De cicatriz abierta a mapa hacia el bienestar: la infancia explica nuestra madurez
El psicólogo turolense Enrique Martínez publica el libro ‘Acoger al niño o niña interior’Asapme Teruel, Enfermería y Psicara dan visibilidad a la salud mental
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Tras más de una veintena de libros, el psicólogo Enrique Martínez Lozano (Guadalaviar, 1950) acaba de publicar Acoger al niño o niña interior (Desclée de Brouwer), una obra que sintetiza sus tesis sobre cómo la infancia determina el bienestar mental del adulto, pero también -y aquí radica su importancia- sobre cómo es posible trabajar desde el presente para mejorarlo. Las claves que plantea Martínez Lozano son tres: entender el adulto que se es en el presente; identificar los traumas que han constituido sus pautas de comportamiento; y trabajar en aquellos traumas que necesitan ser integrados para minimizar sus efectos.
“Superar un trauma supone enfrentarse a él e integrarlo conscientemente”, sostiene el psicólogo. “Si lo evitamos o reprimimos siempre lo llevaremos como lastre, y antes o después saldrá a la luz”. En ese sentido Martínez Lozano explica que integrar un trauma que arrastramos desde la infancia significa reflexionar sobre él con lucidez: “Preguntarse qué ocurrió, si duele, qué repercusiones tiene, o cómo serías ahora si aquello nunca hubiera tenido lugar”. Según el psicólogo “uno puede avanzar mucho por su cuenta, simplemente haciendo esa reflexión lúcida y consciente, pero puede darse el caso de que a pesar de nuestro esfuerzo no consigamos solucionar nuestro problema... es entonces cuando debemos buscar ayuda profesional”.
En sus terapias, el turolense suele trabajar enfrentando a sus pacientes con el niño que fueron a través de fotos antiguas, invitándoles a recordar su infancia y, en especial, qué carencias pudo tener en el plano afectivo. “Creo que todas las necesidades básicas del niño se resumen en una: sentirse reconocido”, afirma el turolense. “Y eso significa ser tocado, abrazado, mirado, escuchado...”, añade.
La mala noticia es que el pasado no se puede modificar, pero la buena es que sí puede cambiarse nuestra forma presente de percibir ese pasado. “Antiguamente los psiquiatras decían que el árbol neuronal se constituía a los 3 años, y que todo lo que ocurría en ese período de tiempo era irreversible”, explica Martínez. “Desde hace quince años los neurocientíficos han demostrado la existencia de un concepto que llaman neuroplasticidad. El ser humano genera neuronas durante toda su vida, pero es que además lo que condiciona nuestra existencia no es tanto las neuronas, sino las sinapsis, las conexiones que se establecen entre ellas, y que pueden modelarse durante toda la vida”. Esto significa que durante toda nuestra vida el cerebro es lo suficientemente maleable y versátil para cancelar y modificar las redes neuronales que condicionan la percepción y el comportamiento.
O lo que es lo mismo, el adulto consciente es capaz de reparar las carencias o traumas que sufrió, “dedicándole a ese niño que aún llevamos dentro la atención y el tiempo de calidad del que no dispuso”.
Acoger al niño o niña interior plantea que el adulto debe desbloquear los traumas o experiencias que el niño tiende a reprimir, a olvidar, como mecanismo para sobrevivir. “El cerebro lo olvida pero no lo elimina, y sus efectos están siempre latentes”.
Los síntomas que pueden indicar que nuestro niño interior reclama atención tienen que ver con comportamientos repetitivos o desproporcionados, según Martínez. “Los patrones de aquello que nos sucede de niños son como moldes que causan esos comportamientos destructivos o disfuncionales. La sanación pasa por identificar ese patrón, reconocer que tenemos poder para cambiarlo y modificarlo”.
Educación y crianza
Entre las causas más habituales de los traumas infantiles, el libro de Martínez establece que suelen derivar de una crianza que se aparta de lo que denomina “apego seguro”. Por un lado puede darse una educación excesivamente rígida y autoritaria, que origina una situación en la que el niño puede ver el cariño paterno y materno continuamente a examen y en precario; y por otro lado una educación excesivamente permisiva, donde no hay límites y el niño no aprende a lidiar con las frustraciones que van a darse durante la vida adulta. No saber gestionar la frustración “suele acabar en depresiones, muchas de ellas desde muy jóvenes, o en la violencia gratuita”.
Aunque nada tiene recetas sencillas, y menos en el ámbito de la psicología, Enrique Martínez Lozano afirma que, a propósito de la educación, considera que lo adecuado es “conjugar cariño y firmeza, y no anular ninguno de los dos cuando se activa el otro”.
Cuando el vínculo paterno o materno es disfuncional se desarrolla un vínculo no seguro, que Martínez diferencia en tres tipos. “Si el niño no recibe todo el reconocimiento y cariño que necesita se desarrolla un apego no seguro evitativo. El niño termina desconectándose de su madre y, con el tiempo, tendrá dificultades en construir relaciones sanas con los demás”, explica. “Esto se produce porque para el cerebro del niño es más fácil decidir que no necesita que le quieran que admitir que su mamá no le quiere”.
Un segundo tipo sería el ambivalente, que se da cuando el niño no sabe a qué atenerse porque un día se siente querido y otro amenazado, sin que sea capaz de detectar la razón.
Y el tercer tipo de apego disfuncional es el desorganizado, que se relaciona con los abusos o los malos tratos. “El cerebro de un niño maltratado sufre un conflicto terrible: su cerebro reptiliano que protege su supervivencia le impulsa a huir, porque ve la figura paterna o materna como una amenaza, pero el cerebro límbico que le regula lo afectivo le impulsa a quedarse. El niño no puede hacer las dos cosas al mismo tiempo y se rompe. Y aquí es cuando empezamos a hablar de brotes psicóticos y enfermedades mentales graves”.
El psicólogo también advierte de que culpar al pasado de todos nuestros problemas y no mover un dedo para solucionarlos es igualmente funesto para nuestro bienestar mental, e ilegítimo desde un punto de vista ético: “El infantilismo o narcisismo consiste en usar nuestro pasado para justificar un presente que no es el adecuado. Nos convertimos en resignados pasivos, en víctimas, y nuestra historia es un chivo expiatorio sobre el que cargar toda la culpa”. El turolense mantiene en su libro que conocer la herramienta de sanación implica la responsabilidad de usarla. “El adulto debe ser consciente de que el pasado nos sirve para entender nuestro presente, para conocer los patrones que tenemos que cambiar, pero no para justificar que esos patrones sigan ocasionando un comportamiento disfuncional. Sea cual sea nuestro pasado nosotros debemos ser los únicos responsables de nuestro presente”.