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Recuperan en un bancal de Mosqueruela el resto más grande hallado en España de un bombardero 'katiuska' Recuperan en un bancal de Mosqueruela el resto más grande hallado en España de un bombardero 'katiuska'
La pieza del avión ruso derribado en la guerra civil, que está muy bien conservada, se exhibe en el Ayuntamiento de Mosqueruela. Carlos Mallench

Recuperan en un bancal de Mosqueruela el resto más grande hallado en España de un bombardero 'katiuska'

El fragmento del Tupolev SB-2, cuyos tres ocupantes fallecieron en el derribo del aparato durante la guerra civil, está muy bien conservado
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Cruz Aguilar

Mosqueruela ha abierto una ventana en el tiempo con la localización de una gran pieza del fuselaje de un Tupolev SB-2 ruso, más conocido como katiuska, derribado en la guerra civil y que, durante décadas, fue utilizado en una finca agrícola para cubrir un pozo de agua. Se trata de un fragmento de un material denominado duraluminio, de unos 2 metros de largo por 1,5 de ancho, que es uno de los tres que se conservan en España de estos bombarderos, que fueron muy populares entre las filas republicanas.

Pese a que se llegaron a contabilizar un centenar, en todo el territorio nacional sólo se conservan –al menos hasta la fecha– tres piezas más de aviones katiuskas derribados durante la guerra. Dos de ellas proceden de un avión abatido en la zona del Ebro y la tercera se localizó en el Lago de Bañolas, en Gerona, donde los buzos recuperaron también uno de los dos motores que tenía el aparato.

Los mayores de la localidad recuerdan que durante la guerra civil española cayó un bombardero y murieron sus tres ocupantes, que están enterrados en el cementerio. Sin embargo, la existencia de esta pieza en una finca de cultivo era prácticamente desconocida salvo por los propietarios y algunos cazadores que transitan la zona. De hecho fue su hallazgo el que puso de manifiesto la presencia de los restos de estos combatientes republicanos en el municipio.

Antonio San José, sobrino del piloto, junto a la pieza en Mosqueruela. N. Correa

Tesis doctoral

Una de las primeras en enterarse de la presencia de esta chapa fue Estefanía Monforte, a quien una informante le habló de ella durante las entrevistas que realizó para su tesis doctoral. “Los cazadores me dijeron que ellos sabían dónde estaba y fuimos a verla”, explica. Monforte se puso en contacto con el investigador Lluís Galocha, que estaba trabajando el tema de la guerra civil en esta zona, y él reconoce que, cuando vio la pieza, se les pusieron “los pelos de punta”. Acudieron, en abril de 2022, hasta el lugar junto con la guía turística de ese momento, que era Patricia Montolío, y tras ponerse en contacto con la propietaria de la finca, que después la donó al Ayuntamiento con el objetivo de que no saliera del municipio.

José Miguel Tena es uno de los cazadores que conocía la existencia de la chapa del bombardero desde hace años, porque se lo dijo el propio dueño del campo, fallecido a mediados de los años 80: “Me dijo en una ocasión que había puesto el ala de un avión de la guerra en un pozo que tenía en el campo, para dar sombra al agua”, recuerda.

Realmente, la pieza no es el ala del avión, sino una parte del fuselaje que va entre la parte del piloto y el ametrallador, según especifica Carlos Mallench, que es experto en temas aeronáuticos y militares y que se ha ocupado, junto con su colega Blas Vicente, de realizar un detallado trabajo de investigación a nivel histórico y humano en torno a la pieza.
 

Restos del fuselaje localizado en Mosqueruela que mantienen parte de la pintura original, algo inédito en estas piezas


Destaca que se trata de un fragmento de gran importancia porque nunca antes se ha localizado ninguno de un tamaño similar ni de esa zona del fuselaje, situada junto a la denominada joroba de los katiuskas, que fue una modificación de las fuerzas aéreas españolas ya que los originales estaban acristalados. Además, conserva restos de la pintura original. Hasta la fecha sólo hay localizadas y expuestas en museos tres piezas más y un motor de los Tupolev SB-2 utilizados en la guerra. “Gracias al hallazgo de Mosqueruela hemos podido profundizar en la investigación del aspecto aeronáutico y militar, y también del humano, poniéndole cara a los tres jóvenes que llevaban el aparato”, relata.

La pieza está expuesta en el Ayuntamiento, puesto que el interés de todas las personas implicadas en el proyecto y de la propia alcaldesa, Alba Lucea, es que se conservara aquí. Ahora se exhibe en la Sala de la Villa, “suspendida del techo de forma que se puede ver por todos sus lados”, explica Lucea, quien añade que se han colocado unos paneles explicativos para mostrar la historia del fragmento.

En la parte interior están los traveseros y guías de duraluminio, detalla Mallench, quien describe que se aprecia “la deformación hacia arriba producto de la explosión, seguramente desde el motor y ala hacia el fuselaje”, dice. El experto concreta que se trata de un fragmento único que puede convertir a Mosqueruela en un lugar de visita obligada para los interesados en el tema.

Archivo municipal

De hecho, concreta que aunque hubo muchos katiuskas en el ejército del aire, no se conserva ninguno y el único que se puede admirar entero es porque se ha construido desde cero en el Centro de Aviación Histórica de la Sénia, en Tarragona.

Con anterioridad al descubrimiento del trozo de metal ruso, Lluís Galocha había localizado en el archivo municipal los nombres de dos de los tripulantes del avión, Antonio San José Pérez, que era el piloto, y Ramón Marsal Carrasco, observador del aparato, que cayó el 12 de enero de 1938, hace justo ahora 86 años. Sin embargo, en ese Tupolev SB-2, viajaba un tercer ocupante, Mario Vallejo Palacios, apodado El Metralla, y que era el tirador del aparato, cuya muerte no se certificó en ese mismo momento porque no fue localizado hasta algunos días después. Lo encontraron en unos matorrales de la Masía de Los Pérez, donde los propietarios velaron el cuerpo, como relata Lluís Galocha, hasta que la nieve les permitió trasladarlo al cementerio. Todo apunta, según relata Mallench, que fue el único que saltó en paracaídas, que al ser de tela y posiblemente estar el avión en llamas, ardió, algo habitual en este tipo de siniestros aéreos. Lo más trágico es que Vallejo se reincorporaba ese mismo día al servicio de aviación, puesto que había estado de bajo al resultar herido durante una operación algunos meses antes.

Charla el sábado día 13

Para conmemorar esos 86 años desde que fue destruido el avión, los investigadores en aeronáutica militar Carlos Mallench y Blas Vicente ofrecerán el sábado 13 de enero una conferencia sobre el tema. Será en el Salón de Actos del Museo Histórico Militar de Valencia a partir de las 11:00 horas. Los investigadores destacan la importancia que tiene el lado humano de la historia y el rendir homenaje a estos aviadores que, en muchos casos, quedaron en el anonimato. De hecho, la familia del ametrallador fue la que tuvo que rastrear, tras la guerra civil, en 1948, dónde estaba el cuerpo de Mario Vallejo, y poder contar con el certificado de defunción correspondiente.

Los tres cuerpos están en el cementerio de Mosqueruela, donde en abril del año pasado se descubrió una placa en su recuerdo durante un acto de homenaje impulsado desde la Asociación de Aviadores de la República, ADAR, en el que también se incluyeron charlas sobre la historia del bombardero republicano.

La charla que se impartirá en Valencia también pretende preservar la memoria de estos combatientes y desde el Ayuntamiento se ha informado a los vecinos que si desean asistir que lo pongan en conocimiento de los responsables municipales para poder organizar un viaje hasta la capital del Turia.

Otro bombardero fue abatido en Cosa ese 12 de enero de 1938

El mismo 12 de enero de 1938 en el que fue derribado el Tupolev SB-2, que cayó destruido en Mosqueruela, fue abatido un segundo caza republicano que ardió en el término municipal de Cosa, en la carretera que va desde Caminreal a Vivel del Río, según explica el investigador aeronáutico y militar Carlos Mallench, quien asegura que aunque no hay restos del aparato, sí está recogida su destrucción en la documentación sobre la guerra.

Los Tupolev SB-2, conocidos también como katiuskas, fueron, según explica el investigador aeronáutico y militar Carlos Mallench, fueron los más habituales para los servicios de bombardeo del ejército republicano, que contó a lo largo de la contienda con un centenar de aparatos.

Algunos fueron derribados o resultaron siniestrados en accidentes, pero quedaron varias decenas y en 1939 se formó una escuadrilla con este tipo de aviones que se mantuvo durante varios años.

Durante la batalla de Teruel, la Legión Cóndor del bando nacional desplazó los aviones de caza a Calamocha, a donde posiblemente se dirigiera, con intenciones de derribar al enemigo en su propio campo de aviación, el katiuska que cayó en Mosqueruela, según relata Mallench. La documentación recoge ataques aéreos republicanos tanto el día 6 como el día 7 y también el 12 de enero, cuando fueron derribados dos aparatos rusos en Teruel.

 

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