita (Ávila), cantando una canción cuya letra decía así: “Me encontré a una niña sola en el bosque, la cogí de la manita, me la llevé a mi casita, la metí en mi camita, le bajé la braguita, le eché el primer caliqueño”.
Eso es apología de la violación y de la pederastia. Esta canción se la sabía muy bien, no creo que se la inventase, pero no era la primera vez que la cantaba. Estaba subido en un escenario, con un micrófono, otro hombre coreaba con él alegremente y en el público, otros noventa y tantos tíos (o más) también. Y tenemos que ser nosotras las que digamos que eso que está cantando ese hombre es la historia de una violación a una menor. No es exagerar, es intentar abrir los ojos.
Gisèle, que así se llama la mujer del violador francés, ha querido que el juicio fuese público, para que la vergüenza la sientan todos esos hombres que la violaron y no ella. No somos nosotras, basta ya.