Especies de Espacios arranca en Bellas Artes con una reflexión sobre lo real y lo percibido
Siete estudiantes participan en un ciclo que constará de otras cuatro exposiciones colectivasLa sala de exposiciones del Edificio de Bellas Artes de Teruel acoge ya la primera de las cinco muestras colectivas previstas este año en el ciclo de arte contemporáneo universitario Especies de Espacios. Ayer se inauguró la propuesta titulada Solus Ipse, en la que han trabajado Kevin Cárdenas, Martín Sáez, Hugo Hoffmann, Carla Serret, Natalia Barco, Eva Villarroya y María Gallego.
El ciclo tiene lugar todos los años por la primavera entre los alumnos de la asignatura de 3º Metodología de Proyecto. Espacio, que imparte Silvia Martí Marí. En él tiene que proponer cada uno un proyecto expositivo que de alguna forma capte los principales campos de interés de cada artista, y se agrupan en colectivas con temáticas similares o asimilables. En el caso de Solus ipse, los trabajos tienen que ver con la percepción del mundo que tiene el artista o el individuo, y la separación que existe o no sobre el mundo real y la percepción que cada una de las personas tienen de él. El solipsismo, de hecho, hace referencia al concepto metafísico según el cual no es posible percibir el entorno de forma objetiva y separada de nosotros mismos, del organismo que lo percibe, por lo que no es más real que esa percepción, y de hecho existen tantos mundos reales como organismos hay percibiéndolos.
Kevin Cárdenas aborda el concepto con La metamorfosis del cuerpo, una metáfora trasgresora de la deconstrucción del cuerpo humano producto de la evolución y cambio que ha sufrido su representación artística a lo largo de los siglos. En lo formal, la instalación está compuesta por ocho contenedores de plástico trasparente. En el interior de seis de ellos hay agua rojiza, que asemeja a la sangre, sobre los que en otro hay representaciones de huesos y tejido muscular creados a partir de arcilla y madera.
Por su parte María Gallego presentó Capa 0, una instalación en la que reflexiona sobre cómo un ligero cambio de material puede cambiar por completo la percepción de la realidad, sin que está tampoco se haya modificado sustancialmente. La instalación se presenta como una silla y una mesa, cubiertos ambos con u lienzo blanco que los oculta, además de vaciarlos de contenido en cuanto a su funcionalidad. Forma parte de la reflexión el hecho de que, bajo ese lienzo, cada cual puede formarse una idea de la silla o la mesa que se ocultan, sin conocer cómo son exactamente. Quizá en las similitudes entre esas ideas mentales generales, tantas como individuos, pueda encontrarse un concepto universal de lo que es silla o mesa, como parte de la realidad.
Hugo Hoffmann por su parte expone Visión sesgada, una pieza consistente en un cuadro construido con materiales textiles, que apelan a un interior parcialmente desconocido, y solo atisbado por unas rasgaduras irregulares en el material opaco que lo envuelve. La obra llama la atención sobre lo cerrada y opaca que es la percepción individual de cada uno, e incluso todo su mundo interior, identificable solo en parte gracias a esos resquicios que permiten el paso de la luz.
Martín Sáez propone por su parte Verdad(es) y Mentira(s) con el que realiza un juego entre la dualidad entre realidad y percepción subjetiva. La pieza está formada por un objeto suspendido del techo con forma de huevo. En la cara que se presenta al público se ve un pequeño paisaje floral, al óleo, pintado como si parte de ese huevo se hubiera resquebrajado. Por el otro lado, oculto a quien mira el frente, el huevo aparece efectivamente abierto, dejando ver en su interior un pequeño montón de flores y hierba cortada, como realidad de la representación al óleo.
Según explico Martín Sáez, el contraste busca provocar la reflexión de si las dos caras de esa realidad son auténticas, si las dos son en realidad simples percepciones, o sobre cuál de las dos es, en mayor medida, una ficción artística construida para representar una realidad ideal o inexistente.
Además Eva Villarroya presentó Teruel-Vitoria, una reflexión sobre la diferencia entre la percepción de dos personas a muchos kilómetros de distancia, y también de las coincidencias que se muestran entre ellas. La pieza está formada por una línea sobre el suelo formada por varias lanas trenzadas, formando una especie de skyline de Victoria y Teruel, que tiene continuidad en el espacio como si fueran ciudades adyacentes. En colores verde claro, amarillo y rosa, la obra representa el vínculo que se forma entre dos personas a partir de sus percepciones individuales similares, por más que físicamente se encuentren lejos y en contextos bien diferenciados.
Las otras dos obras que forman parte de Solus Ipse tuvieron formato de performance, por lo que solo pudieron verse durante la inauguración de ayer por la mañana.
En la primera de ellas, Pasión, Carla Serret fundió a través del baile folclórico la Jota, especialidad que ella lleva practicando varios años, con el flamenco, que según explicó apenas hace unas semanas que está aprendiendo. Para alguien no iniciado en la danza el baile puede ser una de las formas más subjetivas de representar ciertas emociones, pero es inevitable que suceda, y de hecho la creadora pidió al público que escribiera en unas tarjetas qué sensaciones había percibido durante el espectáculo. La autora quiso dedicar la performance a la memoria de su profesor de jota, Luis Ángel Bueno Goni.
Por último, Natalia Barco presentó Genera. La pieza reflexiona no sobre la percepción del mundo en general, sino sobre una percepción en particular, la de la obra de arte, o la obra creativa, acabada. La tesis de Barco es que ningún creador puede dar por definitivamente terminada ninguna obra, pues por su naturaleza siempre puede cambiar o mejorar en algún sentido. Natalia Barco busca romper esa paradoja estableciendo un tiempo límite, a través de un cronómetro, que marca el final definitivo de la obra de arte que ella misma realizó en directo, dibujando en tinta sobre un papel que había situado en una de las esquinas de la sala.
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