"Las penas en la Edad Media, vistas hoy, eran escabrosas, buscaban ser ejemplarizantes"
La ruta Noviembre de Muerte en Tronchón recorre los lugares vinculados al padecimientoLas vistas panorámicas de Tronchón desde el Cerro de las Horcas son espectaculares, pero los participantes en la visita no se quitan de la cabeza los gruesos pilares de piedra donde se ajusticiaba a los penitentes. El camino hasta allí está jalonado de enterramientos que podrían ser de los que murieron colgados, aunque es sólo una hipótesis puesto que no se ha constatado con investigaciones. Es uno de los escenarios más emblemáticos que Serafina Buj, de la empresa T-Guío, ha incluido en la visita Lugares de Muerte que ofrece durante los sábados de noviembre en Tronchón. La última cita será este sábado 25 de noviembre y el recorrido incluye lugares como el cementerio, con la sala de autopsias; el hospital o el lazareto.
Serafina Buj explica que la visión de la muerte ha ido cambiando a lo largo de la historia, con momentos en los que se veía como una liberación “de esa vida trágica y corta”. En momentos como el Barroco, la muerte se afronta con el interés puesto en la resurrección y se deja en el testamento donaciones para obras de caridad, misas pagadas y los enterramientos son con gran boato.
Precisamente esas donaciones fueron las que en gran parte sustentaron el hospital de Tronchón, que se incluye en la visita y que fue un lugar de beneficencia para atender a ancianos, pobres y huérfanos. De ese lugar se conserva hoy el edificio, que es donde está el museo, y todo el ajuar, compuesto por camillas, catres, vajillas, la bañera para los tratamientos e incluso elementos religiosos porque, como apunta Buj “siempre había un cura o beneficiado de la Iglesia que se hacía cargo de las necesidades espirituales” de los internos.
Sufrimiento
El siguiente de los lugares de sufrimiento es la cárcel, un espacio que sorprendió a los asistentes a la visita por ser un lugar oscuro y lúgubre. Allí la guía se centró en los castigos que tenían los malhechores, aunque aclaró que “aunque la oscuridad impresiona”, los reos pasaban muy poco tiempo allí, principalmente porque había que alimentarlos durante ese tiempo a cargo del concejo. De hecho, la responsable de T-Guío matiza que se ha localizado un documento en el que se recoge que a las 24 horas de ser detenido, la persona tenía que haber sido juzgada y cumplir condena. Serafina Buj detalla que la cárcel fue muy utilizada puesto que hubo una época en la que el bandolerismo estaba a la orden del día, sobre todo durante el siglo XVII por las desigualdades sociales.
Las penas eran ejemplarizantes puesto que además de las multas económicas, poco habituales porque no las podían pagar, se exponía a los reos a vergüenza pública en el pellerich, una piedra redonda con una argolla a la que se encadenaba al delincuente. “Estaba en todos los pueblos en zonas muy transitadas como el mercado o la puerta de la iglesia, aunque ahora sólo queda la de La Cuba”, lamenta Serafina Buj. Las penas eran “escabrosas” para la mentalidad actual, desde cortarles un brazo por robo a ser ahorcados y desmembrados, “pero en la Edad Media creían que había que poner penas ejemplarizantes”. Por eso los ahorcamientos se anunciaban con un tamborilero y se avisaba a los pueblos cercanos por si querían presenciarlo. Además, el condenado era expuesto, a veces desmembrado, en las zonas de entrada de los pueblos para que quienes llegaban supieran que en ese lugar la ley se hacía cumplir “a rajatabla”, especifica la guía.
Curiosidades
Otro de los elementos más curiosos que se pueden ver en esa Ruta de la Muerte de Tronchón es la sala de las autopsias que todavía se conserva en el cementerio. Allí hay una mesa de piedra donde se analizaban las posibles causas del deceso en caso de accidente, suicidio o muerte violenta. Tronchón es uno de los pocos lugares en los que el cementerio no cambió de sitio en el siglo XVIII, cuando en el resto de municipios se sacó extramuros, y sigue en uso hoy, con la convivencia de lápidas de varios siglos.
La visita del pasado sábado recaló en la quesería, donde los asistentes pudieron probar el queso, y también en el zafarech, que era el lavadero donde se limpiaba la ropa de los enfermos y difuntos. Era una infraestructura habitual en muchos pueblos y en los que no la había se pactaban horarios o días para limpiar esas ropas para evitar contagios.
El recorrido acabó en la iglesia, donde se conserva una reliquia que es la mano de un inocente, un final perfecto para una ruta que muestra cómo ha cambiado la visión de la muerte y del sufrimiento a lo largo de la historia.
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