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Entre bubutas y aúcas, el Jiloca cataloga su patrimonio lingüístico en torno a las aves
Un equipo de naturalistas recopila las denominaciones singulares de los pájaros en la zonaEn la zona del Jiloca llaman sartenera a la cigüeñuela por su forma de sartén, con las patas largas y el cuerpo redondeado; la chillandra es un gorrión chillón; el verderol (verderón) hace referencia a su intenso color, al igual que el rojiñón, que es como llaman en Caminreal al pardillo común por el color que presentan los machos en el pecho; mientras que al jilguero todo el mundo le llama cardelina, al igual que picaraza a la urraca. Nombres propios que responden a la necesidad de denominar a las aves más cercanas, con las que los habitantes de este territorio interactuaban porque se comían sus cosechas les servían de alimento o, simplemente, las veían a diario mientras realizaban las labores agrícolas.
En la zona de las comarcas del Jiloca y el Campo de Daroca tienen nombre propio en torno a cien especies de pájaros y ahora los investigadores Pilar Edo, de Bañón, y Chabier de Jaime, de Calamocha, están trabajando en recopilar todo ese vocabulario ayudados por más de una quincena de vecinos de diferentes localidades. Entre ellos que se encuentran Pascual Miguel, de Gallocanta, Amado Lizama (Bello) José María Marco (Torralba de los Sisones), Raúl Vicente (Cerveruela) y Antonio Torrijo (Caminreal).
En muchos casos estas denominaciones, como apunta la historiadora Pilar Edo, son “muy expresivas” porque constituyen “una descripción literal de lo que ven o escuchan” los habitantes del territorio. Entre esas designaciones hay algunas onomatopeyas, como bauba, bubuta o burbuta, que es el nombre con el que en estas zonas llaman a la abubilla, recordando así el sonido que emite. También hay nomenclaturas que van más allá de ese aspecto del ave, como la torda gayubera, “porque se mueve entre la gayuba” y se alimenta de sus frutos.
Todo ese vocabulario tan particular para designar a los pájaros está en riesgo porque cada vez queda menos gente en los pueblos que, además, tienen menos necesidades de nombrar este tipo de aves. A todo ello se suma la influencia que llega a través de publicaciones y medios de comunicación, donde los nombres habituales difieren.
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Un patrimonio en riesgo
En este sentido, Chabier de Jaime alerta de que se trata de un patrimonio cultural “que está amenazado, casi diríamos en extinción”. Detalla que en un estudio profundo que se llevó a cabo sobre la fauna y la flora del humedal en la década de los 70 del pasado siglo se usaban más denominaciones que en la actualidad, en torno a un centenar.
En ese momento, los nombres de las aves fueron proporcionados por los guardas forestales de la zona y ese fue el punto de partida de los trabajos de recogida del léxico que se hicieron después. Se trata de usos lingüísticos que se han transmitido de forma oral, de generación en generación, pero los cambios registrados en los últimos 50 años “por la emigración, la falta de relevo generacional y la llegada de los medios de comunicación masivos”, enumera Chabier de Jaime, han propiciado que las comunidades rurales fueran descartando, “olvidando y dejando de transmitir” los nombres que eran característicos de su territorio.
Se trata de apelativos que a veces se usan en Teruel y Aragón y otras son eminentemente locales. Las aves cuentan con tres denominaciones, la científica, que es internacional y fue acuñada por el científico, naturalista, botánico y zoólogo sueco Carlos Linneo, que puso “nombre y apellidos a todos los seres vivos”. Luego hay una segunda, que es el nombre común, la lista patrón, específico de cada país y, por último, está la designación popular, que varía según zonas y, en algunos casos hay nombres que se utilizan exclusivamente en un municipio.
También hay otras muchas especies que no tienen nombres específicos porque o bien no son vistosas o resultan difíciles de localizar.
Entre la quincena de participantes que han colaborado en la realización del censo hay de diferentes pueblos y el requisito para incorporarlos al equipo era que tuvieran conocimientos de pájaros y ser de la zona para así tener acceso a las personas mayores. “Son encuestas etnológicas”, plantea De Jaime, quien añade que los encuestados daban las descripciones de las aves con sus propias palabras para saber las que conocían y con cuál nombre.
Aunque hay designaciones que ya han caído en el olvido, como aúca -procedente del latín oca- en la zona de Gallocanta para los gansos, otros, como picaraza o cardelina siguen siendo los habituales para nombrar a lo que en el resto de España se conocen como urracas y jilgueros.
De Jaime plantea que hay algunos apelativos muy acertados, como la chillandra, por lo escandalosa que es y que en las guías se denomina gorrión chillón, o la boyerica, cuyo nombre común es lavandera boyera, porque se subía a los bueyes y ovejas para comerse los insectos.
Para la historiadora Pilar Edo, igual que se estudia la presencia de las aves, su comportamiento y movimientos, “esos conocimientos que generan los seres humanos a nivel de lenguaje es patrimonio antropológico”, asegura.
Pero además, la investigadora destaca que estos nombres populares tienen su reflejo en la toponimia local, como ha constatado con la comparación de mapas, y “ayuda a interpretar el paisaje y los ambientes del pasado”.
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El trabajo se dará a conocer en los Cuadernos de Etnología del Centro de Estudios del Jiloca y los responsables de su realización destacan la importancia de dejar este patrimonio por escrito “para que llegue hasta las generaciones futuras”.
Como reflexión, Chabier de Jaime plantea que esta recopilación “llega un poco tarde”, ya que si se hubiera realizado hace 50 años la riqueza lingüística referida a las aves de la zona hubiera sido mayor. Además, alerta de que van a contrarreloj porque “las enciclopedias se nos van y a las generaciones jóvenes estos vocablos les resultan extraños porque se han movido en otros parámetros culturales.
Un significado especial
Edo indica por su parte que “está en nuestra mano mantenerlas y difundirlas” y, aunque rehusa de imponerlas, sí precisa que “es bonito enseñar a la gente de fuera esas palabras que tienen un significado especial porque las han creado personas que han vivido en el territorio tras observar el paisaje y vivirlo”, dice.
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