Imagen de la presentación de ‘Sembrados de carroña’ en Andorra
Ángel Larrosa explora lo peor del ser humano girando la vista hasta la I Guerra Carlista
‘Sembrados de carroña’ rememora los episodios de canibalismo que hubo en Beceite en 1837
Ángel Larrosa lleva afincado en Barcelona desde 1977 aunque ha mantenido vivo en vínculo que le une a Andorra, donde nació en 1964. Ha publicado el libro de relatos Esta mañana ha salido el sol (Punto Rojo) y el poemario Cicatrices, ungüentos, zarandajas (Bóbila), además de varios cuentos en diferentes libros colectivos de Letra de palo, Kit-book, Neurosi o Polen Ediciones, en dos antologías de relatos sobre el cáncer publicadas en Amazon -Diagnóstico Adelante y Diagnóstico Guerreras-.
Recientemente presentó en Andorra su primera novela larga, Sembrados de carroña, en la que propone un viaje al pasado hacia la batalla de Herrera de los Navarros en la Primera Guerra Carlista (1833-1840), los episodios de canibalismo que se produjeron en Beceite entre los prisioneros isabelinos de aquella batalla y la Expedición Real con la que Carlos, tío de Isabel II, pretendió tomar Madrid y arrebatarle el trono a su sobrina.
La novela partió hace ocho años, cuando en plena vorágine con el Proceso Soberanista catalán Larrosa comenzó a investigar sobre el carlismo, por su relación con los nacionalismos españoles. “Me topé con el episodio de canibalismo que se dio en Beceite -invierno de 1837 a 1838- y me impresionó bastante, especialmente porque es muy poco conocido”, explica el escritor. “Mis abuelos proceden del Matarraña y yo veraneé en Torre del Compte durante toda mi infancia, así que es zona era muy familiar para mí”.
Cuando años más tarde comenzó a documentarse con el objetivo de ficcionar el hecho en una novela, tropezó con otro documento muy rico, el diario de Juan Manuel Martín, un oficial que sobrevivió a la batalla de Herrera de los Navarros y de la penosa marcha que sufrieron los prisioneros isabelinos, donde de más de 2.000 prisioneros apenas sobrevivieron doscientos.
El diario es un texto real pero Sembrados de carroña no pretendía ser un ensayo histórico ni una novela en la que los hechos reales fueran la principal prioridad. “Me costó decidir qué parte de la realidad pervertiría para hacer que la narración fuera coherente y al mismo tiempo fuera una novela divertida. Al final decidí transcribir el diario íntegro al final del libro, junto con una carta de la época, para que el lector sepa bien qué entra dentro de la historia y qué dentro de la ficción”.
De hecho Larrosa se permite licencias como la de meter a su pueblo, Andorra, en la novela. “Los prisioneros marcharon desde Herrera de los Navarros a Segorbe donde fueron canjeados. Atravesaron la provincia de Teruel y el libro transcurre sobre todo por el
Maestrazgo y el Matarraña, pero lo cierto es que no pasaron por Andorra. Pero decidí inventarme un personaje andorrano que cobra bastante fuerza, porque me apetecía que mi pueblo estuviera presente”. También lo está a través de la fotografía del cementerio de Andorra, utilizada para la portada de la novela.
Otro de los episodios que narra el libro es la Expedición Real del pretendiente Carlista a Madrid, con la intención de tomarla, y lo hace a través de la visión de dos personajes reales, el Príncipe Prusiano y cronista Félix Lichnowski y el periodista inglés Charles Lewis Gruneisen, al que históricamente se le podría considerar como el primer reportero de guerra que se empotró en un ejército. “Esos personajes me vienen muy bien porque me permiten ofrecer la visión que dos extranjeros con educación y cierta cultura tienen de España, un país desastroso en permanente guerra”.
Eso tiene que ver con el que, realmente, es el tema de fondo de Sembrados de carroña, que no es otro que “el cainismo español, la cantidad de esperanzas que se frustran y las luchas que no sirven para nada, porque hay personas y poderes que son los que realmente mandan y quienes hacen que las cosas ocurran”. Larrosa está obsesionado por la relación entre la “gran historia y la pequeña historia. Entre un general en un salón o un soldado en el barro que mata o muere. No puedo evitar preguntarme si todas esas muertes que tuvieron lugar en la guerra carlista podrían haberse evitado”. Ángel Larrosa esquiva todo lo que tenga que ver con la épica de la guerra, porque la guerra nunca significa ni heroismo, ni honor, ni camaradería, ni entrega, ni esfuerzo ni valor. Todo en la guerra es suciedad:
“En la penosa marcha de los presos hasta Segorbe morían por agotamiento y por tifus. Se comían a los muertos porque no tenían otra comida, pero los presos maltratados también eran maltratadores en otro momento, cuando eran ellos quienes tenían la sartén por el mango”.
El relato no deja de ser un retrato pesimista de la condición humana: “Los únicos que salen bien parados son los soldados novatos, que no tienen experiencia, o quienes no luchan, como las prostitutas que acompañan la expedición y que incluso ayudan a los presos. No aspiran a nada más que a sobrevivir, a que pase un día más con un cliente que no las deje embarazadas”.
Recientemente presentó en Andorra su primera novela larga, Sembrados de carroña, en la que propone un viaje al pasado hacia la batalla de Herrera de los Navarros en la Primera Guerra Carlista (1833-1840), los episodios de canibalismo que se produjeron en Beceite entre los prisioneros isabelinos de aquella batalla y la Expedición Real con la que Carlos, tío de Isabel II, pretendió tomar Madrid y arrebatarle el trono a su sobrina.
La novela partió hace ocho años, cuando en plena vorágine con el Proceso Soberanista catalán Larrosa comenzó a investigar sobre el carlismo, por su relación con los nacionalismos españoles. “Me topé con el episodio de canibalismo que se dio en Beceite -invierno de 1837 a 1838- y me impresionó bastante, especialmente porque es muy poco conocido”, explica el escritor. “Mis abuelos proceden del Matarraña y yo veraneé en Torre del Compte durante toda mi infancia, así que es zona era muy familiar para mí”.
Cuando años más tarde comenzó a documentarse con el objetivo de ficcionar el hecho en una novela, tropezó con otro documento muy rico, el diario de Juan Manuel Martín, un oficial que sobrevivió a la batalla de Herrera de los Navarros y de la penosa marcha que sufrieron los prisioneros isabelinos, donde de más de 2.000 prisioneros apenas sobrevivieron doscientos.
El diario es un texto real pero Sembrados de carroña no pretendía ser un ensayo histórico ni una novela en la que los hechos reales fueran la principal prioridad. “Me costó decidir qué parte de la realidad pervertiría para hacer que la narración fuera coherente y al mismo tiempo fuera una novela divertida. Al final decidí transcribir el diario íntegro al final del libro, junto con una carta de la época, para que el lector sepa bien qué entra dentro de la historia y qué dentro de la ficción”.
De hecho Larrosa se permite licencias como la de meter a su pueblo, Andorra, en la novela. “Los prisioneros marcharon desde Herrera de los Navarros a Segorbe donde fueron canjeados. Atravesaron la provincia de Teruel y el libro transcurre sobre todo por el
Maestrazgo y el Matarraña, pero lo cierto es que no pasaron por Andorra. Pero decidí inventarme un personaje andorrano que cobra bastante fuerza, porque me apetecía que mi pueblo estuviera presente”. También lo está a través de la fotografía del cementerio de Andorra, utilizada para la portada de la novela.
Otro de los episodios que narra el libro es la Expedición Real del pretendiente Carlista a Madrid, con la intención de tomarla, y lo hace a través de la visión de dos personajes reales, el Príncipe Prusiano y cronista Félix Lichnowski y el periodista inglés Charles Lewis Gruneisen, al que históricamente se le podría considerar como el primer reportero de guerra que se empotró en un ejército. “Esos personajes me vienen muy bien porque me permiten ofrecer la visión que dos extranjeros con educación y cierta cultura tienen de España, un país desastroso en permanente guerra”.
Eso tiene que ver con el que, realmente, es el tema de fondo de Sembrados de carroña, que no es otro que “el cainismo español, la cantidad de esperanzas que se frustran y las luchas que no sirven para nada, porque hay personas y poderes que son los que realmente mandan y quienes hacen que las cosas ocurran”. Larrosa está obsesionado por la relación entre la “gran historia y la pequeña historia. Entre un general en un salón o un soldado en el barro que mata o muere. No puedo evitar preguntarme si todas esas muertes que tuvieron lugar en la guerra carlista podrían haberse evitado”. Ángel Larrosa esquiva todo lo que tenga que ver con la épica de la guerra, porque la guerra nunca significa ni heroismo, ni honor, ni camaradería, ni entrega, ni esfuerzo ni valor. Todo en la guerra es suciedad:
“En la penosa marcha de los presos hasta Segorbe morían por agotamiento y por tifus. Se comían a los muertos porque no tenían otra comida, pero los presos maltratados también eran maltratadores en otro momento, cuando eran ellos quienes tenían la sartén por el mango”.
El relato no deja de ser un retrato pesimista de la condición humana: “Los únicos que salen bien parados son los soldados novatos, que no tienen experiencia, o quienes no luchan, como las prostitutas que acompañan la expedición y que incluso ayudan a los presos. No aspiran a nada más que a sobrevivir, a que pase un día más con un cliente que no las deje embarazadas”.
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