‘Iguanodon’, del hallazgo de Gideon Mantell a la última revelación de la Fundación Dinópolis
Dos siglos después, fósiles turolenses completan el conocimiento de un dinosaurio icónicoEn paleontología no existe lo obvio, al igual que en cualquier disciplina científica. El conocimiento se demuestra con evidencias y la Fundación Dinópolis lo acaba de hacer resolviendo un enigma que se remonta a hace dos siglos cuando nacieron los dinosaurios al definirse entonces las primeras especies fósiles de estos gigantes tras su descubrimiento. Entonces fue en suelo británico y ahora ha sido en sedimentos turolenses donde se ha demostrado que los ejemplares juveniles de Iguanodon, el segundo dinosaurio de la historia que fue descrito por la paleontología, caminaba a cuatro patas además de poder moverse de forma bípeda. El hallazgo cierra un círculo y coloca una vez más a Teruel en el foco de la paleontología mundial.
Los Iguanodon eran como las vacas o los ñus del Cretácico, el último periodo geológico en el que vivieron los dinosaurios antes de su extinción. Se conocen desde que el ser humano tuvo conciencia de que existieron estos grandes reptiles, y son uno de los dinosaurios icónicos de la historia de la dinosauriología.
Dos siglos después del hallazgo de sus primeros fósiles en Inglaterra, la Fundación Conjunto Paleontológico de Teruel-Dinópolis/Museo Aragonés de Paleontología acaba de publicar en la revista científica Palaeoworld un artículo que explora qué tipo de dinosaurios de este género poblaron la provincia de Teruel hace 125 millones de años.
Los autores describen dos morfotipos de huellas que habrían sido dejados por dos tipos de iguanodóntidos diferentes, uno de mayor tamaño que el otro, que se correspondería con Iguanodon galvensis, la segunda especie descrita de este dinosaurio y que se definió inicialmente con fósiles de Galve, aunque posteriormente se ha ampliado a hallazgos de otras localidades; y otro más pequeño que estaría asociado a Morelladon o Mantellisaurus.
Aparte de que se trata de un trabajo excelente, muy elaborado a partir de las evidencias de las huellas impresas por los dinosaurios y de los fósiles de sus huesos, puesto que los autores buscaron encajarlos en las pisadas que dejaron estos animales en vida, la publicación tiene el atractivo añadido de terminar de cerrar una incógnita que existía sobre el modo de locomoción de estos reptiles.
Desde que se descubrió Iguanodon y se definió en 1825 por parte de Gideon Mantell, uno de los padres de la dinosauriología, ha existido un debate sobre cómo se desplazaban estos animales. Las primeras representaciones que se hicieron los mostraba cuadrúpedos. Ahí están las reconstrucciones corpóreas del Crystal Palace de Londres inauguradas en 1854 por la reina Victoria y que todavía permanecen en pie, en el que fue el primer parque paleontológico de la historia y del que es heredero Dinópolis.
La cuestión cambió a finales del siglo XIX cuando se hallaron 24 esqueletos articulados y prácticamente completos en una mina de carbón en Bernissart, cerca de Mons en Bélgica. El catedrático de Paleontología José Luis Sanz asegura que este hallazgo supuso una “auténtica revolución” porque a partir de ese momento este animal pasó a considerarse que tenía una locomoción bípeda,
Fue el ingeniero de minas de origen francés Louis Dollo quien encomendó su vida a su estudio y llegó a esa conclusión tras aplicar la morfología funcional, disciplina que indaga en los hábitos de vida de animales extintos a partir del estudio de su esqueleto y la reconstrucción de sus músculos.
“De esta manera, Dollo llegó a la conclusión de que Iguanodon era un animal bípedo, que reconstruyó con un aspecto canguroide”, afirma Sanz en su libro Cazadores de dragones. Historia del descubrimiento e investigación de los dinosaurios. Refutaba así el científico la teoría propuesta tres décadas antes por el británico Richard Owen y que quedó plasmada en los Iguanodon corpóreos del parque del Crystal Palace representados a cuatro patas.
Desde entonces, y a lo largo de prácticamente todo el siglo XX, Iguanodon pasó a ser mostrado en postura bípeda hasta que en las últimas décadas volvió a cambiar su representación para recrearlo como un animal que podía moverse tanto de forma bípeda como cuadrúpeda. Fue el estudio combinado de sus huesos fósiles con las pisadas dejadas en los sedimentos lo que permitió ese cambio de paradigma.
La incógnita residía en si eso mismo se podía aplicar a los ejemplares juveniles o si por el contrario estos solo tenían una locomoción bípeda hasta que eran adultos y pasaban a caminar de las dos formas. No había evidencias en el registro icnológico de posturas cuadrúpedas en los Iguanodon juveniles. En el Jurásico (periodo anterior al Cretácico) sí había registros de otros ornitópodos, que es un gran grupo en el que se engloba el dinosaurio de Mantell, que demostraba que los pequeños se movían también a cuatro patas, pero no había pruebas científicas concretas en el caso de Iguanodon.
Cabra de Mora
La evidencia que lo corrobora se ha encontrado en el municipio turolense de Cabra de Mora. Se trata de dos asociaciones de pisadas de los pies y de las manos aparecidas en contramoldes, es decir, que lo que se ha conservado es el relleno que dejaron de la huella.
Al principio los paleontólogos solo se percataron de la pisada del pie, de forma tridáctila, pero posteriormente vieron un bulto redondeado en su lateral que se correspondía con la marca dejada por la mano del dinosaurio. El modelo fotogramétrico que hicieron a partir de fotografías, que permite ver mejor el relieve en la roca, confirmó la existencia de esa pisada.
La huella del pie de una de esas icnitas tiene solo 10,2 centímetros y la de la mano 2,3, mientras que en la otra las dimensiones son de 14 y de 2,4 centímetros. La pisada ha sido comparada con los huesos fosilizados de ejemplares juveniles de Iguanodon hallados en la mina de Galve y las marcas coinciden con estos productores. Es la prueba que no existía hasta ahora en el registro mundial de que las crías también tenían locomoción cuadrúpeda aparte de poder ponerse a dos patas.
El trabajo, titulado Diversity and discrimination of large ornithopods revealed through their tracks (Lower Creataceous, Spain): A phenetic correlation approach, lo lidera Josué García-Cobeña, que está realizando su tesis doctoral en la Fundación Dinópolis y es un ejemplo de cómo el parque paleontológico turolense crea vocaciones científicas. Visitó Dinópolis siendo niño, con 9 años, quedó maravillado por los dinosaurios, participó en varios cursos de paleontología de la Universidad de Verano de Teruel y hoy, tras realizar sus estudios universitarios, ha elegido la carrera científica y la ha iniciado en el mismo sitio donde surgió su vocación. Los otros paleontólogos que firman el trabajo son Diego Castanera, Francisco Javier Verdú y Alberto Cobos.
Dos clases de dinosaurios
La publicación corrobora, a partir del estudio de huellas y fósiles de los huesos, la existencia en la Formación Areniscas de Camarillas de dos tipos de dinosaurios iguanodóntidos que vivieron en lo que hoy es la provincia hace unos 125 millones de años en el Cretácico Inferior.
La investigación asocia las icnitas con los huesos encontrados de los pies de estos animales, de forma que han podido comprobar que la pisada se adapta a la huella dejada en los sedimentos blandos.
El primer grupo de estos iguanodóntidos dejó huellas de entre 10 y 50 centímetros de longitud, en el caso de los pies, mientras que en el segundo las pisadas estudiadas son de mediano tamaño al tener entre 20 y 30 centímetros. Hay que tener en cuenta que en el primer caso aparecen también pisadas de ejemplares juveniles y por eso las hay tan pequeñas.
La conclusión a la que llegan a partir de la comparación de las huellas y de los restos directos de los huesos de los pies -es lo que hace la fenética, que clasifica los organismos basándose en sus similitudes-, es que las pisadas más grandes, así como las más pequeñas, y que van de 10 a 50 centímetros, fueron dejadas por Iguanodon galvensis.
Este dinosaurio es la única otra especie de Iguanodon reconocida a nivel mundial, aparte de bernisartensis que data del siglo XIX, y fue descrita en Galve por el mismo equipo de la Fundación Dinópolis en 2015. Se trata de ornitópodos de unos 10 metros de longitud.
El otro morfotipo de huellas se correspondería igualmente con iguanodóntidos, aunque de un género distinto de Iguanodon. Se trataría de animales de menos de seis metros como Morelladon o Mantellisaurus.
El artículo incide por otra parte en la presencia mayoritaria de grandes ornitópodos hace 125 millones de años en los sistemas fluviales y argumenta que estos animales tendrían preferencia por esos ecosistemas.
Aparte de estas importantes aportaciones científicas, sobresale lo que dicen esas pequeñas huellas de pies asociadas a las de las manos, evidenciando así que los ejemplares juveniles tenían una locomoción cuadrúpeda. Observar ese fósil, que se mostró a la prensa en la presentación que hizo la Fundación hace una semana, fue como asistir a un momento de esos que marcan hitos en el conocimiento de la historia de la vida, como cuando Gideon Mantell se enfrentó hace dos siglos a definir el que sería el segundo dinosaurio de la historia de la paleontología.
Los aficionados a la dinosauriología valoran las icnitas de Cabra de Mora como fósiles únicos, igual que lo son los originales de los dientes de Iguanodon que se exhiben en el Museo de Historia Natural de Londres. La vitrina que los alberga es un lugar de peregrinaje. A partir de ellos y de otros huesos se definió este género meses después de que William Buckland lo hiciera con el primero, llamado Megalosaurus, que este año cumple el segundo centenario de su definición.
Iguanodon ha estado ligado a la provincia de Teruel desde que la humanidad tuvo conciencia de su existencia en el pasado geológico. En 1873 el paleontólogo Juan Vilanova i Piera documentó la primera aparición de restos de dinosaurio en España, que eran de ese género precisamente. Los lugares donde se encontraron fueron Morella (Castellón) y el municipio turolense de Utrillas. Y a mediados del siglo pasado la paleontología puso su mirada en Galve por la aparición del Iguanodon de La Maca, además de por el saurópodo que acabaría bautizándose con el nombre de Aragosaurus ischiaticus.
El hallazgo en Inglaterra
Hace dos siglos, Gideon Mantell se enfrentó en la Inglaterra victoriana a descifrar el enigma de unos fósiles de dientes hallados en el condado de Sussex. Fue su mujer, Mary, la que los encontró en 1820, y su marido quedó desconcertado. Sus primeros intentos de asignarlos a un reptil gigante, pero herbívoro, fueron desacreditados por personajes ilustres de la época como Georges Cuvier, lo que retrasó su publicación científica. El mismo Mantell expresaba en su diario sus dudas al escribir: “Se desconoce que los reptiles actuales sean capaces de masticar la comida y por ello no puedo aventurarme a asignar a un lagarto el diente en cuestión”.
Lo publicó en una compilación de fósiles hallados en el bosque de Tilgate. El libro apareció a principios de 1822, dos años antes de que Buckland publicase sus fósiles de Megalosaurus, pero Mantell los referenció como indeterminados al no atreverse entonces a asignarlos a un reptil gigante. Tardaría tres años en hacerlo tras el recelo inicial de la comunidad científica y después de encontrar similitudes con los dientes de las iguanas. De ahí que la primera propuesta fuese ponerle el nombre de Iguana-saurus, del que declinó porque también se llamaba así a la iguana moderna. Finalmente le puso Iguanodon, que quiere decir dientes como los de una iguana.
El hallazgo se presentó como documento científico el 10 de febrero de 1825 ante la Royal Society y desde entonces el conocimiento sobre los Iguanodon no ha dejado de crecer hasta ser uno de los dinosaurios mejor conocidos, pero del que estaba pendiente de resolver todavía uno de sus enigmas, que es sobre el que ha arrojado luz ahora la Fundación Dinópolis.
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