‘El Carcelero’, una historia de humanidad de la Guerra de Filipinas a la Transición
El periodista Javier Benito presenta su novela en Montalbán, donde nació su protagonistaLa Casa de Cultura de Montalbán acogerá esta tarde, a partir de las 19 horas, la presentación de El carcelero, una novela histórica editada por Prames y el Instituto de Estudios Turolenses sobre Manuel Joaquín Hueso Argente, un montalbino a través de cuya vida su nieto, el periodista zaragozano Javier Benito Hueso, repasa alguno de los acontecimientos más importantes de la España contemporánea, como la guerra de Cuba, la Restauración, la Dictadura de Primo de Rivera, la II República, la Guerra Civil y los primeros años del franquismo, y habla de temas de trascendencia humana como la bondad, la piedad y el perdón.
El libro puede encontrarse en los estantes de novela histórica, aunque para su autor, periodista zaragozano con una amplia trayectoria en medios como EFE o Heraldo de Aragón, e instituciones como las Cortes y el Gobierno de Aragón, se define mejor como una “crónica periodística” no exhaustiva sobre el devenir de España, desde el colapso definitivo del imperio de ultramar hasta la Transición.
Los documentos y testimonios de las fuentes primarias familiares y múltiples archivos nacionales, “a los que por fortuna hoy en día es muy sencillo acceder a través de internet”, han proporcionado la materia prima para construir el relato de una vida apasionante y dura que enfrentó en varias ocasiones a su protagonista, M. Joaquín Hueso, con la muerte, y que le hizo conocer lo mejor y lo peor del ser humano.
Hueso (Montalbán, diciembre de 1876-Montalbán, mayo de 1948), salió por primera vez de su pueblo con 21 años recién cumplidos para pegarse dos y medio en Filipinas con la 8ª Compañía del 15º Batallón de Cazadores. Allí fue apresado y arrojado por sus captores a los cerdos para que les sirviera de alimento. Ese hecho fue trascendental y le marcó para toda su vida, ya que, tras escapar de su prisión y ser capaz de regresar tras numerosos avatares a Montalbán -sus propios familiares tuvieron muchos problemas para reconocerlos, de lo demacrado que llegó-, el destino quiso que terminara aprobando una oposición a funcionario del Estado de prisiones, gracias a la ayuda de Carlos Castel y González, personaje que en Teruel se conoció como el cacique bueno y que da nombre oficial a la plaza del Torico.
El turolense cumplió con su obligación bajo administraciones muy diferentes, desde la dictadura de Primo de Rivera hasta Franco, pasando por el segundo periodo republicano español y los años del caos y el odio de la guerra civil. Tuvo que mantener un precario equilibrio para conservar la vida de su esposa y de sus ocho hijos, en el que la bondad y la honestidad fueron sus principales directrices. “Mi abuelo nunca lo contaba así”, explica Benito, “pero tras esa experiencia que vivió en Filipinas debió de asumir un compromiso tácito para con los prisioneros que estuvieron a su cargo, convencido de que debía mantener su dignidad a cualquier precio, porque para él un prisionero era ante todo un ser humano, un semejante”.
El trato humanitario que dispensó a los prisioneros que a lo largo de su vida estuvieron a su cargo le causó no pocos problemas, pero también acabaron salvándole la vida. En 1936 M. Joaquín Hueso estaba destinado en la cárcel de Caspe, un destino anodino y más bien rutinario. Con el golpe de Estado frustrado y el comienzo de la guerra civil, todo cambió y aquello se convirtió en un infierno.
El capitán de la Guardia Civil en Caspe de infausta memoria, José Negrete, se sumó al levantamiento fascista y encarceló a todos los elementos izquierdistas, que quedaron bajo la responsabilidad del Joaquín Hueso. El 24 de julio, seis días después, llegaron las primeras columnas anarquistas, que más tarde establecerían allí la sede del efímero Consejo Regional de Defensa de Aragón. Está documentado como Negrete asesinó personalmente a varias personas, incluido un joven teniente a su cargo, Francisco Castro, quien cuestionó que pusiera a varias personas, entre ellas dos niñas, como escudos humanos en la barricada que se interponía entre los anarquistas y ellos.
Cuando los insurgente cayeron, un oficial anarquista exigió a Hueso que liberase a los presos políticos, a lo que se negó. “Mi abuelo ya había tenido alguna experiencia y sabía que liberar presos podría constituir un delito muy grave, así que les dijo que no podía soltarlos, pero que si quería hacerlo él, ahí tenía las llaves”. Fue conducido al paredón para ser fusilado, pero la mediación de los propios prisioneros impidió su muerte. El 26 de abril de 1937, Pedro Royo, Pedro Gómez y Braulio Serrano testificaron a su favor en el proceso sobre Hostilidad y Desafección al Régimen al que fue sometido el de Montalbán por el Consejo de Aragón, y del que resultó finalmente absuelto. Los presos a su cargo firmaron una declaración en la que aseguraban que Hueso, como jefe de la prisión, les dispensó “todo tipo de atenciones y amabilidad pero ninguna amenaza”. “Nos facilitó tabaco, leche y café, y permitió que viéramos a nuestra familia pese a estar incomunicados por orden del capitán Negrete”. Según esa misma declaración firmada, los tres presos aseguran que se opusieron “enérgicamente” al fusilamiento de los carceleros por las fuerzas leales a la República, y que estas, “al ver nuestra actitud y nuestros razonamientos, le contestaron (a Joaquín Hueso) ‘esto te salva’”.
Mucho después Hueso conoció en otra cárcel a quien sería su segunda esposa, que tenía 26 años -la misma edad que la hija que había tenido con su primera mujer, fallecida prematuramente-, quien estaba encarcelada por haber abortado. “Ahora parece increíble”, reflexiona Benito, “pero el aborto siguió siendo un delito en España hasta 1985”.
Tras la finalización de la guerra civil Joaquín Hueso mantuvo su puesto de trabajo con la administración franquista y su filosofía de no menoscabar la dignidad de las personas. “Para mí siempre ha sido motivo de un orgullo especial que los familiares de presos que tuvo a su cargo contaban que solo tenían buenos recuerdos de él, de su bondad y de su humanidad”, explica Benito.
Ese es el tema principal del El carcelero; no tanto la vida en particular de ese montalbino, ni la tormentosa historia contemporánea de España, que también, sino la humanidad, la bondad, y las razones que llevan a algunos -a pocos, por desgracia-, a poner por encima de cualquier escala de valores el respeto y el bienestar de los demás. Es el principal mensaje de la historia de Hueso que su nieto resume en una frase: “la bondad y la humanidad es una opción que puedes elegir siempre, incluso en las condiciones más adversas”.
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