Un paseo mental por Albarracín a través del grabado y la cerámica
Lucía Villarroya presenta el sábado 31 de julio su trabajo ‘Rodeno. La poética del paisaje’Uno de los primeros recuerdos de Lucía Villarroya la remiten a su infancia, paseando por el pinar de Albarracín junto a su padre, con la excusa de buscar rebollones. Sin ser de allí Villarroya, nacida en la capital turolense, siempre ha sentido una conexión especial con la Sierra, al punto de cumplir su sueño de tener una casa en la que pasa frecuentes temporadas. Hace 35 años formó parte del equipo de Estela Producciones con el que José Miguel Iranzo y Víctor Lope rodaron en Noguera la mítica Mayumea, y desde entonces ha inspirado parte de su obra y también ha expuesto en numerosas ocasiones en esa Comarca.
Ahora le rinde una especie de tributo creativo en Rodeno. La poética del paisaje, una exposición de grabado y cerámica en la que transmite a través de obra gráfica y volumen el imaginario personal que ese entorno natural ha ido labrando en su interior. Comisariada por Carmen Martínez Samper, la muestra formada por fragmentos de paisaje se inaugurará este sábado 31 de julio en el Museo de Albarracín, en un acto que tendrá lugar a las 19 horas, media hora antes de que la Torre Blanca de la localidad abra la exposición de pintura de las ganadoras de la Beca de Pintura de Albarracín 2019, de Lidia Fernández Martínez y Beatriz Ortega. Con esta muestra, la ceramista y grabadora Lucía Villarroya regresa a las salas de exposiciones después de Arrebolado, una colección de grabado collagraph dedicada a los atardeceres, que pudo verse en septiembre de 2019 precisamente en el Molino del Gato, en Albarracín.
En esta nueva serie de grabados Villarroya no ha abandonado esa técnica experimental, que consiste en pegar sobre la matriz que está destinada a entintar el soporte papeles, cartones u otros elementos que proporcionen textura y cierto volumen. Lucía Villarroya es ceramista des sus orígenes y, durante sus relativamente recientes estudios en Bellas Artes, se enamoró del lenguaje del grabado convirtiéndose en una de las grabadoras más destacadas del actual panorama turolense. Con el collagraph ha acercado ambas disciplinas, ya que sus matrices consiguen torsionar el papel soporte hasta proporcionarle un volumen que lo convierte casi en una escultura gráfica, más parecido a un bajorrelieve que a un grabado convencional. Para ello modela, a través de resinas, siliconas y otros materiales, las texturas en una plancha de madera lo suficientemente resistente para soportar la presión que tiene que ejercer la prensa sobre un papel realizado en algodón artesanal de 400 gramos de espesor.
En cuanto a la técnica utilizada para realizar las piezas de cerámica, utiliza gres rojo chamoteado y decorados con óxidos y colorantes cerámicos, cocidos a 1.280 grados. Otras piezas están cocidas con la técnica del pit firing, “acaso una de las técnicas más ancestrales con fuego directo que existen”, explica la artista. La cerámica pit firing se cuece en un hoyo, un bidón en el caso de Lucía Villarroya, y ofrece unos acabados insólitos y determinados en parte por el azar, ya que dependen de las reacciones físicas y químicas que se producen durante la cocción entre las sales, el fuego, el humo y los materiales con los que se envuelven las piezas, que en este caso son serrines, agujas de pino, piñas o pequeños fragmentos de corteza de árbol recogidos durante los paseos por el pinar de Albarracín.
En esa combustión con elementos del terreno la ceramista transmite parte de la esencia de la material orgánica al soporte inorgánico de la arcilla, preñándola de esa rodenicidad acerca de la cual Villarroya construye su discurso poético.
Paisaje fragmentado
Ese discurso tiene que ver con el paisaje de la Sierra de Albarracín como espacio de serenidad, de silencio, que descubre “la relación y el vínculo emocional y ancestral que une al hombre con la tierra como un componente más de la naturaleza”, en palabras de la propia autora. “Cuando regreso al pinar de Albarracín experimento una sensación de paz y libertad comparable a ser capaz de detener el tiempo y estar a solas contigo misma. Conectarte con tu cuerpo y sentir que el resto no importa, algo que en estos días en el que vivimos aceleradamente es casi imposible”.
Lucía Villarroya reproduce esas sensaciones a partir de recrear el paisaje físico que se convierte en su paisaje mental. Pero no un paisaje convencional, “sino fragmentado, basado en los detalles, en la poética de las texturas, colores, luces, formas y sensaciones que han dejado una huella indeleble tanto en mi memoria como en mis piezas de cerámica y los grabados”.
Así, las piezas expuestas reproducen las formas y texturas de los anillos de Liesgang, esas bandas circulares concéntricas e irregulares que se forman en la roca “de manera casi obsesiva”, que aunque no en exclusiva, define bien la piedra rodeno. Esa es una de las pieles que elige Villarroya para vestir su relación emocional con la naturaleza de Albarracín en la exposición que, dentro del Museo de Albarracín, se divide en dos salas.
En la primera de ellas se encuentran nueve grabados y seis piezas de cerámica de formato grande. Y en la otra se encuentra un pequeño pinar de arcillas, y un mural construido a partir de una cuadrícula en el que se reproducen texturas de semillas, hojas, agujas, cortezas y tonos del pinar.
En un esclarecedor texto de la comisaria de la exposición, Carmen Martínez Samper, profesora de la Universidad de Zaragoza y que conoce perfectamente Albarracín y todo lo que significa, compara las piezas de Villarroya con “metáforas de la tierra, con un cromatismo único, que sus manos han transformado en caricia, en una invitación visual a un modelo propio. Se detiene en los detalles y los transforma con una singular mirada donde el componente emocional no es ajeno a lo que nos demuestra”.
“Más allá de la interpretación romántica del paisaje, de esa mirada particular en torno al tema, el Rodeno renace bajo su magia. Sin duda, es ahí donde reside su verdadero potencial”, explica la comisaria de la exposición de arte.
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