‘La pintura y sus lenguajes’, una retrospectiva de Rosa Torres en el Salvador Victoria
El museo de Rubielos de Mora inaugura este sábado una colección de 16 pinturas de la artista valencianaRosa Torres (Valencia, 1948) ha tenido que construir un lenguaje propio para fundir de manera coherente un discurso artístico abstracto con el paisaje y la naturaleza. Hija del artista rubielano Luis Torres, su paso por la Escuela de Bellas Artes de San Carlos fue seguramente decepcionante, si bien su entrada en contacto con las vanguardias valencianas de principios de los 70 activó su resorte creativo que le permitió aportar una forma realmente personal de entender el arte.
El Museo de Arte Contemporáneo Salvador Victoria de Rubielos de Mora abre sus puertas ahora a La pintura y sus lenguajes, una exposición retrospectiva de su trayectoria que será inaugurada el próximo 25 de junio, en un acto que tendrá lugar en el propio museo a las 20 horas. Podrá visitarse en la sala turolense hasta el 12 de octubre.
La muestra se abre al verano rubielano casi al mismo tiempo que se publica Rosa Torres. La construcción d’un llenguatge, una obra en la que Francesc Miralles recorre la trayectoria artística de la valenciana. De forma similar, la exposición en el Salvador Victoria es una retrospectiva desde 1972 hasta 2021, con 16 pinturas que han seleccionado cuidadosamente entre la propia autora y Ricardo García Prats, director del Salvador Victoria y comisario de la exposición.
La más antigua es Hipopótamo (1972), un comienzo con aire de excepción que formó parte además de la primera exposición individual que protagonizó Rosa Torres en 1973. Fue adquirida en la galería madrileña SEN por Salvador Victoria, y actualmente pertenece a la colección particular de Marie Claire Decay.
La última pieza es Maestrazgo (2021), también acrílico sobre tela, y entre ambos cuadros pueden verse otros catorce que van dibujando los diferentes hitos formales de la artista, con una evolución que va desde la adopción de un lenguaje basado en el color y la forma, hasta el progresivo redondeo de esas formas, haciéndolas cada vez más orgánicas y naturales.
Una serie efímera
Esa primera pieza que se expone, Rinoceronte, forma parte de una serie de animales salvajes que realizó en los primeros años 70, en la que ya había dejado atrás la Escuela de Bellas Artes de San Carlos, y había comenzado a trabajar con artistas del Equipo Crónica, donde conoció a tres de sus principales influencias; el artista Juan Antonio Toledo, la galerista Eugenia Niño, propietaria de SEN, y Rosalía Sender.
La particularidad de este cuadro es que su abstracción es solo aparente, y realmente los animales que pintaba aparecían sugeridos entre el follaje, obligando al espectador a hacer un visionado crítico y curioso del cuadro hasta ser capaz de delimitar la forma del animal.
Esta serie o ese concepto de la pintura no encontró sin embargo continuidad, y a partir de ahí los animales difusos y escondidos dieron paso al paisaje, en buena parte inspirados por el Botánico de Valencia. Ahí es donde empieza a forjarse el lenguaje de Rosa Torres con propiedad. Según el comisario Ricardo García Prats, “Paul Cézanne entendía que en la pintura el tema no es el hecho más importante, sino que son las relaciones entre las líneas, los colores y las formas. Sin duda esta premisa estará siempre en el lenguaje de la pintura de Rosa Torres, y siempre será más importante la forma y el color que el tema”.
La abstracción como vanguardia y el paisaje parecían términos contradictorios en la España de la Transición. Pero Torres lo adoptó a sabiendas de eso por rescatar un tema arrinconado que había estado en el inicio de la modernidad, y por los cambios que ofrece la naturaleza en la luminosidad, siendo, como es, la luz y el color de la misma un elemento fundamental en su pintura.
De ella destaca García Prats que “no existe la sombra, algo que significa una ruptura radical con la manera de hacer en e mundo occidental desde el renacimiento, ni la técnica de la perspectiva, y en ese sentido se aproxima más a las técnicas del cubismo que se expresa en distintos planos”.
A finales de los ochenta el lenguaje de Rosa Torres se había afianzado en su forma de crear y entre la crítica, que asumía su forma de expresar la lejanía, cierta frialdad y objetividad en el paisaje, a través del color plano y de la ausencia de detalle.
En 2004 pinta Peñagolosa, que recupera el mito de la montaña mágica, en el que predominan las líneas rectas y las formas angulosas, casi industriales, que irán dando forma posteriormente a la mancha irregular, redondeada y orgánica. Un buen ejemplo de ese culmen es Maestrazgo (2021), inspirado en los alrededores de Mosqueruela, localidad que conoce bien, y donde esas manchas orgánicas se sobreponen con claridad a la propia línea.
Hija de un rubielano y con proyección internacional
Rosa Torres estudió Magisterio en Bilbao y Bellas Artes en la Escuela de San Carlos de Valencia. Ha realizado más de 50 exposiciones individuales, destacando la de la Bienal de Venecia (1982), Tossan-Tossan Gallery de Nueva York (1986), Reials Drassanes de Valencia (1999), Caja Vital Kutxa en Vitoria (2003), Sala Antoine I de Mónaco (2004), Centro Cultural BBVA de Terrassa (2017), entre otros, además de ferias como ARCO o Art Madrid y colecciones por todo el mundo.
Además ha realizado pintura mural en la estación de Metro Facultats de Valencia (1995) y en el centro High Field en Wolverhampton, en Birmingham (2012).
Su obra figura en museos como el Reina Sofía, Madrid; IVAM , Valencia; Museo Albertina, Viena; MUVIM, Valencia; Fundación Antonio Pérez, Cuenca; Museo Pablo Serrano, Zaragoza; Fundación Vila Casas, Barcelona; Museo del Dibujo, Castillo de Larres, Huesca; Museo Aguilera Cerni, Villafamés, Castellón; Museo de obra gráfica de San Clemente, Cuenca; entre otros.
En Teruel, Rosa Torres forma parte de la nómina de autores que han expuesto en el Museo de Puertomingalvo, formando parte por tanto de la colección de arte municipal.
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